De repente, un ciervo cruzó trotando ante el coche y Patrik se vio bruscamente apartado de sus sombrías cavilaciones. Pisó a fondo el freno y logró evitar el cuarto trasero del animal por un par de centímetros. El coche patinó sobre el hielo de la calzada y no se detuvo hasta después de transcurridos unos segundos, largos y aterradores. Apoyó la cabeza sobre las manos, aún aferradas convulsamente al volante y aguardó hasta haber recuperado un pulso normal. Se quedó allí sentado un par de minutos y, después, reanudó el viaje a Fjällbacka, pero le llevó un par de kilómetros atreverse a cambiar el paso de tortuga por algo más de velocidad.
Cuando conducía por la pendiente de Sälvik, cubierta de arena, en dirección a la casa de Erica, iba con cinco minutos de retraso. Aparcó el coche detrás de la entrada al garaje y tomó la botella de vino que llevaba para regalarle. Respiró hondo y echó un último vistazo al peinado en el espejo retrovisor, antes de sentirse preparado.
El montón de ropa que inundaba la cama de Erica estaba en pie de igualdad con el de Patrik. Incluso podría decirse que lo superaba ligeramente. El armario empezaba a estar vacío y había varias perchas que tintineaban en la barra. Suspiró abatida. Nada le sentaba del todo bien. Los kilos extra que había ido engordando en las últimas semanas hacían que nada le quedase como ella quería. Aún lamentaba con amargura haberse pesado aquella mañana, y se maldecía por ello. Erica escrutó con mirada crítica la imagen que le devolvía el espejo.
El primer dilema se le presentó después de la ducha cuando, igual que su heroína favorita, Bridget Jones, se vio ante la elección de qué braguitas ponerse. ¿Debía elegir su precioso tanga de encaje, por si se presentaba la remota ocasión de que ella y Patrik acabasen en la cama? ¿O, por el contrario, sería más acertado ponerse esas bragas enormes y horrendas con sujeción para la tripa y el trasero, que incrementarían considerablemente las posibilidades de que Patrik y ella acabasen en la cama? Difícil elección. Sin embargo, teniendo en cuenta la envergadura de la tripa, resolvió por fin ponerse la variante más favorecedora. Y, sobre ellas, unas medias también con sujeción. En otras palabras, la artillería pesada.
Miró el reloj y comprendió que ya era hora de decidirse. Tras echar un vistazo al montón de ropa que había en la cama, sacó de debajo la primera prenda que se había probado. El negro la hacía más delgada y el clásico vestido por las rodillas, modelo recuperado del viejo estilo Jackie Kennedy, favorecía la figura. Las únicas joyas que se puso fueron unos pendientes de perlas y el reloj de pulsera y se dejó el pelo suelto. Se colocó ante el espejo de perfil y metió la tripa. Y sí, con ayuda de la combinación braguitas-faja, medias-faja y respiración contenida, su aspecto resultaba bastante aceptable. Así, tuvo que admitir que los kilos extra no eran tan perjudiciales. Podría vivir sin los que habían ido a parar a la tripa, pero el que se había distribuido por los pechos hacía que una hendidura bastante homogénea se dejase ver por el escote del vestido. Cierto que con la ayuda de un sujetador con relleno, pero esos remedios debían de ser de uso generalizado hoy en día. Además, el que ella llevaba había sido confeccionado según los últimos avances tecnológicos, con silicona en los cascos, lo que provocaba un balanceo del pecho muy similar al natural. Un magnífico exponente del éxito de la ciencia en el servicio al ser humano.
El estrés provocado por la sesión de prueba y los nervios habían hecho que empezasen a sudarle las axilas, así que volvió a lavarse con un suspiro de abatimiento. Casi veinte minutos le llevó conseguir un maquillaje perfecto y, cuando estuvo lista, se dio cuenta de que la decoración de su persona le había llevado más tiempo del deseable y de que debería haber empezado a ultimar la comida antes. Rápidamente, empezó a ordenar la habitación. Le habría llevado demasiado tiempo volver a colgar la ropa en las perchas, de modo que, simplemente, tomó el montón tal y como estaba y lo dejó caer en el suelo del armario antes de cerrar la puerta. Por si acaso, hizo la cama y echó una ojeada para comprobar que no se había dejado tiradas por el suelo ningunas bragas del revés. Un par de bragas sucias de la marca Sloggi podían hacer que cualquier hombre perdiese el apetito.
