La cabeza estaba a punto de estallarle. Tenía la boca tan seca que la lengua se le quedaba pegada al paladar, pero en algún momento anterior debió de tener saliva, pues sentía en la mejilla la mancha húmeda del almohadón. Tenía la sensación de que algo lo estuviese obligando a mantener los párpados cerrados, oponiéndose a su deseo de abrir los ojos. Pero, tras un par de intentos, lo logró.
Ante él había una aparición. También Erica estaba tumbada sobre el costado, vuelta hacia él, con el rubio cabello alborotado en torno al rostro. Su respiración lenta y profunda indicaba que aún dormía. Lo más probable es que estuviese soñando, pues le aleteaban las pestañas y los párpados se estremecían levemente de vez encuando. Patrik pensó que podría quedarse allí contemplándola eternamente sin cansarse. Toda la vida, si era necesario. Erica se sobresaltó entre sueños, pero su respiración recobró enseguida su ritmo acompasado. Era verdad que era como montar en bicicleta. Pero él no se refería sólo al acto en sí, sino también a la sensación de amar a una mujer. En los días y las noches más aciagos, siempre pensó que sería imposible volver a sentir aquello una vez más. Y ahora se le antojaba imposible no sentirlo.
Erica se movió inquieta y Patrik observó que estaba a punto de despertar. También ella luchó un poco por abrir los ojos, hasta que lo consiguió. Una vez más, Patrik se sorprendió ante la intensidad de su azul.
– Buenos días, dormilona.
– Buenos días.
La sonrisa que iluminó el semblante de Erica lo hizo sentirse como un millonario.
– ¿Has dormido bien?
Patrik miró las cifras iluminadas del despertador.
– Sí, las dos horas que he dormido han sido un placer. Aunque las horas de vigilia lo fueron aún más.
Erica volvió a sonreír por toda respuesta.
Patrik sospechaba que le apestaría el aliento, pero no pudo resistir la tentación de acercarse a besarla. El beso se prolongó y duró una hora que pasó en un suspiro. Después, Erica se quedó tumbada sobre su brazo izquierdo dibujándole círculos en el pecho. Lo miró, antes de preguntar:
– ¿Creías que íbamos a acabar así?
Patrik reflexionó un instante, antes de responder, con el brazo derecho bajo la nuca mientras pensaba:
– Bueno, no puedo decir que lo creyese. Aunque tenía esa esperanza.
– Yo también. Quiero decir que lo deseaba, no que lo creía.
Patrik pensó en lo osado que se sentía, pero, en la confianza que le inspiraba el tener a Erica sobre su brazo, sintió que era capaz de todo.
– La diferencia es que tú empezaste a desearlo hace muy poco, ¿no es cierto? ¿Tú sabes cuánto tiempo llevo yo deseándolo?
Ella lo miró expectante.
– No, ¿cuánto?
Patrik hizo una pausa de efecto.
– Desde que tengo uso de razón. He estado enamorado de ti desde que tengo uso de razón.
Al oírse a sí mismo decirlo en voz alta, oyó también que era la pura verdad. En efecto, así era.
Erica lo miró con los ojos muy abiertos.
– ¡Estás de broma! ¿Quieres decir que yo he andado preocupada e inquieta por si tendrías el mínimo interés en mi persona y ahora vienes y me dices que habría sido tan fácil como recoger fruta madura? Vamos, simplemente, sírvase usted mismo.
Lo dijo en tono jocoso, pero Patrik notó que sus palabras la habían emocionado.
– Bueno, no es que, por eso, yo haya vivido en celibato y en un desierto de sentimientos durante toda mi vida. También he estado enamorado de otras mujeres; de Karin, por ejemplo. Pero tú siempre has sido especial. Cada vez que te veía, sentía algo aquí dentro.
Señaló con el puño cerrado el lugar del corazón. Erica le tomó la mano, la besó y la posó sobre su mejilla. A Patrik, aquel gesto, se lo dijo todo.
Invirtieron la mañana en conocerse el uno al otro. La respuesta de Patrik a la pregunta de Erica sobre cuál era su principal afición provocó en ella un alarido.
