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– Buscamos a un fumador sádico -apostilló Riis.

– ¿No son unos sádicos todos los fumadores? -le preguntó Lundin.

Haver le lanzó una mirada y continuó.

– Probablemente murió entre las cuatro y las ocho de ayer tarde. Es algo difícil precisar la hora teniendo en cuenta que estaba medio congelado.

– ¿Tenía alcohol o drogas en la sangre? -preguntó Ottosson.

– Estaba limpio. Lo único que han constatado es un principio de úlcera de estómago y un hígado que podría haber estado en mejores condiciones.

– ¿Era alcohólico?

– No, no podemos decir que lo fuera, pero el hígado había trabajado lo suyo -contestó Haver, quien de pronto pareció agotado.

– ¿No murió por error? -preguntó Beatrice-. Que se desangrara después de tantos cortes pequeños apunta a un tratamiento largo. Si alguien quiere matar a una persona con un cuchillo le mete una buena cuchillada.

«Es absurdo», pensó Haver.

– Tortura -insistió-. Lo torturaron.

– Era un tipo duro -intervino Ottosson-. No creo que fuera tan sencillo someterlo.

– Eso nunca se sabe -dijo Fredriksson, y se comió la octava galleta-. Una cosa es hacerse el duro sentado a una mesa mientras te interrogan por robo y otro rollo muy distinto es mantener la máscara mientras te torturan hasta matarte.

Ottosson no era de los primeros que solían replicar, pero esta vez se reafirmó.

– Johny era testarudo. Además de valiente. A pesar de su tamaño nunca se rendía.

– Pero tú no lo has torturado -observó Riis.

Ottosson había contado que había interrogado a Johny en varias ocasiones. Estuvo presente en la primera detención, cuando tenía dieciséis años, y luego se habían tropezado durante cinco o seis años.

– ¿Es un asunto antiguo o es algo nuevo? -prosiguió Ottosson-. A mí me cuesta creer que Johny estuviera metido en nuevas irregularidades. Tú, Bea, has visto a la esposa y al hijo, y John, al parecer, se ha comportado bien durante los últimos diez años. ¿Por qué iba a fastidiarlo ahora?

Bea asintió y le lanzó a Ottosson una mirada para animarlo a continuar. Le gustaba cómo hablaba. Él ya era historia mucho antes de que ella llegara a la brigada e incluso antes de que empezara en la escuela. Beatrice pensaba que era un hombre inteligente. Cada vez soltaba menos discursos, y justo ahora ella deseaba que él siguiera hablando, pero Ottosson guardó silencio, le quitó la última galleta a Fredriksson y le lanzó a Beatrice una mirada traviesa.

– La mujer y el hijo parecen buena gente. Él llevaba varios meses en paro y eso había ocasionado pequeños problemas, pero no se había derrumbado. Bebía de vez en cuando, ha dicho la esposa, pero nada de borracheras continuadas. Es posible que ella endulzara algo la historia, pero yo creo que se comportaba bien. Trabajaba en su acuario. Es el más grande que he visto. Seguro que tiene cuatro metros de largo por uno de ancho. Ocupaba toda una pared.

– Como pierda agua, vaya humedades -dijo Riis.

Ottosson le lanzó una mirada que indicaba: «Ya vale de comentarios tontos». Riis esbozó una mueca.

– Al parecer era su pasión -continuó Beatrice-. Era miembro de una asociación de acuarios; según parece era muy activo en la dirección. Soñaba con tener una tienda de peces.

Ottosson asintió.

– En cambio, el hermano -dijo Haver- no parece estar tan limpio. ¿Podría haber empujado a John a hacer algo?

– No lo creo -comentó Beatrice-. Por lo menos no lo hizo de una forma deliberada. Parecía realmente sorprendido. Está claro que uno se encuentra en estado de shock cuando asesinan a su hermano, pero no hay nada que indique que tuviera la más mínima idea de que John estuviera involucrado en alguna pillería.

– No parece tener demasiadas luces -consideró Ottosson-. Quizá sea incapaz de darse cuenta de lo que ha hecho, de que fuera a tener tales consecuencias.

Beatrice pareció dudar.

