– ¿De verdad piensas que puedes comprarme? -preguntó Cleo alzando la cabeza y mirándolo fijamente.
Muchas mujeres podrían ser controladas con los privilegios de la riqueza, pero Sadik sospechaba que Cleo no era una de ellas.
– Serás princesa -le recordó-. Miembro de la familia real de Bahania.
– Siempre deseé formar parte de una familia -susurró ella casi para sus adentros-. Pero te olvidas de lo más importante -aseguró incorporándose.
– ¿De qué se trata?
– La fantasía de ser rica no cambia el hecho de que me casaría con un hombre al que no le importo. Haces esto por el bebé y no es así como yo pensaba iniciar mi vida matrimonial.
– ¿Qué quieres de mí? -preguntó Sadik genuinamente sorprendido.
– Quiero que me digas que no es sólo por el niño.
– Por supuesto que hay algo más. Si te encontrara repugnante seguiría pidiéndote que te casaras conmigo para que mi hijo no fuera un bastardo, pero me aseguraría de que comprendieras que se trataba de un acuerdo temporal. En un año o dos nos divorciaríamos.
Sadik echó los hombros hacia atrás. Ahora le tocaba a él el turno de enfadarse.
– No es eso lo que estoy sugiriendo. Te ofrezco un matrimonio de verdad con todos los compromisos que eso entraña.
– No me creo ni una palabra -aseguró ella mirándolo con sus ojos azules.
A Sadik le gustaban los desafíos. Se acercó un poco más e inclinó la cabeza para besarla en la boca.
– Puedo demostrártelo -murmuró súbitamente excitado, dispuesto a hacer el amor con ella.
Siempre ocurría lo mismo cuando estaban juntos, pensó para sus adentros.
Pero en lugar de responder apasionadamente Cleo le apretó con firmeza el hombro obligándolo a dar un paso atrás. Entonces salió de la cama y se encaminó al cuarto de baño.
– No me casaré con alguien que no me ama -anunció en voz alta.
Entró al baño y cerró de un portazo. Sadik escuchó el inconfundible sonido del pestillo.
El Príncipe miró alternativamente de la cama a la puerta. ¿Qué había ocurrido? ¿Por qué hablaba Cleo de amor? Sacudió la cabeza y salió del dormitorio.
– Mujeres -gruñó-. No vale la pena tomarse tantas molestias por ellas.
Cleo se pasó toda la mañana recorriendo arriba y abajo el salón de su suite. Imaginó que al menos aquello le vendría bien al bebé, aunque no se podía decir lo mismo de la preocupación.
Cada vez que recordaba lo que le había dicho a Sadik le entraban ganas de morirse se vergüenza. Al pensar en las últimas palabras que había pronunciado se le acaloraban las mejillas y le sudaban las manos. Peor todavía: Ni siquiera ella misma sabía lo que ocultaba su propio corazón hasta que dijo aquello.
«No me casaré con alguien que no me ama».
Aquella frase se le repetía una y otra vez en la cabeza. No había querido decir eso, ni siquiera había querido pensarlo, ni tampoco había querido que fuera cierto.
Sólo había una razón que explicara por qué le importaba tanto conseguir el afecto de Sadik. No era una cuestión de orgullo ni de búsqueda de la felicidad. Era una cuestión de corazón.
Lo amaba.
Cleo no era consciente de cuándo ni dónde había cometido la estupidez de enamorarse de alguien sentimentalmente inaccesible, un príncipe de sangre real que, por cierto, seguía enamorado de su novia fallecida.
¿En qué demonios había estado pensando? Cleo se detuvo en medio del salón y aspiró con fuerza el aire. No había pensado en nada. Se había dedicado a soñar y a desear, y había sido una estúpida.
Ahora estaba envuelta en una situación que no podía controlar. Lucharía contra aquella boda mientras pudiera, pero, ¿y si perdía la batalla? ¿Y si finalmente tuviera que casarse con Sadik? Pasaría el resto de su vida enamorada de alguien que no le correspondía. Era la peor de sus pesadillas hecha realidad.
Cleo se acercó hasta el sofá, se sentó, y cruzó los brazos sobre el pecho como si quisiera protegerse a sí misma. La única esperanza que brillaba en su horizonte era que Sadik era demasiado egocéntrico como para darse cuenta de lo que significaba aquella declaración. Probablemente pensaría que estaba demandando amor del modo en que lo haría una mujer egoísta. No se le ocurría pensar que ella misma ya estaba enamorada de él.
