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Colocó las manos debajo de la almohada mientras consideraba sus sentimientos. Por una parte, su oferta no había sido una proposición. Había anunciado que iban a casarse. Aunque aquello no era ninguna sorpresa. Cleo sabía que el Príncipe tomaba lo que quería sin pensar en las consecuencias.

Sadik quería casarse con ella. ¿Qué tenía aquello de malo? Eso respondía a la pregunta de qué iba a ser de ella cuando naciera el niño. De hecho, y pensándolo bien, no debería haberla pillado por sorpresa. Sadik no permitiría que su primogénito fuera ilegítimo.

Cleo cerró los ojos y suspiró. Aquélla era la respuesta. Quería casarse por el niño. No se trataba de ella. Si no fuera por el bebé no tendría el más mínimo interés en ella, a excepción de alguna posible invitación a reunirse con él en su cama, algo que por cierto ya había conseguido.

Era el niño lo que le importaba y no ella. No ella.

Cleo se dio la vuelta y se dispuso a contemplar el techo. Recordó la última vez que había estado allí. Sadik había conquistado algo más que su cuerpo: había hallado el camino hacia su corazón. En aquel momento había sido más lista. Sabía que no habría manera de que encontrara la felicidad al lado de un príncipe así que había soltado amarras y había zarpado rumbo a casa.

Había esperado secretamente que Sadik fuera tras ella. Estuvo esperando una llamada de teléfono que nunca se produjo. Poco a poco se fue dando cuenta de que la había olvidado.

Pero ella había sido incapaz de olvidarlo. Porque había permitido que Sadik le importara y porque se había entregado a él.

Cleo se obligó a sí misma a respirar lentamente. No quería volver a llorar. No quería sentir nada. Y desde luego no quería que sus sentimientos hacia Sadik siguieran creciendo. ¿Por qué habría caído en la tentación de estar con él sabiendo que no le convenía? Pagaría por ello el resto de su vida.

Pero entonces la verdad cayó sobre ella como un mazazo. Estaba furiosa porque su sueño había muerto. En lo más profundo de su corazón deseaba que Sadik se enamorara de ella. Y estaba claro que no había sido así. Él había seguido con su vida normal y ahora iba a hacer lo que debía pidiéndole que se casara con él, pero eso no significaba que ella le importara lo más mínimo. Todos los sueños y esperanzas de Cleo se hundían en el fango. Y cuando quedaran definitivamente enterrados sólo le restaría una fea realidad compuesta de dos hechos ineludibles: un hombre que se había casado con ella por obligación y un corazón hambriento de mucho más.

– ¿Cleo?

Cleo se estiró, reconoció la voz de Sadik y gruñó. Después de pasarse toda la noche sin dormir había conseguido adormecerse al amanecer, pero se había despertado media hora después por unas inesperadas ganas de devolver.

Después de hacerlo y lavarse los dientes lo único que quería era tener la oportunidad de quedarse durmiendo el resto de la mañana.

– Vete -le dijo sabiendo que Sadik se daría cuenta de que se había pasado la noche llorando.

Por desgracia, y a pesar del considerable tamaño de la suite, no había ningún lugar en el que esconderse.

El Príncipe entró en el dormitorio con aspecto inmejorable, como si hubiera descansado muy bien. Y seguramente así habría sido, pensó Cleo con amargura. Por lo que a él se refería, todo estaba en orden.

Sadik se acercó a la cama y se sentó a su lado.

– No tienes buen aspecto -aseguró apartándole el cabello de la cara.

– Vaya, muchas gracias.

– El descanso es importante para el bebé.

– Ya lo sé -respondió Cleo apretando los dientes-. No quiero verte. Por favor, márchate.

Sadik ignoró por completo sus palabras, como de costumbre. Le tomó la mano entre las suyas y se la llevó a los labios. Le besó los nudillos antes de girársela para posar los labios en la cara interna de la muñeca. Cleo odió el escalofrío que le recorrió el brazo antes de expandirse por el resto de su cuerpo.