– Quizá lo entienda ahora -añadió Ottosson.

Morenius, el jefe de la Brigada de Inteligencia Criminal, entró en la sala de personal. Lanzó un voluminoso archivador sobre la mesa, se sentó y emitió un sonoro suspiro.

– Disculpad el retraso, pero tenemos mucho que hacer -dijo, y lo subrayó con un suspiro.

– Tómate un café -propuso Ottosson-, así te despejarás.

Morenius sonrió y se estiró tras el termo de café.

– ¿Galletas? -ofreció Ottosson.

– Lennart Jonsson -comenzó el jefe de la Brigada de Inteligencia Criminal- es uno de nuestros clientes habituales y de unas cuantas administraciones más. Catorce detenciones por conducir sin carné, tres por conducir borracho, dieciséis por robo, tres de ellos con agravante, una por agresión y seguro que veinte más que desconocemos, una por intento de estafa, otra por posesión de drogas, pero esta es de hace mucho tiempo, tres por amenazas y una por desacato. Esto es lo que tenemos. Además, tiene una docena de multas impagadas y una deuda de cerca de treinta mil coronas con la oficina estatal de impagos. Recibe ayuda social y se está tramitando su pensión anticipada.

– ¿Por qué cojones…? -exclamó Lundin.

Morenius parecía agotado tras su larga relación, pero tomó un sorbo de café y prosiguió.

– Al parecer arrastra una antigua lesión. Se cayó de un andamio hace cinco años y desde entonces, en principio, está incapacitado.

– ¿Así que ha trabajado?

– En la construcción sobre todo, pero también para Ragnsells y, durante un tiempo, como portero de discoteca.

– ¿Es Lennart la clave de todo esto?

La pregunta de Ottosson quedó en el aire. Fredriksson se había provisto de un nuevo montón de galletas y seguía masticando. Riis aparentaba aburrimiento. Lundin miraba sus manos y todos esperaban a que se levantara y fuera al cuarto de baño a lavárselas. Su pánico a las bacterias era el hazmerreír de todo el edificio. El gasto en toallas de papel se había incrementado considerablemente desde la llegada de Lundin a la brigada.

Haver abordó una discusión acerca de elaborar un informe sobre los conocidos de la familia Jonsson y su economía.

Al principio Beatrice escuchó con atención, pero pronto se enfrascó en sus propias reflexiones. Intentó recordar algo que le había incomodado durante la visita a Berit Jonsson. ¿Fue quizá cuando mencionaron al hijo? ¿Fue algo que Berit dijo? ¿Puede que una mirada o un cambio en la expresión de su rostro? ¿Una especie de preocupación?

Ottosson interrumpió sus pensamientos.

– Hola, Bea, te he hecho una pregunta. ¿Ha dicho algo Berit sobre cuál era la situación económica de John? ¿Había tenido la familia problemas después de que se quedara sin trabajo?

– No, no lo creo. No parecían pasar necesidades. Berit trabaja media jornada en asistencia domiciliaria y John cobraba el paro.

– Haremos el control rutinario -dijo Ottosson-. ¿Te encargas tú, Riis?

Riis asintió. Era una tarea que le agradaba.

– Yo había pensado volver mañana por la mañana, hablar con Berit y quizá con el niño, inspeccionar las pertenencias de John -expuso Beatrice-. ¿Te parece bien?

– Muy bien -respondió Haver-. La investigación sobre las tiendas de animales no ha dado resultados, pero continuaremos con los peces mañana. Quizá haya tiendas pequeñas, o hasta particulares que venden equipamiento especial desde casa. Habrá que profundizar en lo de la asociación de acuarios. Tenemos que esclarecer el último día de John.

Ottosson finalizó con una palabrería que nadie se preocupó de seguir, pero todos permanecieron educadamente sentados. Para Ottosson era importante el marco de sus reuniones. Tenían que ser agradables y ágiles.

Eran más de las ocho de la noche. El reparto de trabajo había finalizado.

7

Mikael Andersson llamó a la policía a las once. Fue el inspector de guardia quien respondió a la llamada. En otras palabras, Fredriksson, pues el resto se encontraba en Eriksberg ocupándose de un caso de maltrato.