La boda tuvo lugar en la capilla pequeña de palacio. Había sitio para cerca de cien personas, pero apenas veinte estaban sentadas en los bancos centenarios. Cleo se detuvo a la entrada de la iglesia. Estaba más nerviosa de lo que había esperado.
Sadik la esperaba al final del largo pasillo central. Las velas ardían trémulas. En la capilla no había ventanas ni vidrieras de santos ofreciendo bendiciones. No había altos dignatarios ni multitudes que murmuraban. Cleo miró al hombre con el que iba a casarse y comenzó a caminar cuando cambió la música y el organista tocó los primeros acordes de la marcha nupcial. Iba sola.
El rey Hassan podía haberla acompañado si se lo hubiera pedido, de eso estaba segura, pero Cleo prefería ir por su propio pie al encuentro de Sadik. Quería recordarse a sí misma que hacía aquello por su propia voluntad. No quería que la llevaran hasta el altar.
La cascada de rosas y lilas que llevaba entre las manos tembló levemente. El vestido de tafetán crujía a cada paso que daba. Había elegido un modelo de corte imperio de entre todos los vestidos de novia que le habían enviado. Las líneas sencillas le disimulaban la barriguita. Se había puesto en la mano derecha el impresionante e inesperado anillo de compromiso que Sadik le había regalado por la mañana. Habían escogido como alianzas unos sencillos aros de oro. Tras la ceremonia Cleo volvería a ponerse el anillo de compromiso en la mano izquierda. Y luego irían al banquete.
A Cleo no le importaba que se tratara de una cena con poca gente. Nada de miles de invitados ni orquesta ni interminables pilas de regalos oficiales. Su boda no podía ser más distinta a la de Zara, como tampoco podía serlo su matrimonio.
Cleo estaba decidida a sacar el mejor partido de la situación, tanto por ella como por el bebé. Una vida desgraciada sin duda haría daño a su hijo.
Así que avanzó despacio por el pasillo hacia el altar, dispuesta a casarse con un hombre que no la amaba. La ternura que le había mostrado por la mañana le daba un pequeño soplo de esperanza. Si al menos encontrara la manera de seguir el sabio consejo de Sabrina… Pero Cleo no tenía ni la más remota idea de cómo conseguir que un hombre como Sadik se arrodillara ante sus pies.
Capítulo 10
ADUCIENDO que estaba exhausta, Cleo se escapó de la fiesta poco después de cenar. No podía evitar comparar su pequeño banquete, organizado a toda prisa, con la recepción que siguió a la boda de Zara. Desde luego no podía culpar a nadie que no fuera ella misma de aquellas circunstancias tan diferentes. Zara había sido lo suficientemente inteligente como para enamorarse de alguien que también estaba enamorado de ella. Y como para no quedarse embarazada.
Cleo se detuvo en medio del pasillo sin saber muy bien qué dirección tomar. Entonces recordó que uno de los criados le había informado de que trasladarían sus cosas a la suite del Príncipe durante la ceremonia. Esperaba que nadie hubiera abierto las cajas que habían llegado de Spokane y se preguntó qué cara pondría Sadik si viera su colección de ositos de peluche. No era algo que pegara demasiado con su exquisita decoración de interiores.
Cleo giró a la izquierda en el siguiente pasillo y se detuvo frente a la puerta de Sadik. Su puerta también a partir de aquel momento, recordó. Su mundo. Su vida.
Entró y cerró tras ella. Había visto el salón de la suite al menos una docena de veces y seguía resultándole extraño. Se fijó en los muebles oscuros, en las pinturas originales de la pared y en las vistas, que eran parecidas a las de su antiguo dormitorio. Sabía que aquella suite tenía una disposición distinta. Constaba de tres dormitorios en lugar de dos. La habitación principal era más grande y había dos estancias pequeñas al otro lado del salón.
Cleo fue hacia allí. En la habitación de la izquierda se había instalado un despacho. La ausencia de papeles en el escritorio y el polvo que tenía la pantalla del ordenador daban a entender que Sadik no trabajaba allí. Su despacho actual estaba a menos de cinco minutos andando, por lo que era lógico que fuera hasta allí cuando tenía que trabajar.
