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Un leve murmullo inundó de improviso la sala. Se originó en el grupo que más cerca estaba de la puerta y se contagió después al resto de los congregados. Todas las miradas se dirigieron hacia la puerta por la que hizo su aparición un huésped totalmente inesperado. Cuando Nelly Lorentz la cruzó, todo el mundo perdió el resuello de pura sorpresa. Erica pensó en el artículo de periódico que había encontrado en el dormitorio de Alex y empezó a ver que todos los datos en apariencia aislados daban vueltas en su cabeza sin lograr conectarse unos con otros.

La supervivencia de Fjällbacka había dependido de los avatares de la fabrica de conservas Lorentz. Casi la mitad de los habitantes en activo trabajaban en la fábrica y los miembros de la familia Lorentz eran los reyes del pueblo. Puesto que Fjällbacka no contaba con ninguna base para la existencia de una alta sociedad, los Lorentz constituían una clase independiente. Desde la elevada posición que les brindaba su gran mansión en la cima de la colina, los Lorentz contemplaban Fjällbacka desde arriba, con altiva soberbia.

La fábrica había sido inaugurada el año 1952 por Fabian Lorentz. Era descendiente de una familia de pescadores con larga tradición y se esperaba que él siguiese los pasos de sus antepasados. Pero la pesca escaseaba cada vez más y el joven Fabian era tan ambicioso como inteligente y no pensaba conformarse con salir adelante con los mismos escasos medios que su padre.

Puso en marcha la fábrica de conservas partiendo de cero y cuando murió, a finales de los setenta, le dejó a su esposa Nelly una considerable fortuna, además de una empresa floreciente. A diferencia de su esposo, que había sido hombre muy querido, Nelly Lorentz tenía fama de ser presuntuosa y fría, y no sólo apenas se dejaba ver en el pueblo sino que, como una reina, no admitía más visitas que las de aquellos a quienes invitaba expresamente. De ahí que verla cruzar la puerta causase una sensación extraordinaria. Aquello sería materia de habladurías suficiente para varios meses.

Era tal el silencio que reinaba en la habitación que habría podido oírse la caída de un alfiler. Lorentz le hizo a Henrik el honor de dejarse ayudar con las pieles y de entrar de su brazo en la sala de estar. Él la fue guiando hasta el sofá del centro, donde estaban Birgit y Karl-Erik mientras que, a modo de saludo, iba agraciando con su asentimiento a varios escogidos de entre los invitados. Cuando llegó hasta donde estaban los padres de Alex, la conversación se reanudó de nuevo. Vana charla sobre esto y aquello, cuando lo que todos pretendían era enterarse de lo que se decía en la zona del sofá.

Erica fue uno de los afortunados en recibir el gesto de aceptación de Nelly. Por su condición asimilable a la de celebridad, había sido hallada digna y, desde que sus padres murieron, había recibido una invitación de Nelly Lorentz para tomar el té. Ella la declinó educada, aduciendo que aún estaba recuperándose de la pérdida.

Observó con curiosidad a Nelly, que ya transmitía sus más sentidas simpatías a Birgit y a Karl-Erik. Erica dudaba mucho de que su huesudo cuerpo abrigase ningún tipo de simpatías. Era de una delgadez extrema y sus muñecas sobresalían por la bocamanga de su traje, de factura perfecta. Lo más probable era que llevase toda la vida pasando hambre para poder lucir una escualidez tan a la moda, pero sin comprender que lo que podía sentar bien a las curvas naturales de la juventud no resultaba igual de hermoso cuando la vejez empezaba a dejar su huella. Tenía el rostro afilado y anguloso, pero extraordinariamente liso y sin arrugas, lo que llevó a Erica a sospechar que la naturaleza había recibido ayuda del bisturí. El cabello era su atributo más hermoso. Era abundante y de un gris plateado, recogido en una elegante trenza de espiga, pero peinado hacia atrás tan tirante que la piel de la frente también se había tensado un tanto, confiriéndole al rostro una expresión de ligera sorpresa. Erica calculó que tendría algo más de ochenta años. Se rumoreaba que, en su juventud, había sido bailarina y que había conocido a Fabian Lorentz un día en que actuaba en el ballet de un establecimiento de Gotemburgo al que ninguna joven de bien se atrevería a entrar y, de hecho, Erica pensó que en efecto podía detectarse su formación de bailarina en los graciosos movimientos que aún conservaba. Según la versión oficial, no obstante, jamás había pisado una sala de fiestas, sino que era hija de un cónsul de Estocolmo.

