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Intentaron mantener la relación a distancia un tiempo, Dan en Fjällbacka y ella en Gotemburgo, pero sus vidas tomaron caminos opuestos y, tras una dolorosa ruptura, lograron crear una relación de amistad que, casi quince años después, seguía siendo fuerte y entrañable.

Pernilla apareció en la vida de Dan como una bendición de calor y consuelo, cuando éste aún intentaba acostumbrarse a la idea de que él y Erica no tenían futuro juntos. Pernilla estuvo a su lado cuando él más lo necesitaba y su manera de adorarlo llenó parte del vacío que había dejado Erica. Verlo con otra fue para ella una experiencia dolorosa, pero poco a poco comprendió que era inevitable y que era algo que debía suceder tarde o temprano. La vida siempre seguía.

Ahora, Dan y Pernilla tenían tres hijas y Erica notaba que, con los años, habían aprendido a disfrutar de un cálido amor cotidiano, aunque había ocasiones en que creía detectar en Dan cierto desasosiego.

Para Dan y Erica tampoco fue fácil, al principio, seguir siendo amigos. Pernilla lo vigilaba celosa y miraba a Erica con suspicacia. De un modo lento pero eficaz, Erica logró convencerla de que no iba tras su marido y, aunque nunca llegaron a ser buenas amigas, su relación era relajada y sincera, quizá también porque las niñas adoraban a Erica, que incluso era madrina de Lisen.

– ¡La mesa está puesta!

Dan y Erica, que estaban medio tumbados, se levantaron y fueron a la cocina. Allí, sobre la mesa, había colocado Pernilla una humeante olla. Pero sólo había dos cubiertos, a lo que Dan alzó una ceja en gesto inquisitivo.

– Yo ya he comido con las niñas. Comed vosotros mientras yo las meto en la cama.

Erica se sintió avergonzada al saber que Pernilla se había tomado tanta molestia por ella, pero Dan se encogió de hombros y empezó a servirse como si nada una gran porción de lo que resultó ser un suculento guiso de pescado.

– Bueno, cuéntame, ¿cómo estás? Llevamos varias semanas sin saber de ti.

Había más preocupación que reproche en su voz, pero Erica sintió un punto de remordimiento por haber llamado tan poco en las últimas semanas. Había tenido tanto que hacer…

– Sí, bueno, ahora empieza a mejorar la cosa. Pero parece que habrá discusión por la casa -respondió Erica.

– ¿Cómo? -Dan levantó la vista del plato, sorprendido-. Tanto Anna como tú adoráis esa casa. Y vosotras soléis poneros de acuerdo sin dificultad.

– Nosotras sí. Pero no olvides que Lucas también está implicado. Ya siente el olor del dinero y no puede perder la oportunidad. Por otro lado, él nunca ha tenido en cuenta la opinión de Anna, así que no veo por qué ahora iba a ser diferente.

– ¡Joder! Si me lo cruzara una noche, se iba a enterar.

Subrayó sus intenciones dando un fuerte puñetazo contra la mesa de la cocina y a Erica no le cabía la menor duda de que podría darle a Lucas una buena paliza si quisiera. Dan siempre había sido de complexión musculosa y el duro trabajo en el pesquero había fortalecido su cuerpo más aun, aunque la ternura de sus ojos paliaba la impresión de hombre duro. Por lo que Erica sabía, jamás había levantado la mano contra ningún ser vivo.

– No diré nada, por ahora. Aún no sé cuál es mi situación. Mañana llamaré a Marianne, una amiga mía que es abogada y ella me informará de qué posibilidades tengo de impedir la venta; pero esta noche prefiero no pensar en ello. Además, me he visto envuelta en asuntos muy serios los últimos días, lo que hace que las consideraciones sobre mis posesiones materiales se me antojen un tanto insignificantes.

– Sí, ya me he enterado de lo que pasó. -Dan guardó silencio-. ¿Cómo fue la experiencia de encontrarse a alguien en semejantes circunstancias?

Erica meditó su respuesta.

– Triste y terrible al mismo tiempo. Espero no tener que vivir una experiencia así nunca más.

