Mientras se hacía el café, fueron materializándose sobre la mesa y ante la vista de Patrik una serie de dulces de repostería a cual mejor. Nada de galletas finlandesas ni de simples bollos de aceite, sino enormes bollos de canela, soberbias magdalenas, galletas de abundante chocolate y esponjosos dulces de merengue iban apareciendo mientras a Patrik se le hacía la boca agua y la saliva empezaba a chorrearle por las comisuras de los labios. La señora Petrén rió de buena gana al ver la expresión de su rostro antes de sentarse a su lado en una de las sillas y después de haber servido sendas tazas de humeante y aromático café recién hecho.
– Comprendo que quiere usted hablar conmigo de la moza de la casa de enfrente. Pero ya he hablado con su comisario y le dije lo poco que sé.
Patrik se desprendió con bastante esfuerzo del bollo de nata al que acababa de hincarle el diente y tuvo que limpiarse los dientes con la lengua antes de poder abrir la boca.
– Bueno, quizá tenga usted, señora Petrén, la amabilidad de contarme a mí qué fue lo que vio exactamente. Por cierto, ¿le importa que ponga la grabadora?
Pulsó el botón de grabación y aprovechó para darle al bollo un buen mordisco, mientras esperaba la respuesta de la mujer.
– Claro, por supuesto que puede ponerla. Pues verá, fue el viernes, veinticinco de enero, a las seis y media. Por cierto, mejor nos tuteamos. De lo contrario me siento como un vejestorio.
– ¿Y cómo es que estás tan segura de la fecha y la hora? Después de todo, ya han pasado dos semanas desde entonces.
Patrik tomó otro bocado.
– Pues verás, es que era mi cumpleaños, así que vino mi hijo con su familia, y hubo tarta y regalos. Después, se fueron justo antes de las noticias de las seis y media en el canal cuatro y entonces oí un gran escándalo en la calle. Me acerqué a la ventana que da a la pendiente y a la casa de la moza, y entonces lo vi.
– ¿A Anders?
– A Anders el pintor, sí señor. Borracho como una cuba, gritando y aporreando la puerta como un loco. Al final ella lo dejó entrar y después todo quedó en silencio. Bueno, no porque él dejara de gritar, que de eso yo no sé nada. Una no puede oír lo que sucede en el interior de las casas.
La señora Petrén se dio cuenta de que el plato de Patrik estaba vacío y le acercó la bandeja de los bollos de canela con gesto tentador. Él no se hizo de rogar, sino que se sirvió raudo uno de los primeros bollos de la sobrecargada bandeja.
– ¿Y estás totalmente segura de que era Anders Nilsson? No hay la menor duda al respecto, ¿verdad?
– ¡No, ni hablar! A ese sinvergüenza puedo yo reconocerlo a estas alturas. Andaba por aquí un día sí y otro también y, si no, estaba en la plaza con los demás borrachínes. La verdad, no comprendo qué pintaba él con Alexandra Wijkner. Has de saber que aquella moza tenía mucho estilo. Hermosa y bien educada. Cuando era pequeña, solía venir a mi casa y yo le ofrecía zumo y galletas. Precisamente, se sentaba en ese banco, a menudo con la hija de Tore, cómo se llamaba…
– Erica -dijo Patrik con la boca llena de bollo de canela y, con sólo pronunciar su nombre, sintió un cosquilleo en el estómago.
– Eso es, Erica. También muy linda y buena niña, pero fíjate que Alexandra tenía algo especial. Brillaba con luz propia. Pero luego, algo pasó… Dejó de venir y apenas si me saludaba. Un par de meses después se mudaron a Gotemburgo y, a partir de entonces, sólo volví a verla cuando empezó a venir los fines de semana, hace un par de años.
– ¿Los Carlgren no solían venir antes por aquí?
– No, nunca. Pero seguían cuidando la casa. Enviaron carpinteros y pintores y Vera Nilsson venía a limpiar un par de veces al mes.
– ¿Y no tienes la menor idea de lo que sucedió antes de que los Carlgren se trasladasen a Gotemburgo? Me refiero a qué fue lo que hizo cambiar a Alex. ¿Algún enfrentamiento familiar o algo por el estilo?
