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– Claro, niña -dijo el Rey soltándole la mano y sonriéndole con amabilidad-. Pero antes déjame decirte que estoy encantado de cómo han salido las cosas. Sadik es el primero de mis hijos que va a darme un nieto. Tal vez no lo entiendas, pero a medida que uno se va haciendo mayor se preocupa más por las futuras generaciones. Quiero estar seguro de que la sucesión real estará garantizada.

A Cleo no le gustaba cómo sonaba aquello. Agradecía la preocupación del Rey, pero hubiera preferido que no mostrara tanto interés por el bebé.

– Cuando le dije que estaba embarazada, ¿cómo supo que Sadik era al padre? -le preguntó Cleo juntando las manos-. He descubierto que sólo se lo contó a Zara y a él.

– Se lo dije a tu hermana porque sabía que ibas a necesitar una amiga, y ¿quién mejor que ella? -respondió el Rey sonriendo-. Y en cuando a Sadik… la otra vez que viniste os observé cuando estabais juntos. Había algo en el modo en que os mirabais que me hizo preguntarme qué estaba ocurriendo entre vosotros.

Cleo suspiró. Lo que estaba ocurriendo era que ella se estaba enamorando de Sadik y él disfrutaba de sus favores en la cama. No era desde luego la receta de la felicidad.

– Pero el bebé podía no haber sido suyo -señaló Cleo.

– Yo no tenía modo de saberlo -respondió el Rey encogiéndose de hombros-. Yo sólo le dije a mi hijo que si él era el padre tenía que cumplir con su deber.

– Alteza, yo… yo no quiero faltarle al respeto -comenzó a explicarle Cleo tras aclararse la garganta-. Comprendo el honor que me hace su hijo pero… no puedo casarme con él.

– No comprendo…

– Sadik no me ama -dijo ella sin más preámbulos-. Me ha dejado muy claro que le entregó su corazón a su antigua prometida y que no tiene intención de volverse a enamorar. Sé que a usted le parecerá una tontería, pero yo no quiero estar con alguien a quien no le importo.

– Mi hijo es muy obstinado y a veces puede resultar difícil -aseguró el Rey sonriendo ligeramente-. Creo que se parece a mí. Pero acabará entrando en razón.

Cleo deseaba creerlo, pero tenía la sospecha de que el Rey le estaba diciendo lo que ella quería oír. Trató entonces de utilizar otro argumento.

– Quiero irme a casa. Alteza, por favor. No me obligue a hacer esto. No impediré que Sadik vea a su hijo, pero no quiero casarme con él y no quiero quedarme aquí.

Hassan echó los hombros para atrás. Sus ojos oscuros parecían un poco menos amables.

Cleo sintió un nudo en el estómago. No era una estúpida. Ya sabía que había perdido la batalla.

– La ley de Bahania es muy clara, Cleo. Los niños de la familia real no pueden abandonar el país. Tienen que educarse aquí.

– Pero podría concederme un permiso especial. Usted permitió que Sabrina estudiara fuera.

– Fue un momento de debilidad que he lamentado todos estos años -se apresuró a responder el Rey-. Éstos son otros tiempos y otras circunstancias. No privaré a Sadik de su hijo ni, egoístamente, me privaré yo tampoco de mi nieto. Además, si te marchas también te echaría de menos a ti.

Cleo no se sorprendió. En el fondo sabía que no había nada que hacer. Trató de consolarse pensando que había hecho todo lo posible. Pero cuando se despidió del Rey y salió de su despacho no pudo evitar sentir un escalofrío. Tal vez fuera una locura, pero sintió como si la puerta de una jaula se cerrara de golpe tras ella. Sus días de libertad habían terminado.

Sadik atendió varias llamadas telefónicas cuando Cleo se hubo marchado pero cuando colgó se sintió incapaz de concentrarse en el mercado bursátil. Una vez más ella se había adueñado de su cerebro, obligándolo a pensar en cosas que no quería detenerse a considerar.

¿Cómo podía Cleo hablar de amor? Aquello no formaba parte del acuerdo al que habían llegado. Tendrían pasión y respeto mutuo. Criarían juntos a su hijo aunque sabía que Cleo se resistiría a alguna de sus ideas e intentaría imponer su voluntad. Discutirían, ella lo desafiaría y por la noche se reconciliarían haciendo el amor.

