A diferencia de la primera proyección de la que habíamos sido testigos, el Universo que apareció en la pared se puso a dar vueltas en espiral, replegándose despacio sobre sí mismo. En su pestaña, los fragmentos daban vueltas a toda velocidad en el interior del anillo.
– ¡Es prodigioso! -dijo Ubach con un hilo de voz.
– Es mucho más que eso -le contestó Ivory, que tenía lágrimas en los ojos.
– ¿Qué es? -quiso saber el rector de la universidad.
– Está asistiendo a los primeros instantes del Universo -contesté yo.
Pero todavía no se habían acabado las sorpresas. La intensidad luminosa de los fragmentos se duplicó, y la velocidad de rotación no dejaba de aumentar. La bóveda celeste seguía enrollándose sobre sí misma y se inmovilizó un corto instante. Yo había esperado que siguiera girando hasta el final, para revelarnos la imagen del destello de la primera estrella, del tiempo cero que tanto había deseado descubrir, pero lo que vi era completamente diferente. La imagen proyectada se iba ampliando visiblemente. Algunas estrellas desaparecían, como propulsadas a ambos lados de la pared a medida que avanzábamos. El efecto visual era fascinante, teníamos la sensación de viajar por las galaxias, y nos íbamos acercando a una de ellas, que yo reconocí.
– Hemos entrado en nuestra Vía Láctea -dije a los demás-, y el viaje continúa.
– ¿Hacia adonde? -preguntó Keira, estupefacta.
– Aún no lo sé.
Sobre la pestaña, los fragmentos giraban cada vez más de prisa, emitiendo un silbido estridente. La estrella sobre la que la proyección se iba centrando se hacía más y más grande. Nuestro Sol apareció en el centro, seguido de Mercurio.
La velocidad a la que giraban ahora los fragmentos era impresionante; el círculo que los retenía hacía tiempo que se había fundido, pero ya nada parecía poder disociarlos. Cambiaron de color, del azul pasaron al índigo. Volví a dirigir la mirada hacia la pared. Avanzábamos decididamente hacia la Tierra, ya podíamos reconocer sus océanos y tres de los continentes. La proyección se centró en África, que iba aumentando de tamaño. El descenso hacia el este del continente africano era vertiginoso. El ruido estridente que emitía la rapidísima rotación de los fragmentos se hacía casi insoportable. Ivory tuvo que taparse los oídos. Ubach no despegaba las manos de la consola, preparado para detener el experimento en cualquier momento. Kenia, Uganda, Sudán, Eritrea y Somalia desaparecieron del campo visual mientras avanzábamos hacia Etiopía. La rotación de los fragmentos se hizo más lenta y la imagen ganó en nitidez.
– ¡No puedo dejar que el láser siga funcionando a esta potencia! -suplicó Ubach-, ¡Hay que parar!
– ¡No! -gritó Keira-. ¡Mire!
Un minúsculo puntito rojo apareció en el centro de la imagen. Cuanto más nos acercábamos, más intenso se hacía.
– ¿Se está filmando todo lo que vemos? -pregunté.
– Todo -contestó Ubach-, ¿Puedo pararlo ya?
– Espere un poco más -suplicó Keira.
El silbido cesó y los fragmentos se inmovilizaron. En la pared, el punto, de un rojo muy vivo, ya no se movía. El marco de la imagen se había estabilizado también. Ubach no nos pidió opinión, bajó la palanca y el haz de luz del láser se apagó. La proyección duró aún unos segundos en la pared y luego desapareció.
Estábamos estupefactos, Ubach el primero, y Ivory ya no pronunciaba palabra. Al verlo así, era como si de pronto hubiera envejecido, y no es que el rostro al que estaba acostumbrado fuera particularmente joven, pero sus rasgos habían cambiado.
