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– Eso puedes jurarlo. Más bien son polos opuestos; por lo menos, en lo que al físico se refiere. Ambas parecen haber tenido en común su carácter introvertido, aunque Julia lo acompaña de una acritud que no creo que caracterizase a Alex. Ella parecía más, cómo decirlo…, indiferente, según me han dicho quienes la trataron. Julia se muestra más bien indignada. Incluso iracunda. Tengo la impresión de que algo bulle en su interior casi como un volcán. Un volcán en reposo. Te sonará raro, ¿verdad?

– No, en absoluto. Yo creo que, como escritor, uno debe tener un sexto sentido para las personas. Un conocimiento especial de la naturaleza humana.

– ¡Bah! ¡No me llames escritora! Yo misma no creo haber hecho nada para merecer ese título, todavía.

– ¿Con cuatro libros publicados y aún no te consideras escritora?

El asombro de Patrik era sincero y Erica intentó explicarle a qué se refería.

– Bueno, verás, son cuatro biografías, y tengo una quinta en preparación. No pretendo menospreciar ese trabajo, pero, para mí, un escritor es alguien que escribe algo original, algo que surge de su propio corazón y de su propio cerebro. No aquel que cuenta la vida de otro. Así que el día que escriba algo totalmente mío, podré llamarme escritora.

De repente se le ocurrió que, en realidad, lo que acababa de decir no era toda la verdad. Desde un punto de vista formal, no había ninguna diferencia entre las biografías que había escrito sobre personajes históricos y el libro sobre Alex en el que estaba trabajando. De hecho, éste también trataba sobre la vida de otra persona. Sin embargo, era distinto. Por un lado, la vida de Alex rozaba la suya de un modo más que evidente y, por otro, en su libro podía expresar algo propio. Así, en el marco de una serie de hechos objetivos, podía dirigir el espíritu del libro. En cualquier caso, aún no podía decírselo a Patrik. Nadie debía saber que estaba escribiendo un libro sobre Alex.

– Así que Julia vino a verte y te hizo un montón de preguntas acerca de su hermana. ¿Tuviste la oportunidad de preguntarle por Nelly Lorentz?

Erica libraba en su interior una dura batalla, pero finalmente resolvió que su conciencia no le permitiría ocultarle a Patrik aquella información. Tal vez él pudiese sacar de esos datos unas conclusiones que ella era incapaz de extraer. Se trataba de la pequeña pero vital pieza del rompecabezas que había optado por no mencionar cuando estuvo cenando en su casa. Pero, puesto que ella misma no había averiguado mucho a partir de esa información, no vio por qué seguir guardando silencio al respecto. No obstante, pensó que debía servir antes el segundo plato.

Se levantó con el fin de retirar su plato, aprovechando para inclinarse algo más de la cuenta: estaba decidida a jugarse al máximo sus mejores cartas. Y, a juzgar por la expresión de Patrik, comprobó que acababa de mostrar póquer de ases. Evidentemente, las quinientas coronas que le había costado el Wonderbra estaban resultando una excelente inversión. Aunque, en el momento de la compra, su bolsillo se resintiera.

– Deja, ya lo quito yo.

Patrik tomó los platos que ella ya había retirado y la acompañó a la cocina. Erica vertió el agua de las patatas y puso a Patrik a preparar el puré en una fuente mientras ella condimentaba y ponía a hervir la salsa. Un chorrito de oporto y un buen pellizco de mantequilla y ya estaba lista para servir. Nada de crema desnatada, no. Después, sólo quedaba retirar del horno el solomillo empanado y hacerlo filetes. Tenía una pinta estupenda. Un ligero tono rosado en el interior, pero sin ese jugo rojizo que solía indicar que la carne no estaba del todo hecha. Como guarnición, había preparado guisantes cocidos al dente, que colocó en una fuente de porcelana Rörstrand, igual que el puré de patatas. Entre los dos, llevaron los manjares a la mesa. Ella esperó a que él se sirviera, antes de dejar caer la bomba.

– Julia es la única heredera de Nelly Lorentz.

Patrik estaba bebiendo en ese preciso momento y se atragantó con el vino, pues empezó a toser con la mano en el pecho y se le saltaron las lágrimas.

– Perdona, ¿qué has dicho? -preguntó Patrik sin apenas poder hablar.

– Digo que Julia es la única heredera de la fortuna de Nelly. Es lo que dice el testamento de Nelly -explicó Erica con calma mientras le servía a Patrik un vaso de agua para que se le calmase la tos.

