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– Pero en el estómago de Alexandra ¡no había ni rastro de vino!

Erica se inclinó hacia delante, cada vez más interesada, con los codos apoyados en las rodillas.

– No, claro que no. Puesto que estaba embarazada, prefería el refresco de manzana al vino, pero la cuestión es quién se bebió el vino.

– ¿Había platos sucios?

– Sí, había un plato, un tenedor y un cuchillo con restos de pescado. Además, en el fregadero, había dos copas sin enjuagar. En una de ellas había montones de huellas dactilares. Las de Alex. En cambio, en la otra, no había una sola huella.

Patrik cesó de nuevo en su ir y venir y fue a sentarse en el sillón, que antes había orientado hacia Erica, extendió sus largas piernas y cruzó las manos sobre el vientre.

– Lo que sin duda implica que alguien debió de limpiar las huellas de esa copa.

Erica se sintió increíblemente inteligente al haber puesto el broche al razonamiento y Patrik fue lo suficientemente educado como para que pareciese que él no había pensado ya en ello.

– Sí, eso parece. Puesto que habían enjuagado las copas, no hallamos restos del somnífero en ninguna de ellas. Pero yo supongo que Alex se lo tomó con el refresco.

– Pero ¿por qué se tomó el pescado gratinado ella sola, cuando parece que tenía en mente una suculenta cena de solomillo para dos?

– Exacto, ésa es la cuestión. ¿Por qué había de despreciar nadie una suculenta cena para calentarse un pescado precocinado en el microondas?

– Porque había planeado una cena romántica para dos, pero su pareja no se presentó.

– Sí, eso es lo que yo pienso. Esperó y esperó, pero finalmente se dio por vencida y se calentó algo en el micro. Y la comprendo. No es nada agradable sentarse a cenar solomillo uno solo.

– Pero Anders vino a visitarla, de modo que no sería él a quien esperaba. ¿Qué me dices del padre de la criatura? -preguntó Patrik.

– Sí, imagino que eso es lo más verosímil. ¡Dios, qué situación más lamentable! Ella prepara una cena impresionante y pone a enfriar una botella de vino, tal vez para celebrar lo del niño, qué sé yo, y él no se presenta y la deja aquí esperando. Pero ¿quién vino, si no fue él?

– Bueno, aún no podemos excluirlo del todo. Pudo ser que viniera, pero tarde.

– Sí, claro, tienes razón. ¡Ah, qué frustración! ¡Si pudiéramos hacer que hablasen las paredes!

Erica miró a su alrededor, como intentando lograr su deseo.

Era una habitación muy hermosa. Tenía un aspecto nuevo y atractivo. Incluso el aire olía a pintura. El color de las paredes era uno de los favoritos de Erica, un azul claro mezclado con gris, y estaba combinado con ventanas y muebles blancos, en llamativo contraste, y era tal la paz que reinaba en la habitación que sintió deseos de descansar la cabeza en el sofá y cerrar los ojos. Había visto aquel sofá en House, en Estocolmo y, con sus ingresos, sólo habría podido soñar con él. Era grande y mullido y parecía que se desparramaba por todos lados. Muebles nuevos se mezclaban con antigüedades en una composición ciertamente elegante. Seguro que Alex había encontrado aquellos objetos antiguos durante sus trabajos de restauración en la casa de Gotemburgo. La mayor parte de ellos eran de estilo gustaviano, que Erica pudo reconocer gracias a IKEA. Ella llevaba ya tiempo deseando poder comprar un par de muebles de su serie, de fabricación actual pero de estilo justamente gustaviano. Lanzó, con envidia, un profundo suspiro antes de recordarse a sí misma cuál era el motivo por el que se encontraban allí, lo que aniquiló todo indicio de aquella envidia.

– O sea que, lo que tú quieres decir es que alguien a quien ella conocía vino aquí, su amante o alguna otra persona, que se tomaron una copa juntos y que esa persona puso el somnífero en el refresco de Alex -sintetizó Erica.

– Sí, ésa es la conjetura más verosímil.

– ¿Y después? ¿Qué crees que ocurrió después? ¿Cómo fue a parar a la bañera?

