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En el apartamento no se oía el menor ruido. ¿Pudiera ser que Anders no estuviese en casa? Cuando estaba durmiendo la mona, sus resoplidos y ronquidos solían oírse desde el vestíbulo. Bengt echó un vistazo a la cocina. Allí no había nada, salvo los habituales caldos de cultivo de las bacterias. La puerta del baño estaba abierta de par en par, y tampoco allí se veía a nadie. Dobló la esquina con una desagradable sensación en el estómago. El espectáculo que lo aguardaba en la sala de estar lo hizo pararse en seco. La botella que sostenía en la mano cayó al suelo con estrépito, pero el cristal no se rompió.

Lo primero que vio fueron los pies, que se mecían sueltos a poca distancia del suelo. Aquellos pies desnudos se movían ligeramente, de un lado a otro, como un péndulo. Anders llevaba puestos los pantalones, pero tenía el torso desnudo. La cabeza colgaba también formando un ángulo extraño. Tenía el rostro desfigurado y amoratado y la lengua, que asomaba por entre los labios, parecía demasiado grande para caber dentro de la boca. Era el cuadro más triste que Bengt había presenciado en toda su vida. Se dio la vuelta y salió sigiloso del apartamento, no sin antes recoger del suelo la botella. Rebuscó a ciegas en su interior por ver si encontraba algo a lo que aferrarse, pero no halló más que vacío. En cambio, echó mano del único cable que conocía. Se sentó en el umbral del apartamento de Anders, se llevó la botella a los labios y lloró desconsoladamente.

Dudaba de que su nivel de alcoholemia fuese el permitido por la ley, pero a Patrik aquello no lo preocupaba demasiado en aquel momento. Conducía algo más despacio que de costumbre, por si acaso; pero puesto que, mientras gobernaba el volante, iba marcando distintos números de teléfono y hablando por el móvil, resultaba discutible que aquella reducción contribuyese demasiado a la seguridad vial.

Llamó en primer lugar al canal de televisión TV4, donde le confirmaron que la serie Mundos separados se había anulado de la programación del viernes 25, a causa del partido de hockey. Después, llamó a Mellberg que, como él ya se esperaba, quedó más que satisfecho ante la noticia y ordenó que volviesen a arrestar a Anders de inmediato. Con la tercera llamada obtuvo la confirmación que necesitaba y, acto seguido, se dirigió a la urbanización donde vivía Anders. Estaba claro que Jenny Rosen debía de haberse confundido de día, error que los testigos solían cometer.

Pese a la excitación que le producía el posible cambio de rumbo del caso, no era capaz de centrarse por completo en su misión. Su pensamiento recalaba constantemente en la persona de Erica y la noche que habían pasado juntos. Se sorprendió con una amplia sonrisa bobalicona mientras los dedos, como con voluntad propia, tamborileaban una cancioncilla sobre el volante. Sintonizó una emisora de radio en la que daban viejos clásicos y enseguida se oyeron las notas de Respect, de Aretha Franklin. Aquella alegre melodía se adaptaba perfectamente a su estado de ánimo, así que subió el volumen. Cuando se acercaba el estribillo, él cantaba también a voz en grito al tiempo que intentaba bailar sentado. Pensaba que estaba haciéndolo estupendamente hasta que la radio perdió la señal y se oyó a sí mismo vociferar Respect. Un cosquilleo más bien desagradable vapuleó sus tímpanos.

Cada minuto de la noche pasada se le antojaba ahora como un estado onírico de embriaguez. Y no sólo por la cantidad de vino que habían bebido. Era como si un velo, un telón nebuloso compuesto por sentimientos, amor y erotismo, cubriese las horas pasadas.

En contra de su voluntad, tuvo que abandonar aquellos recuerdos cuando llegó al aparcamiento de la urbanización. Los refuerzos se habían presentado con inusitada diligencia, de lo que dedujo que estarían cerca de allí cuando él llamó. Al ver los dos coches de policía con las luces encendidas, frunció el entrecejo. Como siempre, habían malinterpretado las órdenes. Él había pedido un coche, no dos. Cuando se acercó, se dio cuenta de que detrás de los coches patrulla había una ambulancia. Algo no iba bien.

