– No, lo siento. Y más te vale no adentrarte tú sola en el desierto. Te podría pasar cualquier cosa – aseguró Sabrina dejándose caer a su lado en el sofá-. No pareces muy contenta -dijo mirándola a los ojos-. No quieres casarte con él, ¿verdad?
– Al parecer no tengo elección -respondió Cleo tratando de ocultar su amargura-. Estoy esperando un hijo de Sadik. Una cosa tan nimia como es la felicidad no puede compararse con siglos de tradición. Lo siento -se disculpó tras exhalar un suspiro-. No quiero molestarte con mis problemas. De hecho creo que la boda entre Sadik y yo podría salir bien si él no fuera tan…
– ¿Obstinado? -sugirió Sabrina-. ¿Difícil? ¿Cabezota?
– Por ejemplo.
– Mira: ya sé que esto no es lo que tenías pensado, pero la buena noticia es que Sadik es un buen hombre. Todos mis hermanos lo son. Tendrás que encontrar la manera de conseguir que se arrodille ante ti. Cuando lo hayas conseguido la vida será una balsa de aceite.
Estupendo. Parecía de lo más sencillo. Mientras lo intentaba tal vez podría dedicarse también a abrir las aguas del mar y detener el calentamiento de la tierra.
– ¿Tienes alguna idea concreta de cómo hacerlo?
– No, lo siento -respondió Sabrina con una mueca-. Me temo que esa información tendrás que averiguarla por ti misma.
Lo que su futura cuñada no sabía, pensó Cleo, era que Sadik seguía amando a su difunta prometida. Parecía difícil poner de rodillas a un hombre que ya no tenía corazón.
– Será mejor que te vistas -dijo Sabrina poniéndose en pie-. Llámame si necesitas ayuda.
– Gracias. Lo haré.
Cleo la vio marcharse y después se acurrucó de nuevo en el sofá.
La ceremonia era a las cinco de la tarde y después tendría lugar una cena. No hacían falta ni estilistas ni maquilladores porque no iban a retransmitir su boda por televisión ni iba a aparecer en ningún canal internacional. Aquello era mejor que montar un circo, se dijo Cleo a sí misma cerrando los ojos.
Sin darse cuenta se adormiló un poco. Una suave caricia en la mejilla la despertó. Abrió los ojos y vio a Sadik inclinado sobre ella.
Su primera reacción fue perderse en sus ojos oscuros. Le latía el corazón con fuerza dentro del pecho y sentía el cuerpo débil, y todo porque él estaba cerca. Amar a un hombre era una pesadez, pensó mientras se incorporaba y trataba de aclarar sus pensamientos.
– ¿Ocurre algo? -le preguntó.
– Nada en absoluto -respondió Sadik sonriendo-. He venido solamente a ver a mi novia.
El Príncipe la besó en la boca.
Aquella caricia tan tierna provocó en ella deseos de llorar. Durante un segundo estuvo tentada de señalar que daba mala suerte ver a la novia antes de la boda, pero entonces pensó que ya que tenían tantas cosas en su contra no tenía importancia que se rompiera una tradición.
– ¿Estás nerviosa? -le preguntó Sadik.
– No. Resignada.
– ¿No puedes alegrarte aunque sea un poco de casarte conmigo?
Podría alegrarse muchísimo. Podría estar bailando de alegría y emoción si él la quisiera.
Al ver que ella no contestaba Sadik decidió cambiar de tema.
– ¿Y qué pasa con Zara? Todavía estamos a tiempo de posponerlo todo.
Cleo negó con la cabeza.
– Sé que le va a dar pena perderse mi boda, pero también sé que estaba deseando irse de luna de miel con Rafe. Se suponía que iban a disfrutar de un mes entero juntos. ¿Cuándo volverán a tener una oportunidad así? Quiero que Zara disfrute del momento y cuando regrese a casa ya se enfadará conmigo.
– Como tú quieras.
Claro, en aquello estaba dispuesto a darle la razón. Pero no en los asuntos realmente importantes.
– ¿Han traído ya tus cosas? -se interesó el Príncipe.
Cleo señaló con un dedo la pila de cajas colocada en una esquina del salón.
– Me las trajeron ayer.