Le habló del artículo que estaba escribiendo y de sus conversaciones con el marido y la colega de Alexandra. Dan escuchaba en silencio.

– Lo que no acabo de entender es por qué se aislaba precisamente de las personas más importantes en su vida. Tendrías que haber visto a su marido, la adoraba. Aunque, por otro lado, lo mismo suele ocurrirle a la mayoría de la gente. Sonríen y fingen estar felices, pero en realidad tienen todo tipo de problemas y preocupaciones.

Dan la interrumpió bruscamente.

– Oye, que el partido empieza dentro de tres segundos y te aseguro que prefiero un partido de hockey a tus interpretaciones cuasi filosóficas.

– No te preocupes, que no voy a seguir. Además, me he traído un libro, por si el partido se pone aburrido.

Dan le lanzó una mirada amenazante, hasta que vio el guiño provocador de Erica. Entraron en la sala de estar justo en el momento del primer saque neutral.

Marianne respondió a la primera señal de llamada.

– Hola, soy Erica.

– ¡Hola! ¡Cuánto tiempo! ¡Qué bien que hayas llamado! ¿Cómo estás? He pensado mucho en ti últimamente…

Una vez más, se le vino a la mente lo poco que se había ocupado de sus amigos en las últimas semanas. Sabía que estaban preocupados por ella, pero en el último mes, en concreto, no había tenido fuerzas ni para llamar a Anna. Y ella sabía que sus amigos la comprendían.

Marianne era una buena amiga de la época de la universidad. Estudiaron juntas literatura, pero, tras casi cuatro años, Marianne descubrió que su vocación no era la de bibliotecaria, cambió el rumbo para estudiar derecho y ser abogada, muy buena, por cierto, según se vería después. De hecho, en la actualidad, era la más joven copropietaria de uno de los bufetes más importantes y afamados de Gotemburgo.

– Bueno, dadas las circunstancias, no estoy mal, gracias. Empezando a poner algo de orden en mi vida, pero aún tengo muchos cabos que atar.

Marianne nunca había sido partidaria de la charla vana y, con su certera intuición, supo enseguida que tampoco era lo que Erica pretendía.

– En fin, dime, ¿qué puedo hacer por ti, Erica? Sé perfectamente que algo hay, así que no intentes convencerme de lo contrario.

– Sí, la verdad es que me da un poco de vergüenza: llevo bastante tiempo sin llamarte y, cuando por fin lo hago, es para pedirte un favor.

– ¡Venga!, no digas tonterías. Dime, ¿en qué puedo ayudarte? ¿Algún problema con la herencia?

– Pues puede decirse que sí, así es.

Erica estaba sentada ante la mesa de la cocina, jugueteando con la carta que había recibido aquella mañana.

– Anna o, más bien, Lucas, quiere vender la casa de Fjällbacka.

– Pero ¿qué dices? -Marianne perdió repentinamente su calma habitual-. ¿Quién coño se ha creído que es ese hombre? ¡Si vosotras adoráis esa casa!

Erica sintió que algo se quebraba en su interior y rompió a llorar enseguida. Marianne relajó su tono y le transmitió a Erica la sensación de que no estaba sola.

– Pero, querida, dime la verdad, ¿estás bien? ¿Quieres que vaya a tu casa? Puedo pasar la noche contigo.

Erica se deshacía en llanto, pero, tras unos cuantos sollozos, se calmó hasta el punto de que empezaba a tener sentido enjugarse las lágrimas.

– Eres muy amable, pero estoy bien. Seguro. Demasiados problemas en poco tiempo, eso es todo. Revisar y clasificar las cosas de mis padres me ha destrozado, llevo retraso en la entrega del libro y la editorial no deja de apremiarme, luego el problema de la casa y, para colmo, llego el viernes y me encuentro muerta a mi mejor amiga de la infancia.

La risa empezó a estallar en su interior como una columna de burbujas y, con los ojos aún llenos de lágrimas, rompió en una carcajada histérica que no logró dominar hasta después de transcurridos unos minutos.

– ¿Te he oído mal o has dicho muerta?