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– ¿Sabes cuánto tiempo te has tirado sin darnos noticias tuyas? Ahora no me vengas con sermones.

– Mira, Éric, no me tomes por tonta, haz el favor; al desplazar el perímetro de excavación eliminabas todo rastro de mi trabajo y te atribuías la paternidad de los hallazgos que pudierais hacer.

– Eso ni se me había ocurrido, me parece que el problema de ego lo tienes tú, Keira, no yo. Y ahora ¿vas a explicarnos por qué os buscan las cosquillas estos italianos?

Por el camino, Keira le fue contando a Éric todas nuestras aventuras desde que nos habíamos marchado de Etiopía. Le narró nuestro periplo en China y lo que habíamos descubierto en la isla de Narcondam. No mencionó nada de los meses que había estado presa en la cárcel de Garther, pero sí le habló de nuestras excavaciones en la meseta de Man-Pupu-Nyor y de las conclusiones a las que había llegado con respecto a la epopeya emprendida por los sumerios. No dio importancia ni al doloroso episodio de nuestra salida de Rusia, ni a los contratiempos surgidos en nuestra última noche en el Transiberiano, pero sí le describió con detalle el sorprendente espectáculo al que habíamos asistido en la sala del láser de la universidad de Virje.

Éric paró el coche y se volvió hacia Keira.

– Pero ¿qué me estás contando? ¿Una grabación de los primeros instantes del Universo y que encima resulta que tiene cuatrocientos millones de años? ¡Venga, ya, hombre! ¿Cómo una persona tan inteligente y tan culta como tú puede defender algo tan absurdo? Entonces, según tú, ¿el disco este lo grabaron los tetrápodos del devoniano? Es grotesco.

Keira no trató de convencer a Éric; con la mirada me disuadió de intervenir, pues ya estábamos llegando al campamento.

Yo esperaba que sus compañeros de equipo la recibieran con los brazos abiertos, felices de volver a verla, pero no fue así en absoluto; era como si todavía le guardaran rencor por lo que había pasado en nuestra excursión al lago Turkana. Pero Keira llevaba el mando en la sangre. Esperó con paciencia a que terminara el día. Cuando los arqueólogos dejaron el trabajo, se levantó y pidió a los miembros de su antiguo equipo que se congregaran, quería anunciarles algo importante. Saltaba a la vista que Éric había acogido furioso su iniciativa, pero yo le recordé al oído que la subvención que les permitía a todos realizar esas excavaciones en el valle del Omo se la habían concedido a Keira y no a él. Si la fundación Walsh se enteraba de que la habían excluido de las excavaciones, los generosos miembros del comité podrían replantearse el ingreso de los fondos a fin de mes. Éric la dejó hablar.

Keira había esperado a que el sol se ocultara detrás de la línea del horizonte. Cuando hubo la oscuridad suficiente, cogió los tres fragmentos que obraban en nuestro poder y los juntó. En cuanto estuvieron reunidos, recuperaron el color azulado que tanto nos había maravillado. El efecto que ello produjo en los arqueólogos valía mil veces más que todas las explicaciones que hubiera podido darles. Hasta Éric se turbó. Un murmullo recorrió la asamblea, y él fue el primero en aplaudir.

– Es un objeto muy bonito -dijo-, bravo por el truco de magia, ha sido impresionante, pero vuestra compañera no os lo ha dicho todo, ¡querría haceros creer que estos juguetitos luminosos tienen cuatrocientos millones de años, casi nada!

Algunos se rieron, otros no. Keira se subió a una caja de madera.

– ¿Alguno de vosotros ha podido ver en mí, en el pasado, la más mínima señal de un comportamiento fantasioso? Cuando aceptasteis esta misión en el corazón del valle del Omo, cuando aceptasteis separaros de vuestra familia y vuestros amigos durante largos meses, ¿comprobasteis con quién os comprometíais así? ¿Alguno de vosotros dudaba de mi credibilidad antes de tomar el avión hasta aquí? ¿Creéis que he vuelto para haceros perder el tiempo y para ponerme en ridículo delante de vosotros? ¿Quién os eligió, quién os pidió que formarais parte de esta misión, quién sino yo?

– ¿Qué esperas exactamente de nosotros? -preguntó Wolfmayer, uno de los arqueólogos.

