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Erica se ruborizó ante la idea de cuál había sido, en realidad, su última visita a aquella casa y bajó la mirada.

– Bueno, no pasa nada.

Acudió allí en su propio coche y aparcó nuevamente detrás de la escuela de Håkebackenskolan. Al cruzar la puerta se dio cuenta de que la casa estaba llena de gente, por lo que se preguntó si no sería mejor marcharse. Pero perdió la oportunidad, pues cuando Henrik se le acercó para ayudarle a quitarse el chaquetón, ya era demasiado tarde para cambiar de idea.

La gente se agolpaba en torno a la mesa, donde habían servido un bufé de pasteles salados. Erica tomó un gran trozo de pastel de gambas y se apartó enseguida, retirándose a una esquina de la sala en la que podría tanto comer como observar tranquilamente al resto de los invitados.

Dominaba la reunión un desenfado inusual para las circunstancias; latía en el ambiente un tono exageradamente jovial y, al mirar a las personas que tenía a su alrededor, descubría en todas ellas una máscara de forzada conversación. La causa de la muerte de Alex estaba latente.

Erica paseó la mirada por la sala, de un rostro a otro. Birgit estaba sentada sobre el borde de un sofá, enjugándose las lágrimas con un pañuelo. Karl-Erik estaba en pie, detrás de ella, con una mano aferrada a su hombro y la otra ocupada con un plato lleno de comida. Henrik se movía por la habitación con ademán profesional, yendo de un grupo a otro, estrechando manos, asintiendo cuando le daban el pésame, recordándoles a todos que después habría café y bizcocho. Era el anfitrión perfecto de pies a cabeza. Como si estuviese en un cóctel cualquiera, en lugar de en el funeral de su esposa. Lo único que delataba el esfuerzo que aquello suponía para él era el largo suspiro y la ligera vacilación en la que, como para recuperar fuerzas, se detenía antes de pasar a saludar al grupo siguiente.

Sólo había una persona cuyo comportamiento desentonaba del cuadro: Julia. Se había sentado en el alféizar de la ventana del porche, con una pierna flexionada y la mirada perdida en el horizonte. Cuantos se acercaban a ella con la intención de mostrarse amables y de participarle su pesar, no tardaban en marcharse de su lado sin haber conseguido nada. Julia despreciaba todos los intentos de acercamiento sin dejar de mirar la gran blancura de afuera.

Erica sintió que le rozaban levemente el brazo, dio un respingo involuntario y derramó un poco de café en el plato.

– Perdona, no era mi intención darte un susto.

Francine sonrió.

– No, no te preocupes. Es que estaba absorta pensando…

– En Julia -adivinó Francine al tiempo que señalaba con un gesto la figura de la ventana-. Ya me he dado cuenta de que la observabas.

– Sí, he de admitir que me interesa su persona. ¡Está tan aislada del resto de la familia! No termino de aclararme, no sé si está triste por la muerte de Alex o si está indignada por alguna razón que no alcanzo a comprender.

– Yo creo que nadie entiende a Julia. Pero no creo que haya sido fácil para ella. El patito feo criado entre hermosos cisnes. Siempre rechazada e ignorada. Y no digo que hayan sido abiertamente malvados con ella en ningún momento; simplemente, era molesta. Por ejemplo, Alex nunca la mencionó siquiera cuando vivíamos en Francia. Cuando yo me vine a vivir a Suecia, me sorprendió saber que tenía una hermana menor. Hablaba de ti más que de su hermana. Vuestra relación debió de ser muy especial.

– A decir verdad, no lo sé. Eramos niñas y, en aquel entonces, éramos hermanas de sangre, no pensábamos separarnos nunca y todo eso. Pero, si Alex no se hubiese marchado del pueblo, supongo que habría ocurrido con nosotras como con el resto de las niñas que crecieron juntas hasta la adolescencia. Habríamos discutido por el mismo chico, nos habrían gustado estilos de ropa distintos, habríamos acabado en distintos círculos sociales y nos habríamos apartado la una de la otra por otras amistades más acordes con la fase en que nos encontráramos o queríamos encontrarnos en un momentodeterminado. Pero, naturalmente, Alex ejerció bastante influencia en mi vida, incluso en mi vida adulta. Por ejemplo, nunca supe deshacerme de la sensación de decepción. Me pregunto quién de las dos hizo algo mal. Simplemente, ella empezó a apartarse cada vez más hasta que un día, de repente, ya no estaba. Cuando nos veíamos después, de mayores, era para mí como una desconocida. Por extraño que parezca, ahora tengo la impresión de que estoy conociéndola otra vez.