Erica se hundió aun más en el sofá y se atrevió incluso a poner las piernas sobre la mesa. ¡Tenía que ahorrar como fuese para comprarse aquel sofá! Por un instante, se le ocurrió que si vendían la casa, podría permitirse comprar los muebles que se le antojase. Pero enseguida desechó la idea.

– Yo creo que el asesino esperó hasta que se hubo dormido, la desnudó y la arrastró hasta el cuarto de baño.

– ¿Y qué te hace creer que la arrastró hasta allí y no la llevó en brazos?

– Según el informe del forense, tenía magulladuras en los talones y cardenales en los brazos.

De repente, Patrik se incorporó en el sillón y miró a Erica esperanzado.

– ¿Puedo hacer una prueba?

Erica se puso alerta y dijo en tono escéptico:

– Bueno, depende de lo que quieras probar.

– Estaba pensando que tú podrías hacer de víctima.

– Vaya, gracias. ¿De verdad crees que mi talento teatral dará para eso?

Se echó a reír pero se levantó dispuesta a prestarse a ello.

– No, no, siéntate. Lo más probable es que estuviesen aquí sentados y que Alex se durmiese en el sofá. Así que, por favor, desmáyate y cae desplomada ahí encima.

Erica protestó un poco, pero se esforzó al máximo por representar a una persona inconsciente. Cuando Patrik empezó a tirar de ella, abrió los ojos y le dijo:

– No tendrás pensado quitarme la ropa también, ¿verdad?

– No, desde luego que no, yo no haría, quiero decir, no había pensado… -balbució sonrojado.

– Tranquilo, estaba de broma. Tú dedícate a matarme.

Erica sintió cómo la bajaba al suelo tras haber apartado un poco la mesa. Empezó intentando arrastrarla tirando de las muñecas, pero al ver que aquello no funcionaba nada bien, la agarró por los brazos y fue tirando en dirección al cuarto de baño. De pronto, Erica se sintió extremadamente consciente de su peso. Patrik debía de pensar que pesaba media tonelada. Intentó hacer un poco de trampa empujando algo con los pies, para no parecer tan pesada, pero Patrik la reprendió enseguida. ¡Dios!, ¿por qué no habría seguido la dieta de El peso ideal de forma un poco más estricta las últimas semanas? En honor a la verdad, ni siquiera había intentado seguirla un poquito, sino que se había dedicado a todo lo contrario, a comer compulsivamente. Para colmo de males, mientras Patrik la arrastraba, se le subió el jersey de modo que un michelín delator amenazaba con asomar por la cinturilla. Intentó entonces meter la barriga inspirando profundamente y conteniendo la respiración, pero al final tuvo que volver a respirar.

El suelo de baldosas del baño la hizo estremecerse, pero no sólo por el frío. Cuando Patrik la hubo llevado hasta la bañera, la soltó despacio.

– Bueno, esto no ha sido nada difícil. Pesado, pero no imposible. Y Alex pesaba menos que tú.

«Oye, gracias», pensó Erica, que seguía tumbada en el suelo intentando cubrirse discretamente el michelín con el jersey.

– Una vez aquí, el asesino sólo tenía que meterla en la bañera.

Hizo amago de ir a levantar a Erica por los pies, pero ella se incorporó rápidamente y empezó a sacudirse la ropa.

– Eso sí que no, de eso nada. Ya tengo bastantes moratones por hoy. Y tú jamás conseguirías meterme a mí en la bañera, de eso no hay duda.

Patrik aceptó sus protestas contrariado, salió del cuarto de baño y fue a la sala de estar.

– Con Alex ya en la bañera, al asesino le resultó fácil abrir el grifo e ir cortándole las venas de las muñecas con una hoja de afeitar que había en el armario del baño. Después, no le quedaba más que eliminar su rastro. Fregar las copas y limpiar las huellas dactilares. Entre tanto, Alex iba desangrándose hasta morir en el cuarto de baño. Mucha, mucha frialdad.

– ¿Y la caldera? ¿Ya estaba estropeada cuando ella llegó a Fjällbacka?

– Sí, eso parece. Y fue una suerte para nosotros. Habría sido mucho más ardua la tarea de obtener pruebas del cuerpo si hubiese estado a temperatura ambiente durante toda la semana. Por ejemplo, habría sido imposible aislar las huellas de Anders.