¿Por qué insistía Cleo en añadir el amor a aquella ecuación? Sadik había amado una vez. Kamra había sido todo lo que esperaba de una esposa: era amable, silenciosa y discreta. Había cumplido todos sus deseos, comprendía las costumbres de Bahania y nunca lo cuestionaba a él. Su belleza silenciosa era como un bálsamo. Con ella siempre podía concentrarse en los asuntos que reclamaban su atención. Podía apartársela fácilmente de la cabeza. Y cuando ella falleció, para su asombro, se sintió completamente vacío y solo.

Sí, había amado una vez y le había servido para jurar que nunca volvería a sentirse así de vulnerable. Si había experimentado un dolor tan profundo al perder a Kamra, que ocurriría si Cleo…

Sadik apartó de sí aquel pensamiento. No quería ni pensarlo. Sería mejor que se concentrara en el trabajo, pensó devolviendo la atención a la pantalla del ordenador.

Pero entonces su secretaria le anunció por el interfono que su padre estaba allí. Hassan entró en su despacho y se sentó frente a él.

Sadik hizo un gesto de saludo con la cabeza y esperó a que el Rey hablara. Estaba claro que su padre tenía algo en la cabeza.

– Cleo ha venido a verme -le espetó el monarca sin preámbulo-. Me ha rogado que la dejara volver a casa.

– Su casa está aquí -respondió Sadik sintiendo un frío extraño en la boca del estómago-. Nos casaremos y educaremos a nuestro hijo como mi heredero.

– A mí no tienes que convencerme -aseguró el Rey haciendo un gesto con la mano-. No tengo ninguna intención de que mi nieto viva en el otro lado del mundo. Será el primero de una nueva generación. Debe conocer nuestras costumbres.

– Me alegra saber que estamos de acuerdo – dijo Sadik sintiéndose algo más relajado.

– Pero me gustaría saber por qué está tan segura de que aquí será desgraciada -continuó Hassan entornando los ojos-. Sé que vuestra relación comenzó siendo puramente pasional, pero Cleo tiene muchas más cosas de las que puedas encontrar en la cama. Es muy especial y espero que la trates como se merece.

– Estoy de acuerdo -respondió su hijo sin dudarlo-. Le he explicado a Cleo que nuestra unión será muy provechosa. Que seré leal con ella y con nuestros hijos. Tendrá todo lo que desee.

– Eso está muy bien -reconoció Hassan -. Pero no es suficiente.

– ¿Qué más puede haber?

– Tienes que hacerla feliz.

– Será mi esposa y la madre de mis hijos -aseguró Sadik mirando fijamente a su padre-. Me parece suficiente felicidad.

Hassan no dijo nada al principio. Se puso de pie y se acercó a la ventana que daba al jardín.

– Tienes una lección que aprender, Sadik – comenzó a decir con lentitud-. Pero debes descubrirla por ti mismo. Sólo te aconsejo que no permitas que la arrogancia se interponga en el camino de tu corazón.

– Por supuesto que no lo permitiré -contestó Sadik rechazando las palabras de su padre.

No estaba siendo arrogante con Cleo. Su plan era lógico y tenía mucho sentido para los dos. Se casarían y ella sería feliz. Ese era el curso natural de las cosas.

– Os deseo lo mejor a ambos -aseguró el Rey girándose para mirar a su hijo-. Cleo es un tesoro digno de un príncipe. Rezaré para que no la pierdas en el camino.

Los siguientes días se le hicieron muy cortos a Cleo. Le enviaron vestidos de novia para que se los probara. Decidió qué flores adornarían el banquete y el menú que se iba a servir. La mañana de la boda fue incapaz de probar bocado. Se acurrucó en un rincón del sofá, preguntándose cómo se había metido en aquella situación.

– Buenos días, señorita novia -dijo Sabrina entrando en la suite tras tocar en la puerta con los nudillos-. ¿Cómo te sientes?

– Tengo ganas de salir corriendo colina abajo – aseguró Cleo sonriendo a la joven con cierta tristeza-. No llevarás encima un mapa para saber qué dirección debo tomar…