Erica pensó en las páginas cada vez más numerosas del libro. Por ahora no contenían más que una serie de impresiones y descripciones mezcladas con sus ideas y reflexiones. Ni siquiera sabía cómo iba a conformar aquel material, sólo que tenía que hacerlo. Su instinto de escritora le decía que aquélla era su oportunidad de crear algo auténtico, aunque no tenía la menor idea de dónde trazar la frontera entre sus necesidades como creadora y su relación personal con Alex. La curiosidad inherente a la creación literaria la impulsaba además a indagar en el misterio de la muerte de Alex en un plano mucho más personal. Habría podido optar por ignorar todo lo relativo a Alex y su destino, darle la espalda al lamentable clan que rodeaba a Alex y dedicarse a sí misma y a sus asuntos. Y en cambio, allí estaba, en una habitación llena de personas a las que en realidad no conocía.

Un pensamiento le vino a la mente. Casi había olvidado el cuadro que vio en el armario de Alex. Pero ahora cayó de pronto en la cuenta de por qué los cálidos tonos que habían capturado en el lienzo el cuerpo desnudo de Alex le resultaron tan familiares. Se dirigió a Francine y le preguntó:

– ¿Recuerdas cuando nos vimos en la galería…?

– Sí.

– Había un cuadro, justo junto a la puerta. Un lienzo enorme que sólo tenía colores cálidos, amarillo, rojo, naranja…

– Sí, ya sé a cuál te refieres. ¿Qué pasa con ese cuadro? ¿No me digas que te interesa comprarlo? -bromeó sonriendo.

– No, me preguntaba quién lo pintó.

– Bueno, ésa es una historia muy triste, la verdad. El artista se llama Anders Nilsson y precisamente, es de aquí, de Fjällbacka. Fue Alex quien lo descubrió. Tiene un talento insólito. Por desgracia, también está extremadamente alcoholizado, lo que destruirá sin duda sus posibilidades como artista. Hoy en día no basta con dejar tus cuadros en una galería y sentarse a esperar el éxito. Además, un pintor debe ser el promotor de su obra, presentarse en las inauguraciones, acudir a recepciones y responder a la imagen del «artista» de pies a cabeza. Anders Nilsson es un borracho al que no se puede invitar a sitios normales. De vez en cuando lo vendemos porque algún cliente capaz de reconocer el talento nos compra un cuadro suyo, pero Anders nunca llegará a ser una estrella permanente en el cielo de los artistas. Aunque suene un tanto crudo, sus posibilidades se multiplicarán si se mata bebiendo. Los artistas muertos siempre tienen más éxito entre el gran público.

Erica miró perpleja a aquella persona de aspecto tan delicado. Francine se dio cuenta y añadió:

– No era mi intención ser cínica. Es sólo que me pone furiosa que alguien con tanto talento lo eche a perder por una botella de alcohol. Si digo que es trágico me quedo corta. Tuvo suerte de que Alex viese sus cuadros. De lo contrario, los únicos que habrían disfrutado de su arte habrían sido los alcohólicos de Fjällbacka. Y me cuesta creer que ellos sean capaces de apreciar los aspectos más intelectuales del arte.

Había colocado una pieza del rompecabezas, pero por más que lo intentaba, Erica no veía cómo encajaba con el resto del dibujo. ¿Por qué tendría Alex un desnudo suyo pintado por Anders Nilsson escondido en el armario? Una posible explicación sería que Alex le hubiese encargado el retrato a un pintor cuyo talento admiraba para después regalárselo a Henrik; o a su amante. Pese a todo, no le sonaba del todo convincente. El desnudo emanaba una sensualidad y una sexualidad impensables en una relación entre extraños. Entre Alex y Anders existía una relación evidente. Aunque, por otro lado, Erica sabía bien que no era una experta en arte y que su intuición bien podía ser equivocada.