Reconoció a Lena, la rubia colega de Uddevalla, y se le acercó. La agente estaba hablando por el móvil, pero cuando llegó a su lado oyó que decía «adiós» antes de guardarse el aparato en una funda que llevaba sujeta al cinturón.

– Hola Patrik.

– Qué tal, Lena. ¿Qué ha pasado?

– Uno de los borrachos del pueblo encontró a Anders Nilsson ahorcado en su apartamento -explicó la mujer al tiempo que señalaba con la cabeza hacia el portal. Patrik sintió que se le helaba la sangre.

– ¿No habréis tocado nada, verdad?

– Pues claro que no, ¿qué coño te has creído? Acabo de hablar con la central de Uddevalla y me han dicho que enviarán a un equipo para que examine el lugar. También acabamos de hablar con Mellberg, así que me he figurado que venías porque él te había llamado.

– No, yo venía aquí por otro motivo; en realidad, venía a llevarme a Anders para someterlo a un nuevo interrogatorio.

– Pero me dijeron que tenía una coartada, ¿no?

– Sí, eso creíamos, pero se le fastidió. Así que íbamos a llevárnoslo otra vez.

– Pues vaya mierda, oye. ¿Tú qué coño crees que significa esto? Me refiero a que es prácticamente imposible que, de repente, tengamos dos asesinos en Fjällbacka, así que lo más probable es que haya sido asesinado por la misma persona que acabó con la vida de Alex Wijkner. ¿Tenéis más sospechosos, aparte de Anders?

Patrik se retorcía de rabia. En efecto, aquello echaba por tierra todo su planteamiento, pero él se resistía aún a concluir, como Lena, que Anders hubiese muerto a manos de la misma persona que mató a Alex. Desde luego que, desde el punto de vista estadístico, era casi una imposibilidad que no hubiesen conocido un solo caso de asesinato durante decenios y que ahora, de pronto, tuviesen a dos asesinos distintos andando sueltos por Fjällbacka, pero él no estaba dispuesto a excluir lo imposible.

– Bueno, vamos a subir, que le eche un vistazo mientras me cuentas lo que sabes. Por ejemplo, ¿cómo os llegó el aviso?

Lena echó a andar delante de él en dirección a la escalera.

– Pues, como te decía, fue Bengt Larsson, uno de los colegas de botella de Anders, quien lo encontró. Al parecer, vino esta mañana a su casa para empezar a beber con él desde bien temprano. Por lo general, ni siquiera llama a la puerta, sino que entra, simplemente. Y así lo hizo también esta mañana. Cuando entró en el apartamento, encontró a Anders colgado de una cuerda que estaba amarrada al gancho de la lámpara de la sala de estar.

– ¿Dio el aviso enseguida?

– Pues lo cierto es que no. Antes se sentó en el umbral del apartamento para ahogar sus penas en una botella de Explorer y no contó lo sucedido hasta que salió la vecina y le preguntó si se encontraba bien. De hecho, fue la vecina quien nos llamó. Bengt Larsson está demasiado borracho para ser interrogado, así que lo acabo de enviar a vuestro calabozo.

Patrik se preguntaba por qué Mellberg no lo habría llamado para informarlo de aquella actuación, pero se resignó y se dio por satisfecho al responderse que los caminos del comisario eran, por lo general, totalmente inescrutables.

Fue subiendo los peldaños de dos en dos y se adelantó a Lena. Ya en la segunda planta, encontraron la puerta abierta de par en par y el apartamento lleno de gente. Jenny estaba en la puerta de su casa con Max en brazos. Cuando Patrik se les acercó, el pequeño empezó a agitar entusiasmado las manos gordezuelas al tiempo que, a través de su sonrisa, le mostraba la hilera de pequeños dientes.

– ¿Qué ha pasado?

Jenny sujetó con más fuerza a Max, que hacía lo posible por liberarse de su brazo.

– Aún no lo sabemos. Anders Nilsson está muerto, y poco más sabemos, la verdad. ¿No has visto ni oído nada raro?