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– Es decir, que la cuestión es cómo la familia Carlgren pudo permitirse enviar a Alex allí. Por lo que yo sé, Birgit ha sido siempre ama de casa y no es posible que Karl-Erik ganase lo suficiente para poder afrontar esos gastos. ¿Has comprobado…?

Annika lo interrumpió.

– Sí, pregunté quién pagaba las facturas de Alexandra, pero me dijeron que no podían divulgar esa información. La única manera sería presentar una orden de la policía suiza, pero con los trámites burocráticos, tardaríamos seis meses como mínimo en conseguirlo. Así que empecé por otro lado y me puse a comprobar la historia económica de la familia Carlgren. Por si habían heredado de algún pariente, quién sabe. Aún espero que me avisen del banco, pero puede llevarles un par de días enviarnos la información. Sin embargo -Annika hizo aquí una nueva pausa dramática-, eso no es lo más interesante. Según los datos de la familia Carlgren, Alex empezó en el internado en la primavera de 1977. Pero según los registros de la escuela, no lo hizo hasta la primavera de 1978.

– ¿Estás segura?

Patrik apenas podía contener su excitación.

– Lo he mirado y remirado y vuelto a mirar, que lo sepas. El año transcurrido entre la primavera de 1977 y la de 1978 falta en la biografía de Alex. No tenemos ni idea de dónde estuvo. Los Carlgren se fueron de aquí en marzo de 1977 y, después, no hay nada, ni un solo dato hasta que Alex empieza en el internado suizo al año siguiente y, al mismo tiempo, sus padres aparecen en Gotemburgo. Se compraron una casa y Karl-Erik empezó en su nuevo trabajo como jefe de una mediana empresa de mayoristas.

– Es decir, que tampoco sabemos dónde se encontraban ellos durante ese periodo.

– No, aún no. Pero sigo buscando. Lo único que sabemos es que no hay datos que indiquen que estuviesen en Suecia durante ese año.

Patrik calculó con los dedos.

– Alex nació en 1965, es decir que en el 77 tenía…, a ver…, doce años.

Annika volvió a mirar la pantalla.

– Nació el 3 de enero, así que es correcto, cuando se mudaron, ella tenía doce años.

Patrik asintió reflexivo. La información que Annika había conseguido era muy valiosa, pero por el momento sólo originaba más interrogantes. ¿Dónde estuvo la familia Carlgren entre 1977 y 1978? Una familia entera no podía desaparecer así como así. Seguro que habrían dejado algún rastro, sólo había que encontrarlo. Pero al mismo tiempo tenía que haber algo más. Aún le rondaba la cabeza el descubrimiento de que Alex había tenido hijos con anterioridad.

– ¿De verdad que no encontraste ninguna otra laguna en sus antecedentes? Tal vez alguien hiciese los exámenes por ella en la universidad y su socia de la galería pudo llevarla sola un tiempo. No es que no confíe en lo que has encontrado, pero ¿no podrías volver a mirarlo una vez más? Y consulta también en los hospitales, por si Alexandra Carlgren, o Wijkner, hubiese dado a luz en alguno. Empieza por los de Gotemburgo y, si no hay nada, sigue buscando en el resto del país, partiendo de Gotemburgo. Debe de haber algún registro de ese episodio en alguna parte. Un bebé no puede esfumarse sin más.

– ¿Y si tuvo el niño en el extranjero? Durante su estancia en el internado, por ejemplo, o en Francia.

– ¡Sí, claro! ¿Cómo no lo he pensado antes? Prueba a conseguir la información a través de los canales internacionales. E intenta dar con un modo de averiguar dónde se metieron los Carlgren. Pasaportes, visados, embajadas. En algún lugar debe de haber datos de adonde se fueron.

Annika tomó buena nota de todo.

– Por cierto, ¿alguna información interesante de los colegas?

– Ernst ha comprobado la coartada de Bengt Larsson y parece consistente, así que a él podemos tacharlo. Martin ha estado hablando por teléfono con Henrik Wijkner pero no ha sacado en claro nada más sobre la relación entre Anders y Alex. Pensaba seguir indagando entre los compañeros de juerga de Anders, por si les dijo algo. Y Gösta… Gösta está en su despacho, compadeciéndose de sí mismo e intentando reunir las fuerzas necesarias para ir a Gotemburgo a interrogar a los Carlgren. Apuesto lo que quieras a que no sale antes del lunes.

