Выбрать главу

El timbre sonó en la planta baja y, cuando echó un último vistazo al espejo, vio con horror que aún tenía el pelo en aquel desastroso peinado recogido con un coletero amarillo chillón. Se lo arrancó de un tirón y, con ayuda de un cepillo y algo de espuma, logró darle una forma aceptable. Volvió a sonar el timbre, con más insistencia esta vez, y Erica se apresuró a bajar pero se detuvo a medio camino para recuperar el aliento y calmarse un poco. Con el semblante más tranquilo que fue capaz de componer, abrió la puerta y pintó en su rostro una sonrisa.

El dedo le temblaba un poco cuando tocó el timbre. Había estado a punto de darse media vuelta varias veces mientras se dirigía allí y llamar después para disculparse diciendo que le había surgido un imprevisto, pero era como si el coche hubiese conducido él solo hacia Sälvik. Recordaba perfectamente dónde vivía ella y tomó sin problemas la cerrada curva a la derecha de la cuesta que había antes del camping, camino de su casa. Estaba oscuro por completo, pero las farolas iluminaban lo suficiente como para entrever el reflejo del mar. De un golpe, comprendió lo que sentiría Erica por su hogar de la infancia; al igual que comprendía el dolor que debía de sentir ante la posibilidad de perderlo. Y de un golpe comprendió también lo imposible de sus sentimientos por ella. Erica y Anna pensaban vender la casa y no habría ya nada en Fjällbacka que la retuviese. Volvería a Estocolmo y un policía rural de Tanumshede no le sacaría mucha ventaja al guaperas del bar de Stureplan. Así, con paso abatido, se encaminó a la puerta y llamó al timbre.

Nadie le abría, así que llamó por segunda vez. Desde luego, la idea ya no le parecía tan buena como en el momento en que se le ocurrió, al salir de casa de la señora Petrén. Pero, simplemente, no había podido resistir la tentación de llamarla cuando la tenía tan cerca. Aun así, se arrepintió un poco cuando la oyó por teléfono. Sonaba tan ocupada, incluso irritada. En fin, ahora era demasiado tarde para lamentarlo. El timbre de la puerta resonaba ya por segunda vez en el interior de la casa.

Oyó pasos bajando la escalera. Después, se detuvieron un instante, antes de reiniciarse, llegar hasta abajo y junto a la puerta. Ésta se abrió y…, allí estaba ella, con su amplia sonrisa. Erica le hacía perder el resuello. Era incapaz de comprender cómo lograba lucir siempre ese aspecto tan lozano. Tenía la cara limpia, sin maquillaje, con esa belleza natural que era lo que más lo atraía a él de una mujer. Ni en sueños se habría dejado ver Karin sin maquillar, pero Erica era tan fantástica a sus ojos que no podía imaginar nada que mejorase lo que estaba a la vista.

La casa estaba como siempre, como él la recordaba de las visitas de su infancia. Los muebles y la casa habían envejecido con dignidad y conjuntamente. Dominaban el blanco y la madera, con tejidos claros en blanco y azul que armonizaban a la perfección con la pátina envejecida del mobiliario. Erica había encendido unas velas para ahuyentar la oscuridad invernal. La paz y la tranquilidad se respiraban en el ambiente. Mientras pensaba en todo aquello, siguió a Erica hasta la cocina.

– ¿Quieres un café?

– Sí, gracias. Ah, por cierto -dijo Patrik al tiempo que le tendía la bolsa con los dulces-. Aunque quisiera llevarme algunos a la comisaría. Hay suficientes y hasta de sobra, te lo garantizo.

Erica miró al interior de la bolsa y sonrió.

– Vaya, veo que has estado con la señora Petrén.

– Exacto. Y estoy tan lleno que apenas si puedo moverme.

– Una anciana encantadora, ¿a que sí?

– Sí, increíble. Si hubiese tenido noventa años, digamos, me habría casado con ella sin dudarlo.

Ambos se echaron a reír.

– Bueno, ¿qué tal estás?

– Bien, gracias.

Se hizo un momento de silencio que los obligó a ambos a moverse inquietos en las sillas. Erica llenó dos tazas de café y vertió el resto en un termo.