Tras unos minutos de discreta conversación, Nelly dejó a los dolientes padres para ir a sentarse con Julia en el porche. Nadie dejó ver con un solo gesto lo extraordinario que les resultaba aquello y todos prosiguieron con su charla con un ojo puesto en la singular pareja.

Erica había vuelto a quedarse sola en un rincón, puesto que Francine la dejó para seguir abriéndose paso entre los invitados. Así que ya podía dedicarse a observar a Julia y a Nelly sin que nadie la distrajese. Por primera vez en todo el día, vio una sonrisa en el rostro de Julia. La joven bajó de un salto del alféizar y se sentó junto a Nelly en el sofá de mimbre, donde permanecieron las dos, hablándose casi al oído, entre susurros.

¿Qué podía tener en común una pareja tan dispar? Erica echó una ojeada al sofá donde estaba Birgit. Las lágrimas habían dejado de correr a mares por sus mejillas y ahora fijaba en su hija y en Nelly Lorentz una mirada limpia y llena de temor. Erica resolvió de pronto que aceptaría la invitación de la señora Lorentz. Podía resultar interesante mantener una conversación a solas con ella.

Cuando abandonó la casa de las alturas y pudo respirar de nuevo el aire libre, sintió un gran alivio.

Patrik estaba un poco nervioso. Hacía mucho que no cocinaba para una mujer. Y, por si fuera poco, para una mujer ante la que no se sentía indiferente. Todo tenía que salir perfecto.

Fue canturreando mientras cortaba en rodajas el pepino para la ensalada. Tras muchos apuros y no menos meditación, se decidió por solomillo de ternera, que ahora tenía condimentado y listo en el horno, a pocos minutos de estar en su punto. La salsa hervía en el fogón y con sólo olerla se le hacía la boca agua.

Había tenido una tarde estresante. No pudo irse del trabajo algo más temprano, como esperaba, por lo que se vio obligado a limpiar la casa en tiempo récord. No era consciente de hasta qué punto había abandonado el hogar desde que Karin lo dejó, pero, cuando lo vio con los ojos con que lo vería Erica, comprendió que la situación requería una intervención importante.

Le avergonzaba haber caído en la típica trampa del soltero, con la casa sucia y el frigorífico vacío. No se había dado cuenta de la gran carga que Karin había llevado con la casa, sino que dio por supuesto que ésta debía estar limpia y ordenada, sin dedicar un instante a pensar cuánto trabajo requería mantenerla en orden. Fueron muchas las cosas que dio por supuestas.

Cuando Erica llamó a la puerta, se quitó enseguida el delantal y echó una ojeada al espejo para comprobar su peinado. Pese a que se había tomado la molestia de ponerse espuma, aparecía ahora tan indomable como siempre.

Erica estaba, como era habitual en ella, fantástica. Traía las mejillas sonrosadas por el frío y el rubio y abundante cabello ensortijado por debajo del cuello del anorak. Le dio un leve abrazo de bienvenida, aunque se permitió el lujo de cerrar los ojos un segundo y de aspirar el aroma de su perfume, antes de apartarse para que entrase al calor de la casa.

La mesa ya estaba puesta y empezaron con los entremeses mientras esperaban que el primer plato estuviese listo. Patrik la observaba a hurtadillas mientras ella saboreaba el aguacate con relleno de gambas. Cierto que no era un plato sofisticado, pero resultaba difícil fracasar con él.