– Hace treinta años que sueño con este momento -me dijo-, ¿se da cuenta? Si supiera todos los sacrificios que he hecho por estos objetos, por ellos hasta perdí a mi mejor amigo. Es extraño, debería sentirme aliviado, como liberado de un peso enorme, y sin embargo no es así. Me gustaría tanto tener unos años menos, vivir todavía lo suficiente para llegar al final de esta aventura, saber lo que representa ese punto rojo que hemos visto, lo que nos revela. Es la primera vez en toda mi vida que me da miedo morir, ¿me comprende?
Fue a sentarse y suspiró sin esperar mi respuesta. Me volví hacia Keira, estaba de pie delante de la pared y miraba fijamente la superficie, que había vuelto a ser como antes.
– ¿Qué haces? -le pregunté.
– Intento recordar -dijo-, intento rememorar estos instantes que acabamos de vivir. Es Etiopía lo que ha aparecido. No he reconocido el relieve de esa región que conozco tan bien, pero no lo he soñado, era Etiopía. Tú has visto lo mismo que yo, ¿verdad?
– Sí, la última imagen estaba centrada en el cuerno de África. ¿Has podido identificar el lugar que el punto rojo indicaba?
– No con toda seguridad; hombre, tengo una idea de dónde puede ser, pero no sé si es más un deseo mío o la realidad.
– Vamos a poder descubrirlo en seguida -dije mientras me volvía hacia Ubach.
– ¿Dónde está Wim? -le pregunté a Keira.
– Creo que la emoción ha sido demasiado fuerte para él, no se encontraba bien y ha salido a que le diera un poco el aire.
– ¿Puede proyectarnos las últimas imágenes que han grabado sus cámaras? -le pedía Ubach.
– Sí, claro -dijo éste, levantándose-, sólo tengo que encender el proyector, pero lo malo es que este dichoso aparato sólo funciona cuando quiere.
Londres
– ¿Qué noticias hay?
– El fenómeno al que acabo de asistir aquí es sencillamente increíble -contestó Wim.
Amsterdam le hizo a sir Ashton una descripción exhaustiva de los acontecimientos de que había sido testigo en la sala del láser de la universidad de Virje. Le narró la escena con todo lujo de detalles.
– Le envío varios hombres -dijo Ashton-, urge poner fin a todo esto antes de que sea demasiado tarde.
– No, lo siento pero mientras se hallen en territorio holandés, están bajo mi única responsabilidad. Yo intervendré cuando llegue el momento.
– ¡Se ve que es usted muy nuevo en sus funciones para atreverse a hablarme en ese tono, Amsterdam!
– Se lo ruego, sir Ashton, voy a asumir plenamente mi papel, y pienso hacerlo sin injerencia ninguna por parte de un país aliado o de uno de sus representantes. Conoce la norma, ¡unidos pero independientes! En su propia casa, cada uno lleva sus asuntos como quiere.
– Se lo advierto, si cruzan su frontera, tomaré todas las medidas que obran en mi poder para detenerlos.
– Me imagino que se cuidará usted mucho de informar al consejo. Estoy en deuda con usted, por lo que no lo denunciaré, pero tampoco lo cubriré. Como usted mismo bien ha dicho, llevo aún muy poco tiempo en mi nuevo cargo como para arriesgarme a comprometerme.
– No le pido tanto -contestó secamente sir Ashton-. No vaya de aprendiz de brujo con esos científicos, Amsterdam, no es consciente de las consecuencias si alcanzaran su objetivo, y ya han ido demasiado lejos. ¿Qué piensa hacer con ellos, puesto que están bajo su responsabilidad?
– Les confiscaré el material y daré orden de que los expulsen a sus respectivos países.
– ¿Y Ivory? Está con ellos, ¿verdad?
– Sí, ya se lo he dicho, y qué quiere que haga, no podemos echarle nada en cara, es libre de moverse cómo y por dónde le parezca.
– Tengo un pequeño favor que pedirle, tómeselo como una manera de agradecerme ese cargo que tan feliz parece de ostentar.