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A su lado se encontraba el miembro más joven de la comisaría. Martin Molin despertaba diversos grados de sentimientos paternales en todos ellos, y unos y otros colaboraban para actuar como muletas invisibles y facilitarle el trabajo. Aunque todos procuraban que él no lo notase. Simplemente, le asignaban tareas dignas de un niño y se turnaban para revisar y corregir los informes que escribía antes de que llegasen a manos de Mellberg.

El joven agente había salido de la Escuela Superior de Policía no hacía más de un año, lo que provocaba gran desconcierto, en primer lugar, porque nadie se explicaba cómo había conseguido superar las duras pruebas de ingreso y, en segundo lugar, cómo había logrado también cursar todos los años y obtener el título. Pero Martin era amable y tenía buen corazón y, pese a su ingenuidad, por la que no era apto en absoluto para la profesión de policía, todos pensaban que, en cualquier caso, no podría causar mayor perjuicio allí, en Tanumshede, así que le ayudaban de buen grado a superar todos los obstáculos. Sobre todo Annika le tenía un afecto especial que, para regocijo general, demostraba de vez en cuando acogiéndolo en un cálido abrazo espontáneo y apretándolo contra su generoso pecho.

Su cabello, siempre alborotado y de un rojo tan intenso como el de sus pecas podía, en esas ocasiones, compararse con el color de sus mejillas. Pero Martin adoraba a Annika y había pasado con ella y su marido muchas tardes, en las épocas en que necesitaba consejo por estar enamorado sin ser correspondido. Lo cual le sucedía siempre. Su ingenuidad y su bondad parecían convertirlo en un imán irresistible para mujeres que devoraban hombres para desayunar y después escupían los restos. Pero Annika siempre estaba allí para escucharlo, para reconstruir su confianza en sí mismo y lanzarlo de nuevo al mundo, con la esperanza de que, un día, encontrase a una mujer que supiese apreciar el tesoro que se escondía bajo aquella pecosa apariencia.

El último componente del grupo era también el menos querido por todos. Ernst Lundgren era un lameculos de magnitud inconmensurable, que jamás perdía la ocasión de destacar, preferentemente a costa de los demás. A nadie le sorprendía que siguiese soltero. Cualquier cosa menos atractivo y, aunque hombres más feos que él encontraban pareja gracias a una personalidad agradable, Ernst carecía tanto de lo uno como de lo otro. De ahí que aún viviese con su anciana madre en una granja situada a diez kilómetros de Tanumshede. Según los rumores, su madre le había echado una mano a su padre, célebre en la región por su agresividad y su afición al alcohol, cuando el hombre cayó del pajar para aterrizar en una horca. Pero de eso hacía ya muchos años y el rumor solía salir a la luz cuando la gente no tenía nada más interesante que contar. Cierto era, en cualquier caso, que su madre era la única persona que podía amar a Ernst, con aquellos dientes prominentes, el cabello estropajoso y sus enormes orejas, todo ello acompañado de su humor colérico y su egocentrismo. En aquella reunión, Ernst tenía la vista pendiente de los labios de Mellberg, como si sus palabras fuesen perlas, sin perder la menor ocasión de, irritado, mandar callar a los demás si osaban hacer el menor ruido que distrajese la atención de la intervención del comisario. De repente, alzó la mano, ansioso, como un colegial dispuesto a hacer una pregunta.

– ¿Cómo sabemos que no fue el borracho quien lo asesinó y después fingió encontrarlo esta mañana?

Mellberg asintió satisfecho ante la observación de Ernst Lundgren.

– Buena pregunta, Ernst, muy buena. Pero, como ya he dicho, partimos de la base de que es la misma persona que mató a Alex Wijkner. Aun así, comprueba la coartada de Bengt Larsson.

Mellberg señaló a Ernst Lundgren con el bolígrafo mientras paseaba la mirada por los rostros de los demás.

