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– ¿Y cuál es ese momento? -quiso saber Henrik-. Birgit fue la última que habló con ella, pero después ninguno de nosotros la llamó hasta el domingo. Así que también pudo suceder el sábado, ¿no? Bueno, yo la llamé el viernes por la noche, hacia las nueve y media, pero ella solía salir a dar un paseo por la noche, antes de acostarse, así que me imagino que estaría fuera.

– El forense no puede precisar más que llevaba muerta aproximadamente una semana. Ni que decir tiene que comprobaremos la información que nos facilitéis con las horas de las llamadas, pero tenemos un dato que apunta a que murió antes de las nueve de la noche del viernes. Hacia las seis, es decir, casi inmediatamente después de haber llegado a Fjällbacka, llamó a un tal Lars Thelander, porque no le funcionaba la caldera. El hombre no podía acudir a mirarla enseguida, pero le prometió que iría a las nueve de aquella misma noche, a más tardar. Según su testimonio, eran exactamente las nueve cuando llamó a su puerta y estuvo esperando un rato, pero, como no le abrió, se marchó a casa. Nuestra hipótesis de trabajo es, pues, que murió en algún momento de la tarde, después de haber llegado a Fjällbacka, pues con el frío que hacía en la casa no parece verosímil que hubiese olvidado que el técnico de la caldera había quedado en ir a repararla.

El cabello del comisario empezaba a reemprender el descenso por uno de los lados y Patrik vio que Erica apenas si podía apartar la vista del espectáculo. Con toda probabilidad, estaría conteniendo el impulso de levantarse y colocárselo ella misma: todos los empleados de la comisaría habían pasado ya por esa fase.

– ¿A qué hora habló usted con ella?

La pregunta de Mellberg iba dirigida a Birgit.

– Pues no estoy segura -admitió mientras intentaba recordar-. Después de las siete, a eso de las siete y cuarto, siete y media, creo. No hablamos mucho rato, porque Alex me dijo que tenía visita -al decir esto, Birgit palideció-. ¿Es posible que se tratara de…?

Mellberg asintió solemne.

– No es del todo imposible, señora Carlgren, no es del todo imposible. Pero en eso consiste nuestro trabajo, en averiguarlo y le aseguro que pondremos todos nuestros recursos al servicio de esta investigación. Sin embargo, una de las tareas más importantes de nuestro trabajo consiste en eliminar sospechosos, de modo que les ruego que redacten el informe relativo a la tarde del viernes.

– ¿Quiere que yo también deje un informe con mi coartada? -preguntó Erica.

– No creo que sea necesario. Pero sí que dejes una declaración de todo lo que hiciste mientras estuviste en la casa el día que la encontraste muerta. Pueden dejarle sus declaraciones al agente Hedström.

Todos se volvieron a mirar a Patrik, que asintió sin pronunciar palabra, y empezaron a levantarse.

– Trágico suceso este. En especial, por el bebé.

Todas las miradas se clavaron enseguida en Mellberg.

– ¿El bebé? -Birgit miraba inquisitiva ya a Mellberg, ya a Henrik.

– Sí, según el forense, estaba embarazada de tres meses. Pero eso no puede ser ninguna novedad.

Mellberg miró a Henrik con una sonrisa socarrona en los labios. Patrik sintió una vergüenza indecible ante la falta de tacto de su jefe.

El rostro de Henrik fue palideciendo hasta adquirir un tono marmóreo bajo la mirada expectante de Birgit. Erica se quedó de piedra.

– ¿Ibais a tener un hijo? ¿Por qué no dijisteis nada? ¡Dios mío!

Birgit se aplicó el pañuelo a la boca y rompió a llorar sin contención y sin dedicar ya un solo pensamiento al rimel que discurría a torrentes por sus mejillas. Henrik volvió a pasarle el brazo por los hombros, pero, sin que Birgit se percatase, su mirada se cruzó con la de Patrik. Era evidente que Henrik no tenía la menor idea de que Alexandra estuviese embarazada. En cambio, y a juzgar por la mirada desesperada de Erica, era igualmente evidente que ella sí lo sabía.