Era un consuelo pequeño, pensó, pero se agarraría a él porque era todo lo que tenía.
Alguien llamó a la puerta de su suite. Cleo estiró los hombros y se preparó mentalmente para otro altercado.
– Adelante -gritó.
Se abrió la puerta pero no era su aspirante a novio el que entró. En su lugar lo hizo una Sabrina muy confusa.
La hija pequeña del Rey estaba tan elegante como siempre vestida con unos pantalones negros y camisa blanca. Llevaba el pelo recogido en una coleta.
– Pensé que Kardal y tú regresabais hoy a casa -dijo Cleo poniéndose en pie.
Igual que la mayoría de los invitados a la boda, Sabrina y su marido habían pasado la noche en palacio.
– Kardal ya ha partido hacia la Ciudad de los Ladrones, pero yo me he quedado un poco más. Sadik vino a verme cuando estaba haciendo las maletas -explicó la joven bajando la vista hacia el vientre de Cleo.
Cleo sintió deseos de cubrirse. Parecía como si en la última semana hubiera doblado de peso. El vestido que llevaba puesto había sido suelto en su momento, pero ahora le apretaba el vientre, dejando todavía más en evidencia su condición. Nunca se hubiera vestido así fuera de la suite, pero como no esperaba visitas se lo había puesto aquella mañana nada más salir de la ducha.
– Supongo que esto lo dice todo -reconoció llevándose la mano al vientre.
Sabrina asintió con la cabeza.
– Cuando Sadik me contó lo de la boda tengo que reconocer que me quedé muy sorprendida. Sabía que había algo entre vosotros, pero no imaginé que fuera algo tan serio. Entonces, cuando mencionó al bebé caí en la cuenta de que…
– ¿Cómo?
Cleo sabía que interrumpir a una princesa sería considerado seguramente como una falta grave de educación, pero no fue capaz de contenerse.
– ¿Ha dicho que vamos a casarnos?
– Sí, por eso estoy aquí -aseguró Sabrina-. Para ayudarte con la boda. Sadik dice que tenemos que darnos prisa. ¿De cuánto estás? -preguntó mirando de nuevo el vientre de Cleo.
– De cinco meses -respondió rodeando el sofá para acercarse a la joven-. Mira: te agradezco que hayas venido, pero tengo que decirte que no va a haber ninguna boda. Ni ahora ni nunca. Así que si quieres volver a tu casa con tu marido te sugiero que lo hagas.
– Esto es peor de lo que yo pensaba -aseguró Sabrina sacudiendo la cabeza-. Sentémonos y empecemos desde el principio. Está claro que aquí hay algo más de lo que me ha contado Sadik -reflexionó tomando a Cleo del brazo y guiándola hacia el sofá.
– Seguro que sí -murmuró Cleo.
Al dejarse caer sobre los cojines Cleo se dio cuenta de que la sorpresa de Sabrina significaba que el Rey no le había contado a todo el mundo lo de su embarazo. Sólo a unos pocos escogidos: Zara y…
Cleo tragó saliva. Y Sadik, pensó sin respiración. Si el Rey se lo había contado a él tenía que ser por alguna buena razón. Lo que significaba que sabía quién era el padre de su hijo. Lo que significaba que la situación se complicaba todavía más.
– De acuerdo -dijo Sabrina sentándose a su lado-. Es obvio que Sadik y tú tuvisteis una relación cuando estuviste aquí cinco meses atrás. Si estás embarazada significa que entre vosotros saltaron chispas.
– Más que eso -reconoció Cleo-. Todavía saltan, pero ésa no es la cuestión. Mírame -dijo abriendo los brazos con las palmas hacia arriba-. Ni siquiera me acerco a la idea de una princesa. No conozco nada de vuestro país ni de vuestras costumbres. Soy un desastre para el protocolo. Tal vez Zara no supiera tampoco muchas cosas, pero ha resultado ser una excelente y maravillosa princesa. Yo en cambio soy una niña de la calle que a duras penas logró terminar el instituto. Créeme: no soy alguien a quien os gustaría tener en palacio.