– Ésa es la actitud que necesitamos, la de un vivo razonar, si queremos resolver este caso. Espero que escuchéis y aprendáis de Ernst. Aún os falta mucho para alcanzar su nivel.

Ernst bajó la vista abrumado, pero tan pronto como Mellberg desvió la atención a otro lado, no pudo resistir la tentación de dedicar a sus colegas una mirada de triunfo. Annika resopló bien alto y clavó en él la vista sin pestañear siquiera, en respuesta a la expresión iracunda que Ernst le lanzó.

– ¿Por dónde iba?

Mellberg enganchó los pulgares de los tirantes que llevaba bajo la chaqueta e hizo girar la silla hasta quedar mirando la pizarra que habían colgado en la pared, a su espalda, y en la que se exponían los datos relativos al caso Alex Wijkner. Ahora había al lado otra pizarra similar, aunque ésta no contenía más que la instantánea que le habían tomado a Anders antes de que el personal de la ambulancia cortase la cuerda y bajase su cadáver.

– Bien, ¿qué es lo que tenemos hasta el momento? Anders Nilsson fue hallado esta mañana y, según un informe preliminar, llevaba muerto desde ayer. Lo colgó una persona desconocida, o quizá varias, probablemente, pues se necesita bastante fuerza para levantar el cuerpo de un hombre con el fin de colgarlo del techo. Lo que no sabemos es cómo procedieron. No hay huellas de forcejeo, ni en el apartamento ni en el cuerpo de Anders. Ni moratones que indiquen que lo hayan golpeado antes ni después del momento de la muerte. Estos no son, como ya he dicho, más que datos preliminares, pero se verán confirmados cuando le hayan practicado la autopsia.

Patrik movió el lápiz pidiendo la palabra.

– ¿Cuándo se calcula que conoceremos los resultados de la autopsia?

– Al parecer, tienen un montón de cadáveres esperando, así que no he conseguido que me digan cuándo lo tendrán listo.

Nadie parecía sorprendido.

– Además, sabemos que existe una clara conexión entre Anders Nilsson y nuestra primera víctima de asesinato, Alexandra Wijkner. Mellberg se había puesto de pie y señalaba la fotografía de Alexandra, que estaba en el centro de la primera pizarra. Era una instantánea que les había facilitado su madre y todos pensaron, una vez más, en lo hermosa que había sido en vida. Y aquella fotografía hacía de la contigua, la que representaba a Alex en la bañera, con el rostro azulado y pálido y con el cabello y las pestañas helados, una visión más horrenda aún.

– Esta pareja increíblemente desigual mantenía una relación sexual, según el propio Anders admitió y a la luz de ciertas pruebas que, como sabéis, obran en nuestro poder y que corroboran tal afirmación. Lo que no sabemos es cuánto tiempo duró, cómo se conocieron y, ante todo, cómo fue posible que una mujer rica y hermosa eligiese a un compañero de cama tan sorprendente como ese sucio borracho sin clase ninguna. Ahí me huelo yo que se oculta algo.

Mellberg se golpeó un par de veces el lateral de su voluminosa nariz plagada de rojos capilares.

– Martin, tú te encargarás de investigar más a fondo ese asunto. Ante todo, debes arremeter contra Henrik Wijkner con más dureza de la que hemos empleado hasta ahora. Ese muchacho sabe más de lo que nos ha dicho. Recuerda mis palabras.

Martin asintió ansioso anotando en su bloc como si le fuese la vida en ello. Annika le lanzó una mirada tierna y maternal por encima de sus gafas de lectura.

– Por desgracia, esto nos lleva a la casilla número uno en lo que a sospechosos del asesinato de Alex se refiere. Anders parecía prometer para ese papel y, bueno, ahora la situación es distinta. Patrik, tú revisarás de nuevo todo el material que tenemos sobre el caso Wijkner. Comprueba y verifica todos los detalles. En alguna parte debe de estar la pista que se nos ha escapado.