La segunda habitación estaba situada en una esquina del palacio que tenía vistas al mar y a los jardines. Estaba completamente vacía a excepción de un armario de doble cuerpo. En las paredes tampoco había nada. Cleo no recordaba haber estado nunca allí, pero sabía que la habían vaciado para el bebé. Se llevó la mano al vientre y lo acarició con suavidad mientras se giraba para echarle un vistazo al lugar. Era fácil imaginarse una cuna apoyada en la pared del fondo y un cambiador entre las ventanas. A la larga, cuando tuvieran más hijos, y no tenía ninguna duda de que Sadik querría tener muchos, tendrían que trasladarse a una de las suites familiares. Pero por el momento aquello sería su hogar.
Cleo se acercó a la pared y acarició la suave superficie. ¿Qué color sería más adecuado? Tal vez un amarillo pálido. O quizá debería dejarla en tono crema y colocar una tira de papel pintado. Tal vez de ositos, para que pegara con su colección.
Cerró los ojos e imaginó el sonido de los suspiritos de su hijo. Aspiró el dulce aroma de su piel y de los polvos de talco, sintió la suavidad de las sabanitas de algodón. Se apretó suavemente el vientre con los dedos como si pudiera tocar a su hijo.
– Te prometo que estaré aquí para ti -susurró.
Sabía que aquello era la cosa más importante que podía hacer por su hijo: darle un padre y una madre que lo quisieran.
Aunque dudara mucho de la capacidad de Sadik para amarla estaba segura de que sería un buen padre. Si para darle a su hijo el mejor comienzo posible tenía que renunciar a su propia felicidad, lo haría.
– Me preguntaba dónde te habías metido.
Cleo escuchó las palabras de Sadik un instante antes de que él viniera por detrás y la rodeara con sus brazos.
– ¿Cómo estás? -preguntó colocándole las manos sobre el vientre.
– Cansada -reconoció ella-. Y confusa.
– ¿Qué se siente al ser la princesa Cleo?
Ella percibió el tono sonriente de sus palabras, pero a ella aquella pregunta no le resultaba divertida.
– Nada de esta situación me parece real así que no puedo contestarte -respondió echando fuego por los ojos.
– Tienes todo el tiempo del mundo para acostumbrarte a tu nuevo estado -aseguró Sadik dándole la vuelta y mirándola con preocupación-. Ahora estamos casados. Eres mi esposa.
Esposa. Cleo le dio vueltas a la cabeza a aquella palabra, pero no fue capaz de asimilarla. No se sentía su mujer, ni una princesa ni nada más que un fraude. Un fraude embarazado.
– Como puedes comprobar he pedido que sacaran los muebles de la habitación de nuestro hijo. Se te proporcionará todo lo que necesites para él. Tenemos decoradores que están familiarizados con el palacio y en la ciudad hay varias tiendas especializadas en bebés. Si quieres también puedes encargar las cosas por catálogo.
Cleo trató de no pensar en el dolor que sentía en el corazón y trató de concentrarse en la sensación de estar entre sus brazos. AI estar cerca de Sadik siempre sentía como si le perteneciera. Si pudiera capturar aquella sensación y mantenerla tal vez no estaría tan perdida.
– Todavía no tengo ideas concretas -dijo apartándose de él para observar el espacio vacío-. Pensaré en ello. Tal vez mire algunas revistar para sacar ideas. ¿Quieres que te consulte antes de tomar ninguna decisión?
– Si quieres podemos hablarlo, o si lo prefieres toma tú las decisiones.
Cleo tuvo la sensación de que Sadik sabía que estaba triste y estaba tratando de mostrarse comprensivo. El problema era que la comprensión no casaba bien con un príncipe arrogante.
– Ya que hablamos del tema me gustaría que redecoraras toda la suite -dijo acercándose a ella y tomándola de la mano-. Tranquilamente, por supuesto, a tu ritmo. Pero estas habitaciones deberían ser nuestras, no sólo mías.