– Hablaremos de ello cuando lleguemos a casa, Birgit -dijo y, volviéndose a Patrik, añadió-: Me encargaré de que recibas nuestras declaraciones escritas sobre lo que hicimos el viernes por la tarde. Me imagino que querrás volver a hablar con nosotros de nuevo cuando las hayas leído, ¿no?

Patrik asintió y alzó las cejas en gesto inquisitivo mirando a Erica.

– Henrik, ahora mismo voy. Sólo voy a saludar a Patrik, nos conocemos de hace ya tiempo.

Se quedó rezagada en el pasillo mientras Henrik llevaba a Birgit al coche.

– ¡Vaya, mira que encontrarme contigo aquí! ¡Qué sorpresa! -exclamó Patrik, balanceándose nervioso sobre las plantas de los pies.

– Sí, si yo hubiera reflexionado un instante, me habría acordado de que trabajabas aquí, claro.

Erica jugueteaba con el asa del bolso entre los dedos y lo miraba con la cabeza ligeramente inclinada a un lado. Todos los gestos de Erica, por pequeños que fuesen, le resultaban familiares.

– Hacía tanto tiempo… Siento no haber podido asistir al funeral. ¿Cómo os las habéis arreglado Anna y tú?

A pesar de su estatura, la vio pequeña de repente y Patrik tuvo que esforzarse para vencer la tentación de acariciarle la mejilla.

– Bueno, más o menos. Anna se fue a casa justo después del entierro, así que yo llevo aquí ya un par de semanas intentando hacer limpieza en ella. Pero no es fácil.

– Ya. Oí que fue una mujer de Fjällbacka quien había encontrado el cadáver, pero no me imaginé que fueras tú. Debió de ser muy desagradable. Además, vosotras erais amigas de pequeñas.

– Sí. Tengo la sensación de que su imagen nunca se borrará de mi retina. Bueno, tengo que irme, me están esperando en el coche. Pero podríamos vernos en otro momento, ¿no? Yo voy a quedarme en Fjällbacka todavía algún tiempo.

Erica estaba ya alejándose por el pasillo.

– ¿Qué te parece el sábado por la noche, para cenar? ¿En mi casa, a las ocho? La dirección está en la guía.

– Estupendo. Nos vemos a las ocho, pues.

Cruzó la puerta reculando.

Tan pronto como ella hubo desaparecido de su vista, Patrik improvisó una especie de danza india en el pasillo, para regocijo de sus colegas. La alegría se enfrió algo, no obstante, cuando cayó en la cuenta de la cantidad de trabajo que le exigiría dejar su casa presentable. Desde que Karin lo había abandonado, no se había sentido con ánimo de encargarse de las tareas domésticas.

Erica y él se conocían desde que nacieron. Sus madres respectivas habían sido muy buenas amigas desde la niñez y habían estado unidas como dos hermanas. Patrik y Erica jugaban mucho juntos y no era exagerado decir que Erica había sido su primer gran amor. De hecho, él creía que había nacido ya enamorado de ella. Había algo obvio y natural en su modo de quererla y ella, por su parte, que no se había parado a pensar en ello siquiera, había dado por supuesta su incondicional admiración. Cuando Erica se trasladó a Gotemburgo, él comprendió que había llegado la hora de abandonar su sueño. Y claro que había estado enamorado de otras desde entonces y cuando se casó con Karin, lo hizo convencido de que envejecerían juntos; pero Erica siempre había estado ahí, como una idea de su subconsciente. A veces, pasaba meses enteros sin pensar en ella; en cambio otras, le venía a la mente en varias ocasiones el mismo día.

El montón de papeles no se había reducido como por milagro mientras estuvo fuera de su despacho. Y con un hondo suspiro, se sentó ante el escritorio y tomó el primero de todos. El trabajo era tan monótono, que le permitiría reflexionar sobre el menú del sábado. En cualquier caso, el postre no era ningún problema: a Erica le encantaba el helado.