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– Estás siendo un poco dura contigo misma – aseguró Sabrina sonriendo -. Eres una mujer muy hermosa. Zara y yo nos hemos pasado horas y horas odiándote por tus curvas. También eres buena amiga y por lo que me han contado, una hermana estupenda. ¿Por qué no ibas a encajar aquí?

– Sadik y yo seríamos desgraciados juntos – aseguró Cleo intentando otra estrategia-. No tenemos nada en común.

– Tenéis lo suficiente como para concebir un hijo.

– La pasión desaparece.

– ¿Y qué me dices del amor? Eso dura.

– El no me ama -aseguró Cleo con tristeza.

Le agradeció a Sabrina que no le preguntara lo que era obvio, que ella sí lo amaba a él.

– Supongo que mi hermano no sabe en este momento lo que siente -aseguró la joven-. Las cosas cambian con el tiempo.

Cieo quería pensar que aquello era verdad. ¿Llegaría Sadik a amarla con el tiempo? ¿Era aquélla una esperanza suficiente como para construir sobre ella un matrimonio?

– Sencillamente, creo que no puedo casarme con él.

– Cleo, mi hermano me ha pedido que te ayude a organizar la boda -aseguró Sabrina con expresión seria-. Y lo haré encantada. Pero si no quieres casarte con él no te quedan muchas opciones. Estamos hablando del hijo de un miembro de la familia real.

– Estoy familiarizada con las leyes de Bahania – aseguró Cleo poniéndose tensa-. Pero también sé que se pueden hacer excepciones.

– Lo sé -respondió Sabrina recuperando la sonrisa-. Yo soy la prueba viviente de ello. Pero aunque mi padre estuvo de acuerdo con que yo me educara fuera del país no tienes ninguna garantía de que te permita llevarte lejos a su primer nieto. Yo que tú no contaría entre mis planes con marcharme.

– Lo sé -reconoció Cleo sintiendo que mirara donde mirara se sentía prisionera-. No puedo enfrentarme a esto ahora. Al final tal vez acabe casándome con Sadik contra mi voluntad, pero voy a luchar todo lo que pueda.

– Me parece bien -aseguró Sabrina dándole un abrazo antes de ponerse en pie-. Voy a regresar a casa. Cuando estés dispuesta a preparar la boda llámame. Lo dejaré todo y vendré.

Sabrina se dirigió hacia la puerta. Cuando abrió el picaporte se giró un instante para mirarla.

– Ya sé que no soy Zara, pero si necesitas hablar con alguien me encantaría que contaras conmigo.

– Te lo agradezco mucho. Gracias.

Sabrina se marchó. Cleo se tumbó en el sofá. Una de las ventajas de casarse con Sadik era que tanto Zara como Sabrina se convertirían en sus parientes legales. Serían sus cuñadas.

Aquello era suficiente para hacerla cambiar de parecer.

Poco después de las tres de la tarde de aquel mismo día Cleo recibió una llamada de teléfono diciéndole que la estaba esperando un representante de la embajada de EEUU.

No sabía qué significaba aquello, pero en lugar de discutir por teléfono con la secretaria se cambió rápidamente de ropa y encaminó sus pasos hacia la parte delantera de palacio.

Allí le indicaron una espaciosa sala de visitas con varios sofás de cuero colocados alrededor de una mesa de café.

Un hombre alto de unos cincuenta y tantos años la estaba esperando. Iba vestido con un traje de chaqueta azul marino y llevaba un maletín de piel de aspecto caro. Cuando la oyó entrar, se giró y le tendió la mano con una sonrisa.

– Señorita Wilson, soy Franklin Kudrow, agregado de la embajada de EEUU.

Cleo estaba cansada por haberse pasado la noche llorando. Le sonrió lo más sinceramente que pudo y luego le dijo lo que de verdad pensaba.

– El cargo impresiona, pero no tengo la más remota idea de quién es usted ni por qué está aquí.

– Claro. Por supuesto -respondió el hombre indicándole con un gesto los sofás.

Cleo tomó asiento en uno de ellos y el señor Kudrow hizo lo propio en el que estaba enfrente.

– ¿Le gustaría beber algo? -le preguntó al diplomático recordando que debía ser educada.