– Bueno, claro que corrían rumores, rumores siempre hay por aquí, pero yo no les daría mucho crédito. Aunque son muchos aquí en Fjällbacka los que aseguran que lo saben casi todo de los demás, debes tener muy claro que nadie sabe nunca lo que sucede en el interior de las casas. Por eso a mí no me gusta especular. No sirve de nada. Venga, sírvete otro bollo, aún no has probado mis deliciosos dulces de merengue.
Patrik sopesó un instante y, sí, desde luego que aún le quedaba un pequeñísimo espacio para un dulce de merengue.
– ¿Viste algo más después? Por ejemplo, cuándo se marchó Anders Nilsson.
– No, aquella noche no volví a verlo. Pero lo vi entrar en la casa varias veces la semana siguiente. Muy extraño, he de decir. Por lo que he oído por el pueblo, ella ya estaba muerta, ¿no? ¿Qué tenía él que hacer allí, entonces?
Eso era precisamente lo que Patrik se preguntaba. La señora Petrén lo miró ansiosa:
– Y bien, ¿estaba rico?
– Estos han sido sin duda los mejores dulces que he comido jamás, señora Petrén. ¿Cómo es que puedes preparar semejante bandeja de bollos así, como si nada? Quiero decir, no había pasado más de un cuarto de hora desde que había llamado. Habrías tenido que ser tan rápida como Superman para que te hubiese dado tiempo de hornear todas estas exquisiteces.
Ella se regodeó en los elogios y enderezó el cuello, orgullosa.
– Mi marido y yo llevamos la pastelería de Fjällbacka durante treinta años, así que algo he aprendido en todo ese tiempo. Es difícil desprenderse de las viejas costumbres, así que yo sigo levantándome a las cinco de la mañana y horneo cada día. Lo que no se comen los niños y las mujeres del barrio que vienen a hacerme una visita, se lo doy a los pájaros. Además, me encanta probar nuevas recetas, hay tantos dulces modernos que están mucho más ricos que las viejas galletas finlandesas que antes hacíamos por toneladas. Encuentro las recetas en las revistas de cocina y luego las retoco como a mí me parece.
La mujer señaló un inmenso montón de revistas que había en el suelo, junto al banco de la cocina, entre las que había de todo, desde Amelias Mat hasta Allt om mat, acumuladas de varios años. A juzgar por los precios de cada ejemplar, Patrik supuso que la señora Petrén había podido ahorrar una buena suma durante los años de actividad en la pastelería. De repente, tuvo una inspiración:
– ¿Sabes si existía algún otro tipo de relación entre la familia Carlgren y la familia Lorentz? Salvo que Karl-Erik trabajaba para ellos, claro.
– ¡Por Dios santo! ¿Los Lorentz codearse con los Carlgren? No, querido, eso sólo habría podido suceder en una semana con dos jueves. No se movían en los mismos círculos. Y el que Nelly Lorentz, según me han contado, se presentase en el funeral, es lo que yo llamo una sensación, ni más ni menos.
– ¿Y el hijo? El que desapareció. ¿No sabes si tuvo algo que ver con los Carlgren?
– No, desde luego, cabe esperar que no. Un jovencito muy desagradable. Siempre intentaba birlar algún bollo en la pastelería sin que nos diéramos cuenta. Pero mi marido le quitó la costumbre el día que lo sorprendió. Le soltó la reprimenda de su vida. Después, claro está, vino Nelly echando humo y nos reprendió y nos amenazó con denunciar a mi marido a la policía. Claro que ella lo retiró enseguida, cuando él le explicó que había testigos de los hurtos, así que podía llamar al fiscal, si quería.
– Pero, por lo demás, ninguna relación con los Carlgren, que tú sepas, ¿no?
La anciana negó con un gesto.
– Bueno, era sólo una idea mía… Aparte del asesinato de Alex, la desaparición de Nils es el suceso más trágico que ha acontecido aquí y, nunca se sabe… A veces uno descubre las coincidencias más absurdas. En fin, en ese caso, creo que no tengo nada más que preguntar, así que ya me voy. Muchas gracias, tengo que reconocer que son unos bollos increíblemente buenos. Ahora tendré que ponerme a ensalada un par de semanas -dijo Patrik dándose una palmadita en la tripa.