– Este objeto de características tan asombrosas es también un mapa -prosiguió Keira-, Sé que parece difícil de creer, pero si hubierais sido testigo de lo que hemos visto, estaríais como nosotros. En unos pocos meses, he aprendido a poner en tela de juicio todas mis certezas, ¡qué lección de humildad! 5o 10' 2" 67 de latitud norte, 36° 10' 1" 74 de longitud: ése es el punto que nos indica este mapa. Os pido que confiéis en mí una semana como mucho. Os propongo que carguéis en estos dos 4x4 todo el material necesario y os vengáis conmigo mañana mismo para excavar allí.

– ¿Y qué se supone que vamos a encontrar? -protestó Éric.

– Todavía no lo sé -reconoció Keira.

– ¡Ahí lo tenéis! ¡No contenta con haber conseguido que nos echaran a todos del valle del Omo, nuestra gran arqueóloga nos pide que mandemos al garete ocho días de trabajo, sabiendo lo contados que tenemos los días, para ir no se sabe dónde a buscar no se sabe qué! Pero ¿se está riendo de nosotros o qué?

– Espera un poco, Éric -volvió a intervenir Wolfmayer-. ¿Qué podemos perder? Hace meses que excavamos y por ahora no hemos encontrado nada concluyente. Y Keira tiene razón en una cosa, nos hemos comprometido con ella, supongo que no se expondría a hacer el ridículo llevándonos consigo si no tuviera una buena razón.

– Vale, pero ¿acaso sabes cuál es esa buena razón? -protestó Éric, indignado-. Es incapaz de decirnos lo que espera encontrar. ¿Sabéis cuánto le cuesta una semana de trabajo a nuestro equipo?

– Si te refieres a nuestros sueldos -terció Karvelis, otro miembro del grupo-, no creo que por eso se vaya a arruinar nadie; y, que yo sepa, de ese dinero es responsable ella. Desde que se marchó, aquí hacemos todos como si nada, pero Keira es la iniciadora de esta campaña de excavaciones. No veo por qué no podemos darle unos días.

Normand, uno de los franceses del equipo, pidió la palabra.

– Las coordenadas que nos ha dicho Keira son muy precisas; aunque extendiéramos el perímetro de excavación unos cincuenta metros cuadrados, no haría falta que desmontáramos nuestras instalaciones aquí. Debería bastarnos con poco material, lo que limita bastante el impacto de interrumpir una semanita el trabajo que nos traemos entre manos.

Éric se inclinó hacia Keira y le dijo que quería hablar un momento a solas con ella. Se fueron a dar un paseo juntos.

– Bravo, veo que no has cambiado, casi los has convencido de que te sigan. Después de todo, ¿por qué no? Pero yo soy un hueso más duro de roer, puedo presionarte con mi dimisión, obligarlos a elegir entre los dos o apoyarte a ti.

– Dime lo que quieres, Éric. He hecho un viaje muy largo y estoy cansada.

– Sea lo que sea lo que encontremos, si es que encontramos algo, quiero compartir contigo la atribución del hallazgo. No ha sido un camino de rosas para mí estos largos meses aquí mientras tú te dedicabas a viajar, y no he hecho todo esto para verme relegado al simple rango de asistente. Te relevé cuando nos dejaste tirados; desde que te fuiste yo he sido quien ha asumido toda la responsabilidad aquí. Si ahora te encuentras con un equipo unido y operativo, me lo debes a mí. Así que no pienso dejar que llegues de nuevas a un terreno cuya responsabilidad es mía, para que luego me relegues.

– ¿Y tú decías antes que el problema de ego era mío? Yo alucino contigo, Éric. Si hacemos un descubrimiento importante, el mérito será del equipo entero, todos por igual, tú también, te lo prometo, y Adrian, porque, créeme, habrá contribuido más que ninguno de los que estamos aquí. ¿Puedo contar con tu apoyo ahora que te has quedado tranquilo?

– Ocho días, Keira, te doy ocho días, y si fracasamos, te coges tu mochila y a tu amigo, y os largáis de aquí con viento fresco.

– Te dejo que eso se lo digas tú mismo a Adrian. Estoy segura de que le va a encantar…