– Tenemos que casarnos enseguida -dijo Sadik como si retomara una conversación que hubiera sido interrumpida un instante atrás-. El niño nacerá pronto. El futuro príncipe será la luz de mi vida. Mi padre también estará encantado. Su primer nieto. Hace muchos años que no hay un bebé en palacio. Tendré que buscar un nombre adecuado para nuestro hijo -aseguró frunciendo levemente el ceño-. Hay que mantener las tradiciones. También tendré que contactar con algunos colegios para que le reserven plaza. ¿Cuando está previsto que nazca?

Cleo lo miró fijamente. No podía creer que estuvieran manteniendo aquella conversación. No, seguro que se trataba de un sueño extraño o de algún tipo de experiencia extracorporal.

– Cuando sepas la fecha exacta házmelo saber -continuó diciendo Sadik al ver que ella no respondía-. Por los colegios no hay ningún problema. Les encantará contar con un miembro de la familia real entre sus alumnos.

El Príncipe siguió hablando. Cleo no podía creerse que estuviera hablando de colegios y universidades cuando el niño no sería más grande que la palma de la mano.

– Puedes hacer todos los planes que quieras -aseguró retirando la mano-, pero no he cambiado de opinión. No me casaré contigo.

– Estás esperando un hijo mío -contestó Sadik como si estuviera hablando con el niño-. El primer nieto del rey de Bahania no puede nacer ilegítimo. Yo no lo permitiría. Nos casaremos. ¿Por qué te resistes? -preguntó tras vacilar unos instantes.

Al menos quería saber lo que ella pensaba de todo aquel asunto. La buena noticia era que Cleo ya había llorado todo lo que tenía que llorar la noche anterior. Aquella mañana sencillamente ya no le quedaban lágrimas. Así que era capaz de escucharlo hablar de casarse por el bien del bebé sin sentir nada más que una punzada en el corazón.

– A ti sólo te interesa el niño -dijo ella-. Estoy dispuesta a colaborar, pero casarse no es una opción.

– Te hago un honor con esta proposición – aseguró Sadik poniéndose en pie y mirándola fijamente.

– No, el honor te lo haces a ti. Yo no te importo lo más mínimo. Lo único que importa es el bebé. Sinceramente, no creo que ésa sea la receta de la felicidad, así que ¿para qué querría comprometerme a quedarme aquí contigo e! resto de mi vida?

Sus palabras parecieron dejarlo noqueado. Abrió la boca para decir algo y luego volvió a cerrarla.

– Soy el príncipe Sadik de Bahania y te estoy pidiendo en matrimonio -dijo finalmente.

– Tu cargo no supone una sorpresa para mí y ya había supuesto que me estabas pidiendo la mano -aseguró Cleo incorporándose en la cama.

Era el momento de decirle la verdad… O al menos una parte de ella sin delatarse.

– No quiero casarme con alguien a quien no le importo.

– Nos respetamos mutuamente y sentimos pasión el uno por el otro. Es un comienzo fuerte para un matrimonio. No tomaré otra esposa – aseguró Sadik frunciendo el ceño-. ¿Es eso lo que te preocupa? No se trata sólo de que la ley de Bahania lo prohíba, es que además ya tengo bastantes dificultades sólo contigo.

– El respeto y la pasión no son suficientes, Sadik -aseguró ella con dulzura-. No me estás escuchando, y tampoco te has parado a pensar en el asunto. No soy la mujer con la que te conviene casarte. ¿De verdad me ves como princesa?

– Por supuesto.

Había respondido sin pensárselo. De alguna manera le parecía muy tierno, pero era desde luego poco realista.

Cleo no había buscado verse en aquella situación, pero al parecer no le quedaban muchas opciones.

– Siéntate -dijo echándose a un lado en la cama y palmeando el colchón.

Sadik tomó asiento a su lado y ella le estudió el rostro. Aquellos ojos oscuros, las mejillas afiladas, la mandíbula firme y orgullosa… ¿En qué demonios estaría pensando para enamorarse de un príncipe tan guapo?

– Quiero colaborar -comenzó a explicarse-. Estoy resignada a quedarme aquí. Sé que no puedo agarrar a mí hijo y escapar de ti. No sólo porque acabarías encontrándome, sino porque no estaría bien -aseguró antes de tomar aire-. Podemos llegar a un acuerdo respecto al niño, pero no me casaré contigo.