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Tenía guardado en él el borrador del libro sobre Alex. Abrió el documento, que ocupaba ya más de cien páginas. Lo leyó todo de principio a fin. Era bueno. Incluso muy bueno. Lo que la llenaba de preocupación era pensar en cómo reaccionarían todas las personas cercanas a Alex si el libro llegaba a publicarse. Cierto que había enmascarado la historia parcialmente, había cambiado los nombres de personas y lugares y se había permitido la licencia de añadir una serie de digresiones fantasiosas, pero el material del libro se componía indudablemente de la vida de Alex, vista por Erica. Y en especial la parte relacionada con Dan era la que más dolores de cabeza le acarreaba. ¿Cómo iba a ser capaz de exponerlos a él y a su familia de ese modo? Al mismo tiempo, sentía la necesidad de escribir también esa parte de la historia. Por primera vez en su vida sentía verdadero entusiasmo por el argumento de un libro. Habían sido tantas las ideas que no habían dado la talla y que había ido desechando a lo largo de los años, que ahora no podía permitirse el lujo de dejar escapar ésta. Pensó que lo mejor sería concentrarse primero en terminar el libro; después se enfrentaría al problema de qué hacer con los sentimientos de los implicados.

Llevaba ya casi una hora escribiendo afanosamente cuando llamaron a la puerta. Al principio, se irritó al verse interrumpida, ya que por fin había cogido el ritmo, pero se le ocurrió que podría ser Patrik y saltó rauda de la silla. Se miró de pasada en el espejo antes de bajar corriendo la escalera para abrir la puerta. La sonrisa se le heló en los labios al ver a la persona que aguardaba al otro lado. Era Pernilla y tenía un aspecto horrible. Parecía haber envejecido diez años desde la última vez que Erica la vio. Tenía los ojos hinchados y enrojecidos por el llanto, el cabello encrespado y se diría que había salido a toda prisa, sin ponerse ninguna prenda de abrigo, pues tiritaba cubierta por una fina rebeca. Erica la hizo pasar al interior de la casa y, en un impulso, la abrazó mientras le acariciaba la espalda para consolarla, del mismo modo en que había consolado a Dan hacía tan sólo un par de horas. Aquel gesto quebrantó el poco autocontrol que aún le quedaba a Pernilla, que estalló en largos sollozos con la cabeza apoyada sobre su hombro. Cuando, después de transcurridos unos minutos, alzó la cabeza, el rímel se le había corrido más aún por los párpados otorgándole un aspecto cómico, como de payaso.

– Lo siento.

A través de las lágrimas, Pernilla miraba el hombro de Erica, cuyo suéter blanco aparecía ahora emborronado de negras manchas de rímel.

– No importa. No te preocupes por eso. Ven.

Erica le pasó el brazo por los hombros y la condujo a la sala de estar. Notó que temblaba de pies a cabeza y supuso que no se debía sólo al frío. Por un segundo, se preguntó por qué habría decidido ir a verla a ella, precisamente. Erica siempre había sido mucho más amiga de Dan que de Pernilla y se le antojó un tanto extraño que no hubiese acudido a alguna de sus verdaderas amigas, o a su hermana. Pero, como quiera que fuese, allí estaba. Y Erica estaba dispuesta a hacer todo lo posible por ayudarle.

– Tengo una cafetera caliente. ¿Quieres un café? Claro que lleva ya algo así como una hora calentándose, pero seguro que puede beberse.

– Sí, gracias.

Pernilla se sentó en el sofá y cruzó fuertemente los brazos, como si temiese romperse en pedazos y quisiese sujetar las piezas de sí misma. Y, en cierto modo, así era.

Erica volvió con dos tazas de café. Colocó una de ellas en la mesa, ante Pernilla, y la otra enfrente, ante el sillón de orejas en el que se sentó para poder verla. Y esperó a que ella rompiese el silencio.

– ¿Tú lo sabías?

Erica vaciló antes de responder.

– Sí, pero me entere hace poco.

Seguía vacilando, pero añadió:

– Yo le dije a Dan que hablase contigo.

Pernilla asintió.

– ¿Y qué hago ahora?

Era una pregunta retórica, así que Erica la dejó resonar, sin responder nada.