– No sé si atreverme a preguntar cómo lo has sabido…

– Porque estuve husmeando en la papelera de Nelly cuando me invitó a tomar el té en su casa.

Patrik sufrió un nuevo ataque de tos y miró incrédulo a Erica. Mientras él apuraba casi toda el agua del vaso de un trago, Erica prosiguió:

– Había una copia del testamento en la papelera. Y allí decía claramente que Julia Carlgren heredaría todos los bienes de Nelly Lorentz. Bueno, a Jan le corresponde la legítima, pero todo lo demás es para Julia.

– ¿Y lo sabe Jan?

– Ni idea. Pero yo apostaría que no: no creo que lo sepa.

Erica continuó, mientras se servía la comida.

– Lo cierto es que, cuando Julia estuvo aquí, le dije que parecía conocer muy bien a Nelly Lorentz y le pregunté cómo había entablado la relación con ella. Ni que decir tiene que me dio una respuesta absurda, pues me dijo que la conocía de cuando trabajó en la fábrica de conservas un par de veranos. No dudo de que sea cierto que trabajase allí, pero se reservó el resto de la verdad. Además, dejó bien claro que se trataba de un asunto del que no tenía el menor deseo de hablar.

Patrik quedó pensativo.

– ¿Has pensado que son ya dos las parejas de esta historia que parecen totalmente dispares? No sólo dispares, sino inverosímiles, diría yo. Alex y Anders, por un lado, y Julia y Nelly, por el otro.¿Cuál es el denominador común? Cuando encontremos ese eslabón, habremos resuelto el caso, creo yo.

– Alex. ¿No es Alex el denominador común?

– No -rechazó Patrik-. Eso parece demasiado fácil. Tiene que ser otra cosa. Algo que se nos escapa o que no terminamos de comprender.

Cruzó el aire con el tenedor, como un espadachín.

– Además, está Nils Lorentz. O, más bien, su desaparición. Tú vivías en Fjällbacka por aquel entonces. ¿Qué recuerdas de todo aquello?

– Era muy pequeña, ya sabes, y a los niños no se les cuenta nada, claro. Pero recuerdo que hubo mucho secreteo en torno al asunto.

– ¿Secreteo?

– Sí, lo normal, dejaban de hablar cuando yo entraba en la habitación; los mayores hablaban en voz baja; «Shh, a callar, que no nos oigan los niños», y comentarios por el estilo. En otras palabras, que lo único que sé es que hubo un montón de habladurías en torno a la desaparición de Nils. Pero yo era demasiado pequeña y no me enteré de nada.

– Mmm, creo que voy a escarbar un poco más en ese asunto. Tendré que incluirlo en la lista de tareas para mañana. Pero ahora estoy cenando con una mujer que no sólo es hermosa sino que, además, cocina de maravilla. Un brindis por la anfitriona.

Alzó su copa y Erica se sintió halagada por el cumplido. No tanto por el de la comida como por el relativo a su hermosura… ¡Con lo fácil que sería todo si pudiesen leerse el pensamiento! Todo aquel juego sería absurdo. Pero no, allí estaba ella, esperando que él le diese la menor señal de si estaba o no interesado. Lo de ver qué pasaba estaba bien cuando se era adolescente, pero con los años, el corazón se volvía menos elástico. Uno se implicaba más en las relaciones y las secuelas afectaban cada vez más a la autoestima.

Después de que Patrik hubiese repetido tres veces y de que la conversación pasase del asesinato a los sueños, la vida y la resolución de los problemas del mundo, se trasladaron al porche para asentar la comida antes del postre. Se acomodó cada uno en un extremo del sofá bebiendo vino a pequeños sorbos. No tardarían en haber dado cuenta de la segunda botella y ambos sentían ya los efectos del alcohol, la pesadez, cierto calor y una sensación de adormecimiento en la cabeza, como si la tuviesen envuelta en una agradable y blanda capa de algodón. La noche se veía negra a través de los cristales, sin una sola estrella en el firmamento. Y la profunda oscuridad exterior los hizo sentirse como encerrados en una protectora concha gigante. Como si estuviesen solos en el mundo. Erica no recordaba haberse sentido antes con tal sosiego, tan a gusto con su existencia. Con la misma mano en la que sostenía la copa, hizo un gesto con el que logró abarcar toda la casa.