– Nooooooooooo, ¡otro apasionado del deporte no! ¿Por qué? ¿Por qué no puedo encontrar a un hombre con la inteligencia suficiente para comprender que perseguir una pelota sobre un campo de césped es una actividad perfectamente normal, ¡pero a los cuatro o cinco años!? O que, por lo menos, adopte una posición un tanto escéptica ante la utilidad que para el ser humano puede tener el que alguien salte dos metros de altura por encima de un palo.
– Dos cuarenta y cinco.
– ¿Cómo que dos cuarenta y cinco? -preguntó Erica en un tono que indicaba que su interés por la respuesta sería mínimo.
– El que más alto salta de todo el mundo, Sotomayor, salta dos cuarenta y cinco. Las damas superan ligeramente los dos metros.
– Ya, bueno, lo que sea.
Erica lo miró suspicaz.
– ¿Tienes el Eurosport?
– Sí señor.
– ¿Y el Canal Plus por el deporte, no por las películas?
– Sí señor.
– ¿Y TV1000, por la misma razón?
– Sí señor. Aunque, para ser sincero, TV1000 la tengo por dos razones.
Erica lo golpeó en broma, dándole unos puñetazos en el pecho.
– ¿He olvidado algo?
– Sí señor. En TV3 dan mucho deporte.
– He de decir que mi radar de fanáticos del deporte está muy desarrollado. Hace una semana, pasé una tarde increíblemente triste y aburrida en casa de mi amigo Dan, viendo un partido de hockey de las Olimpiadas. De verdad que no termino de comprender cómo puede pareceros interesante ver a varios hombres con rodilleras y coderas gigantescas perseguir una cosita blanca.
– Bueno, es mucho más entretenido y productivo que pasarse los días en las tiendas de ropa.
En respuesta a aquel inmotivado ataque al mayor de sus pecados, Erica arrugó la nariz y dirigió a Patrik un gesto verdaderamente feo. De pronto, vio que sus ojos se encendían con un súbito brillo.
– ¡Maldita sea!
Patrik se sentó en la cama de un salto.
– ¿Perdona?
– ¡Maldita sea, joder, me cago en la mar!
Erica lo miraba atónita.
– ¿Cómo coño pude pasar por alto algo así?
Se daba golpes en la frente con el puño, para subrayar sus palabras.
– ¿¡Hola!? Estoy aquí, ¿recuerdas? ¿Serías tan amable de decirme de qué estás hablando?
Erica agitaba los brazos en manifiesta protesta y Patrik perdió la concentración por un instante, al ver el movimiento que el gesto imprimía a su pecho desnudo. Después, saltó raudo de la cama, desnudo como un recién nacido y corrió escaleras abajo. Cuando volvió arriba, llevaba en la mano un par de periódicos, se sentó en la cama y empezó a hojearlos febrilmente. A aquellas alturas, Erica había abandonado toda esperanza de que le diese alguna explicación y, simplemente, lo miraba con interés.
– ¡Ajá! ¡Qué suerte que no hayas tirado a la basura los suplementos de programación de la tele!
Con gesto triunfante, agitaba uno de esos suplementos ante Erica.
– ¡Suecia-Canadá!
Erica seguía contentándose con alzar en silencio una ceja interrogante.
– Suecia ganó a Canadá en un partido de los Juegos Olímpicos. Fue el viernes, veinticinco de enero, en la cuatro.
La joven seguía sin verlo claro. Patrik suspiró.
– Suspendieron la programación ordinaria por el partido. Anders no pudo llegar a casa aquel viernes justo cuando empezaba la serie favorita Mundos separados, porque la habían suspendido. ¿Lo comprendes?
Poco a poco, Erica fue cayendo en la cuenta de lo que Patrik intentaba decirle. La coartada de Anders acababa de esfumarse. Por inconsistente que fuese, a la policía le habría costado rebatirla. Ahora podrían ir a buscar a Anders a la luz del nuevo material de que disponían. Patrik asintió satisfecho al ver que Erica lo comprendía.