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Se inclinó para observarlos con más detenimiento. Parecían dispuestos por orden cronológico, de izquierda a derecha. El primero era un retrato en blanco y negro de una elegante pareja de novios. Nelly estaba deslumbrante con un vestido completamente ceñido a su figura, pero Fabian no parecía muy cómodo en el frac.

En el siguiente retrato, la familia ya había aumentado y Nelly aparecía con un bebé en los brazos. A su lado, Fabian mantenía la expresión severa y grave del retrato anterior. Venía después una larga serie de instantáneas de un niño a distintas edades, unas veces solo, otras con Nelly. En la última fotografía de la serie aparentaba unos veinticinco años. Nils Lorentz. El hijo desaparecido. Tras el primer retrato de toda la familia, se diría que los únicos miembros que la componían eran Nils y Nelly. Aunque tal vez fuese porque a Fabian no le gustara demasiado retratarse y prefiriese estar detrás de la cámara. Las fotos de Jan, el hijo adoptivo, brillaban por su ausencia.

Erica dirigió su atención al escritorio que había en un rincón de la habitación. Oscuro, de madera de cerezo con hermosas incrustaciones de marquetería que Erica siguió con los dedos. No tenía ningún adorno y parecía que su única función era la estética. Estuvo tentada de mirar en los cajones, pero no estaba segura de cuánto tardaría Nelly. Era evidente que la conversación se alargaba, pero su anfitriona podía aparecer en la habitación en cualquier momento. De modo que Erica centró su atención en la papelera. Había en ella varios papeles arrugados, sacó la primera bola de papel y la alisó con esmero. Y leyó, con creciente interés. Más desconcertada de lo que ya estaba, volvió a dejar el papel arrugado en la papelera. Nada de lo relacionado con aquella historia era lo que parecía.

Oyó una tosecilla a su espalda. Y vio que Jan Lorentz estaba en el umbral de la puerta alzando las cejas con gesto inquisitivo. Erica ignoraba cuánto tiempo llevaba allí.

– Erica Falck, ¿verdad?

– Así es. Y tú debes de ser Jan, el hijo de Nelly.

– Exacto, así es. Encantado. Has de saber que eres algo así como un tema de conversación en este pueblo.

El joven se le acercó para estrecharle la mano con una amplia sonrisa. Ella correspondió con desagrado. Había algo en aquel hombre que le ponía el vello de punta. Él le retuvo la mano algo más de la cuenta y ella ahogó el impulso de retirarla de golpe.

Jan parecía venir directamente de una reunión de negocios, con el traje bien planchado y el maletín. Erica sabía que era él quien dirigía la empresa familiar. Y, además, con mucho éxito.

Llevaba el pelo repeinado hacia atrás, demasiado engominado. Tenía los labios perfilados y carnosos, no apropiados para un hombre, y los ojos hermosos, con largas pestañas. De no ser por su poderoso mentón y la barbilla partida, su aspecto habría sido muy femenino. Sin embargo, la mezcla de líneas rectas y curvas de su rostro le otorgaba un aspecto un tanto curioso, aunque no era fácil decidir si resultaba o no atractivo. A Erica le infundía cierta repulsión, pero dicha opinión se basaba más bien en la sensación indefinible que el joven le producía en la boca del estómago.

– De modo que mi madre ha conseguido que vengas, por fin. Te diré que llevas bastante tiempo siendo la primera de su lista, desde que se publicó tu primer libro.

– Vaya, sí, ya me ha parecido entender que aquí se ve como el suceso del siglo. Tu madre me había invitado ya un par de veces, pero hasta ahora no me había parecido el momento adecuado.

– Ya, me enteré de lo de tus padres. Una tragedia. Te ruego aceptes mis condolencias.

Sonrió con gesto compasivo, pero sin que se reflejase en sus ojos.

Nelly volvió a la habitación. Jan se inclinó para besar a su madre en la mejilla y Nelly se dejó hacer con una expresión de indiferencia.