Patrik lanzó un suspiro. Si quería resolver aquel caso, más le valdría no confiar en la colaboración de sus colegas, sino hacer él mismo el trabajo de campo.

– ¿No has pensado en preguntarles a los Carlgren directamente? Tal vez no haya nada sospechoso en el asunto. Puede que exista una explicación lógica -sugirió Annika.

– Fueron ellos los que aportaron los datos sobre Alex. Por alguna razón, intentaron ocultar lo que hicieron entre el 77 y el 78. Hablaré con ellos, pero antes quiero saber más al respecto. No quiero que tengan la menor oportunidad de escabullirse.

Annika se retrepó en la silla con una sonrisa insidiosa.

– ¿Cuándo tocarán a boda las campanas?

Patrik sabía que la mujer no estaba dispuesta a soltar un bocado tan suculento por las buenas. Así que no le quedaba más que hacerse a la idea de ser la fuente de entretenimiento de la comisaría en los próximos meses.

– Bueeeeno, creo que sería un poco, un poquito precipitado aún. Tal vez debamos estar juntos una semana, por lo menos, antes de pasar por la iglesia.

– ¿Aaaah, entonces estáis juntos?

Patrik había caído en la trampa de cabeza.

– No, bueno, a ver, sí, tal vez sí… No lo sé, estamos bien juntos, por ahora. Pero es muy reciente y puede que ella se vuelva a Estocolmo dentro de poco, en fin, no sé. Tendrás que contentarte con esto, por el momento.

Patrik se retorcía en la silla como un gusano.

– De acuerdo, pero quiero que me mantengas constantemente informada de cómo va la cosa, ¿me oyes? -Annika subrayó sus palabras con un gesto aleccionador de su dedo índice.

Patrik asintió resignado.

– Vale, vale, te iré contando lo que suceda. Te lo prometo. ¿Satisfecha?

– Bueno, por ahora, me conformaré.

La mujer se levantó, rodeó el escritorio y, antes de que Patrik se diese cuenta siquiera, se vio atrapado en un tremendo abrazo, envuelto en el asombrosamente generoso busto de Annika.

– Me alegro mucho por ti. No lo estropees, Patrik, prométemelo.

Dicho esto, le dio otro apretón que le hizo crujir las costillas. Puesto que se había quedado sin aire por el momento, no pudo responder, pero ella tomó su silencio por un sí y lo soltó, no sin antes haber culminado la operación con un buen pellizco en la mejilla.

– Oye, vete a casa y cambíate de ropa. ¡Apestas!

Y con semejante comentario y con la mejilla y las costillas doloridas, se vio de nuevo en el pasillo. Se palpó el pecho con cautela. Adoraba a Annika, pero a veces deseaba que comprendiese que debía conducirse con más delicadeza con un pobre hombre de treinta y cinco años, cuya condición física iba cuesta abajo.

Badholmen aparecía desierto y abandonado. En verano solía estar abarrotado de alegres bañistas y del parloteo de los niños, pero ahora silbaba el viento solitario sobre la nieve que había caído formando una gruesa capa durante la noche. Erica fue subiendo con cuidado al pisar la nieve que cubría las rocas. De repente, había sentido una gran necesidad de respirar aire fresco y decidió subir a Badholmen, desde donde, sin que nadie la molestase, podía otear las islas y el espejo de hielo que parecía infinito. Se oía el ruido de los coches en la distancia, pero, por lo demás, reinaba un dulce silencio, hasta el punto de que casi podía oír sus propios pensamientos. El trampolín se alzaba a su lado. No tan alto como se le antojaba cuando era pequeña, pues entonces le daba la impresión de que llegaba hasta el cielo, pero lo suficientemente alto para no atreverse a saltar desde la última plataforma cualquier día de verano.

Pensó que podría quedarse allí eternamente. Iba bien abrigada, así que podía oponerse al frío que intentaba penetrar sus ropas y, mientras lo pensaba, sintió que se fundía el hielo de su interior. No se había dado cuenta de lo sola que estaba hasta que dejó de estarlo. Pero ¿qué sería de ella y Patrik si tenía que volver a Estocolmo? Vivirían separados por muchos kilómetros y se sentía demasiado mayor para mantener una relación a distancia.