Pernilla prosiguió:

– Sé que, al principio, yo no fui para Dan más que un modo de olvidarte a ti.

Erica quiso protestar, pero Pernilla la detuvo con un gesto de la mano.

– Sé que fue así, pero creía que, con el tiempo, se había convertido en mucho más, que nos queríamos de verdad. Hemos vivido bien y yo confiaba en él por completo.

– Dan te quiere, Pernilla. Sé que te quiere.

Pero Pernilla no parecía escucharla, sino que continuó hablando sin apartar la vista de su taza de café. La apretaba con tal fuerza entre sus dedos que los nudillos le blanqueaban como a punto de estallar.

– Podría vivir sabiendo que tenía una aventura, podría haber buscado una excusa, una prematura crisis de los cuarenta o algo así; pero jamás podré perdonarle que la dejara embarazada.

La cólera que resonaba en su voz era tan honda que Erica tuvo que contenerse para no retirarse. Cuando Pernilla alzó la mirada hacia Erica, ésta vio en sus ojos un odio tan grande que tuvo un horrible presentimiento. Jamás había visto una ira tan encendida y, por un instante, se preguntó desde cuándo conocería Pernilla la historia de Dan con Alex. Y hasta dónde estaría dispuesta a llegar para exigir su venganza. Después, rechazó la idea tan rápido como se le había ocurrido. Aquella mujer era Pernilla, ama de casa con tres hijas, casada con Dan desde hacía muchos años, no una furia iracunda que se lanzase contra la amante de su esposo como un ángel vengador. Y, aun así, había en la mirada de Pernilla un componente de frialdad que asustó a Erica.

– ¿Qué pensáis hacer ahora?

– No lo sé. Ahora mismo, no sé nada de nada. Lo único que necesitaba era salir de aquella casa. Era lo único que tenía en la cabeza. Ni siquiera podía mirarlo a la cara.

Erica se compadecía de Dan. Lo más probable era que, en aquellos momentos, él estuviese pasando su propio infierno. Para ella habría sido más natural que Dan hubiese venido a pedirle consuelo. Entonces, habría sabido qué decir, qué palabras aliviarían su pesar. A Pernilla, en cambio, no la conocía lo suficiente como para saber cómo ayudarle. Tal vez bastase con escucharla.

– ¿Por qué crees tú que lo hizo? ¿Qué le daba ella que no encontraba en mí?

En ese momento, Erica comprendió por qué Pernilla había preferido acudir a ella en lugar de a alguna de sus amigas. Porque creía que ella tenía todas las respuestas sobre Dan. Que ella podría darle la plantilla con la solución a la cuestión de por qué Dan había actuado como lo había hecho. Por desgracia, Erica se veía obligada a decepcionarla. Ella creía que Dan era la honradez en persona y jamás se le había pasado por la cabeza pensar que pudiese ser infiel. Se llevó la mayor sorpresa de su vida cuando comprobó las últimas llamadas realizadas por Alex y se encontró con el mensaje del contestador del móvil de Dan. Si había de ser sincera, sintió una gran decepción en ese instante. La decepción que uno siente cuando una persona a la que se aprecia no es como uno creía. Y ahora comprendía que Pernilla, además de sentirse traicionada y engañada, empezase a preguntarse quién era en realidad el hombre con el que había estado viviendo todos esos años.

– No lo sé, Pernilla. Te aseguro que a mí me sorprendió muchísimo. No es propio del Dan que yo conozco.

Pernilla asintió, como si la consolase el hecho de no ser la única burlada. Nerviosa, retiraba bolitas invisibles de su enorme rebeca. Con el largo cabello oscuro con restos de permanente recogido en una tosca cola de caballo, daba toda ella una impresión de aspecto más que descuidado. Erica siempre había pensado, con cierto complejo de superioridad, que Pernilla podría sacarle mucho más partido a su físico. Seguía haciéndose la permanente, pese a que había pasado de moda más o menos al mismo tiempo que las chaquetas de caballero cortas, y siempre se compraba la ropa por catálogo, de firmas con precios tan bajos como su calidad y su diseño. Pero nunca la había visto tan ajada como hoy.