– Creía que habría más -aseguró Sadik observándolas.
– Sí, pero pensé que no nos servirían de nada mis muebles ni mi vajilla. Una amiga empaquetó mis cosas personales. El resto lo envío a un centro de acogida de mujeres.
También había renunciado a su apartamento. Todavía le quedaban varios meses de contrato por cumplir, pero no regresaría allí. De hecho su casero se había mostrado sorprendentemente comprensivo cuando le explicó que no volvería. Ni siquiera le había cobrado los meses que faltaban.
– ¿Echarás de menos tu vida en Spokane? – preguntó Sadik con voz melosa.
– Todavía no lo sé. Pregúntamelo dentro de un par de meses.
Cuando el impacto de verse casada hubiera pasado y estuviera preparada para enfrentarse a la vida cotidiana de Bahania.
– Creo que te gustarán muchas cosas de aquí -aseguró él-. Y hablando de cosas bonitas…
Sadik metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó una cajita de terciopelo negro.
– Mis padres no se querían -aseguró sin asomo de duda-. El suyo fue un matrimonio concertado y dudo de que ninguno de los dos apreciara demasiado al otro. Pero mis abuelos por parte de padre estaban verdaderamente enamorados.
Sadik abrió la cajita. Dentro había un anillo de zafiros.
– Esta pieza forma parte de un juego -explicó-. Mi abuelo le regaló a mi abuela un inmenso zafiro por sus bodas de plata. Ella mandó hacer esta anillo y también unos pendientes y un collar -dijo mientras le deslizaba el anillo en el dedo-. Debería haberte regalado antes un anillo de compromiso. Lo siento. No se me había ocurrido hasta ahora.
Cleo se quedó mirando la piedra brillante. Le quedaba como si hubiera sido hecho a su medida.
Sadik se sentó y estiró la mano para alcanzar una caja de madera que había dejado sobre la mesa sin que ella se hubiera dado cuenta. Era una pieza de marquetería antigua y cuando la abrió Cleo observó que estaba compuesta de varios compartimentos interiores pequeños. En todos ellos había cajitas de terciopelo negro.
– Aquí están los pendientes -dijo Sadik mostrándole dos pendientes en forma de lágrima rodeados de diamantes.
Tal y como había dicho había también un impresionante collar de zafiros.
– ¿Por qué quieres que tenga esto? -preguntó Cleo observando las joyas con admiración.
– Vas a ser mi mujer -respondió él frunciendo el ceño como si aquello lo explicara todo-. Mi abuela me dejó las joyas pensando que yo las regalaría. Ninguna mujer las había visto desde que ella falleció, Cleo -aseguró mirándola con ternura-. Son sólo para ti.
Ella tragó saliva para tratar de suavizar el nudo que se le había formado en la garganta. Nunca habría pensado que Sadik fuera lo suficientemente sensible como para comprender que le preocupara que también Kamra hubiera llevado aquel juego impresionante.
– Gracias -susurró más conmovida por aquel detalle que por el regalo propiamente dicho.
Sadik sonrió y se inclinó para besarla. Su boca era suave y al mismo tiempo exigente. Si hubiera sido capaz de hablar Cleo habría comentado que no tenía ninguna intención de resistirse. En aquellos momentos le parecía lo más lógico del mundo echarle los brazos al cuello y sentir su cuerpo cerca del suyo.
Sadik abrió la boca y ella hizo lo mismo. El se deslizó dentro de sus labios embistiéndola suavemente con la lengua. Cleo sintió una oleada de escalofríos recorriéndole el cuerpo. Se despertó la pasión. Sólo habían hecho el amor una vez desde su llegada y ella era consciente de que estaba deseando repetir.
Pero en lugar de avanzar hacia el siguiente nivel Sadik dejó de besarla y suspiró.
– Creo que deberíamos esperar hasta más tarde -dijo con cierto tono de fastidio-. Aunque para mí eres toda una tentación.
Cleo aceptó su decisión. Su propia respuesta la había sorprendido. Si Sadik hubiera continuado besándola y tal vez acariciándola no lo habría rechazado. Incluso ahora sentía crecer el deseo en su interior. Sabía que era porque lo amaba. Pero, ¿la salvaría aquel amor o sería su destrucción?