Con el corazón en un puño, se apresuró a la cocina, pero estaba tan estresada que se sentía aturdida, sin saber por dónde empezar.
Se obligó a serenarse y respiró hondo. Tenía dos recetas en la mesa e intentó organizar el trabajo teniendo en cuenta el tiempo que le quedaba y las instrucciones de las mismas. No era una maestra de la cocina, pero era bastante buena y había seleccionado las recetas después de mucho rebuscar en números antiguos de Elle Gourmet, a la que estaba suscrita. De primero serviría pastel de patata con crema fresca, huevas de lumpo y cebolla roja rallada. El segundo plato sería solomillo de cerdo en hojaldre con salsa de oporto y patata prensada, y de postre Gino con salsa de vainilla. Por suerte, había preparado el postre por la tarde, de modo que ya podía borrarlo de la lista. Decidió empezar por poner a cocer las patatas para el segundo plato y después rallar las patatas crudas para el primero.
Trabajó sin descanso durante una hora y media y, cuando sonó el timbre, dio un respingo, sobresaltada. El tiempo había pasado demasiado rápido y esperaba que Patrik no estuviese muerto de hambre, pues la comida tardaría aún un buen rato en estar lista.
Erica iba ya camino de la puerta cuando cayó en la cuenta de que todavía llevaba puesto el delantal y el timbre volvió a oírse antes de que ella hubiese logrado deshacer el lazo que, con esfuerzo, había conseguido hacerse a la espalda. Lo desató, por fin, se quitó el delantal y lo dejó en una silla que había en el vestíbulo. Se pasó la mano por el pelo, se recordó que debía meter la tripa y respiró hondo antes de abrir la puerta con una sonrisa.
– ¡Hola Patrik! Bienvenido.
Se dieron un leve abrazo a modo de saludo y Patrik le dio la botella de vino envuelta en papel de plata.
– ¡Vaya, gracias! ¡Qué amable!
– Bueno, me lo recomendaron en el Systembolaget. Vino chileno con mucho cuerpo y sabor a bayas rojas y un regusto a chocolate, al parecer. Yo no entiendo mucho de vinos, pero en la tienda suelen ser expertos.
– Seguro que es excelente.
Erica rió afable y dejó la botella en la vieja consola del vestíbulo para ayudarle a Patrik a quitarse la cazadora.
– Bueno, adelante. Espero que no estés muerto de hambre. Como de costumbre, mi planificación del tiempo era demasiado optimista, así que aún falta un rato para que la cena esté lista.
– No, no te preocupes, puedo esperar.
Patrik siguió a Erica hasta la cocina.
– ¿Hay algo que yo pueda hacer?
– Pues sí, si quieres, puedes coger el sacacorchos que está en el primer cajón y abrir una botella de vino. Podríamos empezar por probar el que has traído.
Él obedeció de buen grado mientras Erica sacaba dos grandes copas que puso sobre la encimera, antes de empezar a comprobar el estado de lo que había en el horno. Al solomillo le faltaba todavía un rato y, al probar las patatas, notó que aún estaban medio crudas. Patrik le tendió una de las copas, ahora llenas de un vino de un intenso rojo oscuro. Ella lo movió ligeramente para liberar los aromas del caldo, metió la nariz en la copa e inspiró con la boca cerrada. Un cálido perfume a roble penetró por sus fosas nasales y casi le llegó a la planta de los pies. Exquisito. Tomó un trago que mantuvo en la boca al tiempo que respiraba, también por la boca. El sabor era tan agradable como el aroma y Erica comprendió que Patrik se había gastado bastante dinero en aquella botella.