– No, gracias -respondió el hombre dejando el maletín en el suelo-. Señorita Wilson, yo…

– Cleo -lo interrumpió ella-. Llámeme simplemente Cleo.

El hombre asintió con la cabeza.

– Cleo, desde palacio nos han notificado su próxima boda con el príncipe Sadik.

El funcionario siguió hablando, pero Cleo había dejado de escucharlo. ¿Su boda con el príncipe Sadik?

Sintió cómo la rabia se apoderaba de ella. Como Sadik no podía convencerla con los métodos tradicionales iba a hacer todo lo que estuviera en su mano para manipularla desde todos los frentes. Era un experto en manejarse entre los engañosos mercados financieros. Seguro que estaba convencido de que ella sería igual de fácil.

Cleo se dio cuenta de que el señor Kudrow estaba haciendo verdaderos esfuerzos para no mirarla a la tripa. Su discreción sería con toda probabilidad una de las razones por las que había conseguido ingresar en el Departamento de Estado.

– ¿Quién le ha dicho que voy a casarme con Sadik?

El señor Kudrow pareció quedarse muy sorprendido por la interrupción. Se inclinó hacia delante y colocó el maletín sobre la mesa. Lo abrió y sacó un papel de su interior.

– Hemos recibido un comunicado de prensa.

Cleo agarró el papel y lo examinó. Allí, bajo el sello real de Bahania se anunciaba el próximo enlace del príncipe Sadik con Cleo Wilson, ciudadana americana.

No podía creérselo. ¿De verdad pensaba que actuando por detrás y haciendo público su compromiso conseguiría obligarla a casarse con él?

– Estamos muy contentos -dijo el señor Kudrow-. Su matrimonio con el Príncipe contribuirá a fomentar las relaciones de nuestro país con la familia real y desde luego nos beneficiará desde el punto de vista comercial. Tal vez podría usted mencionarle al rey Hassan la excelente calidad de los aviones de combate estadounidenses…

– Comprendo lo que quiere decir -aseguró Cleo poniéndose en pie y obligando al diplomático a hacer lo mismo-. Soy consciente de que mi matrimonio beneficiaría a mucha gente pero le voy a adelantar una primicia, señor Kudrow. No he aceptado la proposición del Príncipe, así que yo de usted no empezaría a encargar aviones todavía. Muchas gracias por la visita.

Cleo hizo un gesto de despedida con la cabeza, se dio la vuelta y salió de la habitación. Estaba furiosa. No, «furiosa» era una palabra que se quedaba corta para describir cómo se sentía. Estaba rabiosa. Si hubiera tenido un martillo en la mano se lo habría lanzado a Sadik a la cabeza. ¿Cómo se atrevía a manipularla de aquella manera?

Comenzó a andar en dirección al centro de palacio, decidida a enfrentarse con él y decirle a las claras lo que pensaba. Por desgracia Sadik estaba en la sección de negocios y Cleo nunca había estado allí.

Tras un par de intentos fallidos se encontró en medio de una docena de ordenadores y faxes. Imaginó que ya debería andar cerca. Se cruzó entonces con un asistente y le preguntó por el despacho del Príncipe.

Dos minutos más tarde lo tenía delante. Sadik estaba sentado en su escritorio mirando fijamente la pantalla del ordenador. Cuando Cleo entró ni siquiera tuvo la deferencia de mostrarse sorprendido. Se limitó a ponerse en pie y sonreír con satisfacción.

– Cleo, qué alegría que hayas venido a verme.

– No te atrevas a charlar conmigo como si no hubiera ocurrido nada -respondió ella entornando los ojos y colocando de un golpe el comunicado de prensa encima de su escritorio-. Tal vez para la familia real seas muy poderoso y muy rico, pero para mí no eres más que un perro mentiroso. ¿Qué significa esto?

– Creo que está muy claro -respondió Sadik ignorando sus insultos y mirando el papel.

– Sí, desde luego que lo está. Como no has conseguido que acepte por las buenas has pensado que me casaría contigo por las malas. Pues bien, no lo has conseguido. No vas a manipularme. No me importa que seas el príncipe Sadik. Soy una persona y tengo mis derechos.