– Ven, vamos a sentarnos en el porche.

Bebieron los primeros sorbos en un silencio que no les parecía ya incómodo, sino muy agradable. Erica estaba sentada en el sofá de mimbre, enfrente de Patrik, que se aclaró la garganta antes de preguntar:

– ¿Qué tal va el libro?

– Bien, gracias. ¿Y a ti? ¿Cómo te va con la investigación?

Patrik reflexionó un instante y, finalmente, resolvió contarle más de lo que en realidad debía. Erica estaba, pese a todo, implicada y no veía cómo podría perjudicar aquello a la investigación.

– Pues creo que hemos resuelto el caso. O, al menos, eso parece. Tenemos a un detenido, al que están interrogando en estos momentos y que, a la luz de las pruebas, está tan pillado como se pueda imaginar.

Erica se inclinó hacia delante llena de curiosidad.

– ¿Y quién es?

Patrik dudó un instante.

– Anders Nilsson.

– Así que, al final, fue Anders. Qué raro. La verdad es que, pese a todo, no me parece verosímil.

Patrik se sentía inclinado a darle la razón. Simplemente, había demasiados cabos sueltos, que no quedaban atados con la detención de Anders. Pero las pruebas físicas del lugar del crimen y las declaraciones de los testigos de que no sólo se encontraba en la casa justo antes de que la víctima fuese asesinada, sino también en varias ocasiones mientras estuvo muerta, hasta que hallaron el cadáver, no dejaba lugar para demasiadas dudas. Y aun así…

– Bueno, pues entonces ya ha pasado todo. Es extraño, pensé que me sentiría más aliviada al saberlo resuelto. Pero ¿y el artículo que yo encontré? El de la desaparición de Nils, ya sabes. ¿Cómo encaja en el cuadro, si es cierto que Anders es el asesino?

Patrik se encogió de hombros y alzó las manos con resignación.

– La verdad, Erica, no lo sé. No lo sé. Tal vez no tenga nada que ver con el asesinato. Pura casualidad, sin más. En cualquier caso, no hay razón para remover más ese asunto. Alex se llevó sus secretos a la tumba.

– Y el hijo que esperaba, ¿era de Anders?

– ¿Quién sabe? De Anders, de Henrik… Tu propuesta es tan buena como la mía. La verdad es que resulta difícil entender qué podían tener Alex y él en común. Para que luego hablen de parejas raras. Cierto que no es tan extraño que la gente tenga amantes, pero ¿Alexandra Wijkner y Anders Nilsson? A mí me parece increíble que lograse llevarse a nadie a la cama y menos aun a Alexandra Wijkner. Ella era…, bueno, lo único que se me ocurre decir es que estaba buenísima.

Por un instante, Patrik creyó ver cómo se arrugaba el entrecejo de Erica. Pero la joven recuperó enseguida su expresión habitual, educada y amable. Serían figuraciones suyas, seguro. Erica abrió la boca, como para decir algo, cuando se oyó desde el vestíbulo la melodía del bus de los helados. Los dos se sobresaltaron al oírlo.

– Es mi móvil. Si me perdonas un momento.

Patrik se apresuró hacia el vestíbulo para llegar a tiempo y, tras rebuscar un instante en el bolsillo, logró dar con el teléfono.

– Patrik Hedström -dijo al descolgar-. Ajá. De acuerdo… Comprendo… En ese caso volvemos a estar a cero. Sí, sí, ya lo sé. Vaya, ¿eso dijo? Bueno, eso no lo sabemos. Muy bien, señor comisario. Adiós.

Cerró el móvil con un firme clic antes de volverse hacia Erica.

– Ponte algo de abrigo, que vamos a darnos una vuelta.

– ¿Adónde?

Erica lo miraba inquisitiva mientras él se llevaba la taza a la boca.

– Tenemos nuevos datos sobre la implicación de Anders. Parece que ya no es sospechoso.

– ¡Vaya! Pero ¿adonde dices que vamos?

– Tanto tú como yo teníamos la sensación de que algo no cuadraba. Tú encontraste el artículo sobre la desaparición de Nils en casa de Alex. Y puede que haya más cosas allí que nos convenga encontrar.