– ¡Bueno, mamá! Por fin ha podido venir Erica. Tanto como lo deseabas…

– Sí, estoy encantada.

La mujer se sentó en el sofá. Su rostro reflejó un gesto de dolor y se agarró el brazo derecho.

– ¡Pero, mamá! ¿Qué te pasa? ¿Te duele? ¿Quieres que vaya a buscar tus pastillas?

Jan se inclinó y posó las manos sobre los hombros de su madre, pero Nelly se los sacudió bruscamente.

– No, no me pasa nada. Achaques de la edad, nada por lo que preocuparse. Por cierto, ¿no deberías estar en la fábrica?

– Sí, sólo vine a recoger unos documentos. En fin, pues nada, dejaré solas a las señoras. No hagas esfuerzos, madre, piensa en lo que te dijo el médico…

Nelly resopló por toda respuesta. El semblante de Jan expresaba preocupación e interés auténticos, pero Erica habría podido jurar que vio una ligera sonrisa en la comisura de sus labios cuando salía de la habitación y, por un instante, volvió el rostro hacia ellas.

– Procura no envejecer. Cada año que pasa, más grata se me hace la idea del precipicio. Lo único que me cabe esperar es que me vuelva tan senil que me sienta otra vez como a los veinte años. No me habría importado volver a vivirlos.

Nelly dibujó una sonrisa amarga.

No parecía un tema de conversación muy agradable, de modo que Erica murmuró algo parecido a una respuesta y cambió de asunto.

– De todos modos, debe de ser un consuelo tener un hijo que se encargue de continuar la empresa familiar. Si no me equivoco, Jan y su esposa viven contigo.

– ¿Un consuelo? Sí, puede que sí.

Nelly dirigió una fugaz mirada a las fotografías de la chimenea, pero no añadió ningún otro comentario y Erica no se atrevió a seguir preguntando.

– Bueno, ya está bien de hablar de mí y de mis cosas. ¿Estás escribiendo algún libro en estos momentos? He de decir que me encantó el último, el que trataba sobre Karin Boye. Consigues que las personas que aparecen en la biografía resulten tan vivas… ¿Y cómo es que sólo escribes sobre mujeres?

– Pues empezó un poco por casualidad, creo. Mi memoria de licenciatura trataba sobre las grandes escritoras suecas y quedé tan fascinada, que pensé que me gustaría saber más sobre quiénes eran, cómo eran en realidad. Empecé, como quizá sepas, con Anna Maria Lenngren, puesto que era a la que menos conocía y, después, todo vino un poco rodado. En estos momentos estoy escribiendo sobre Selma Lagerlöf y estoy encontrando buen número de interesantes puntos de vista.

– ¿No te has planteado nunca escribir algo, cómo diría…, no biográfico? Tu forma de expresarte es tan rica y fluida que sería interesante leer alguna narración tuya.

– Claro que algo de eso he pensado -admitió Erica esforzándose por no parecer culpable-. Pero en estos momentos estoy totalmente entregada al proyecto de Lagerlöf. Cuando lo termine, ya veremos qué pasa.

Miró el reloj.

– Y, a propósito de escribir, debo disculparme. Aunque en mi profesión no hay que fichar, es necesario tener disciplina y ya es hora de que me vaya a casa para escribir el cupo diario. Muchas gracias por el té, y por las pastas.

– Si no es nada. Estoy encantada de que hayas venido.

Nelly se levantó del sofá con graciosa agilidad. Y ya no se le notaban los achaques.

– Te acompañaré hasta la puerta. En otra época lo habría hecho nuestra interna Vera, pero los tiempos cambian. Ya no se lleva tener interna y tampoco creo que haya quien pueda permitírselo. A mí me habría gustado conservarla, pues podemos pagarla, pero Jan se niega. Dice que no quiere tener extraños en casa. Pero que venga a limpiar una vez a la semana sí que lo admite. En fin, no siempre es fácil entenderos a los jóvenes.