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– Por supuesto -murmuró Cleo.

Apreciaba mucho que Sadik tratara de agradarla, pero aun así le resultaba imposible sonreír.

Pensó en las cajas apiladas en el salón y en sus cuatro trapos colgados en el inmenso armario. ¿Cómo demonios iba a encajar allí? Era la persona menos adecuada del mundo para haberse casado con Sadik.

– ¿En qué estás pensando? -le preguntó el Príncipe con amabilidad.

– En que todo esto es muy extraño -admitió ella-. No pertenezco a este lugar.

– Eres mi esposa -repitió Sadik-. Eres princesa de Bahania. Tu sitio está donde tú quieras que esté.

– Siempre y cuando no intente marcharme, ¿verdad? -preguntó ella con amargura.

– Estamos casados, Cleo -aseguró Sadik soltándole la mano y colocándole las palmas en los hombros-. Sé que hemos tenido problemas, pero es hora de dejar atrás el pasado. Empecemos de nuevo como marido y mujer.

Cleo sintió una oleada de rabia alimentada por una tristeza tan profunda que pensó que podría partirla por la mitad.

– Te agradezco tus palabras. Desde luego tiene mucho sentido. El problema es que yo no puedo olvidar la verdad. Si no estuviera embarazada no te habrías casado nunca conmigo. Cuando me marché de aquí no volviste a pensar nunca más en mí. Nunca me llamaste ni trataste de ponerte en contacto conmigo. Dejé de existir para ti.

Lo que no dijo, aunque lo estuviera pensando, era que Sadik esperaba que ella dejara atrás el pasado mientras que él no tenía intención de hacer lo mismo. Kamra seguía viva en su mente.

– ¿Qué quieres de mí? -le preguntó Sadik.

«Quiero que me ames o que me dejes marchar».

Cleo suspiró. No tenía sentido tratar de contestar aquella pregunta.

– No importa -dijo sintiéndose muy cansada.

– A mí sí.

– No, a ti no te importa -insistió ella librándose de su contacto-. Para ti no soy una persona. Soy el recipiente que lleva a tu hijo.

– Eso no es verdad.

Sadik se acercó a ella, pero Cleo dio un paso atrás. Él suspiró.

– Con el tiempo te darás cuenta de que eres una parte importante de mi vida. Entenderás que me he casado contigo con la intención de cumplir los votos que he hecho. Te respetaré y te desearé todos los días de mi vida.

Cleo no sabía qué decir así que decidió quedarse callada. Cuando Sadik le pasó la mano por los hombros se dejó guiar fuera de la habitación. Sin duda el Príncipe pensaba que el problema estaba resuelto, que todo saldría bien a partir de aquel momento.

Cleo caminó hacia el salón y vio que Sadik había traído comida. Había varios platos tapados sobre un carrito.

– Ya hemos cenado -le recordó.

– Tú no has comido nada. Vamos. Te darás cuenta de que he pedido tu comida favorita.

El sólo hecho de pensar en comer le provocó un nudo en el estómago.

– No tengo hambre -aseguró-. Estoy cansada, Sadik. Quiero irme a la cama.

El Príncipe la miró fijamente. Cleo imaginó que se daría cuenta de que en sus ojos no había precisamente una invitación. Seguro que Sadik esperaba que aquella fuera una noche salvaje. Después de todo sólo habían hecho el amor una vez desde que ella regresó a Bahania y aquélla era su noche de bodas.

Sadik observó la debilidad que mostraban los ojos de Cleo. No le sorprendía que estuviera cansada. Había habido muchos cambios durante las últimas semanas. Lo que le preocupaba era la desesperanza que reflejaba su mirada. Quería que fuera feliz por el bien del bebé. Tanta tristeza no podía ser buena.

Su primer impulso fue ordenarle que sonriera, pero le pareció tan ridículo que ni lo intentó. Podía obligar a Cleo a que hiciera lo que él quería, pero sabía que era inútil hacerla sentirse como se le antojara.

Paciencia, se dijo para sus adentros. Esperaría. Ella acabaría por entrar en razón.

La besó tiernamente en los labios luchando contra la pasión que se despertó en él al instante.

– Vete a la cama -le dijo-. Esta noche no te molestaré.

Cleo apretó los labios, asintió con la cabeza en señal de agradecimiento y se encaminó al dormitorio. Al verla marchar Sadik cayó en la cuenta de que iba a ocupar la única cama de la suite, lo que lo colocaba a él en la incómoda posición de novio sin lugar para dormir.

Cuando se quedó solo echó un vistazo alrededor en busca de algo con lo que entretenerse. No tenía apetito ni tampoco ganas de ver una película ni de leer. Caminó con indolencia por el salón y luego salió al pasillo que daba a las otras habitaciones. La primera de ellas sería para el niño. Trató de imaginarse a su hijo durmiendo en una cuna. Sadik frunció el ceño y se concentró para pensar en su hijo haciendo cualquier cosa. No tenía ningún contacto con bebés ni con niños pequeños ni tampoco sabía casi nada del embarazo de Cleo. Ni siquiera estaba seguro de la fecha prevista de parto.

Se dirigió a la segunda habitación con el ceño todavía más fruncido. Hacía tiempo que no utilizaba aquel despacho, pero el ordenador le sería de utilidad para su propósito porque tenía conexión a Internet.

En cuestión de segundos lo cargó y tecleó la palabra Embarazo en un buscador. Aparecieron muchísimas páginas Web. Eligió algunas al azar y comenzó a leer. Una hora más tarde ya sabía que había mucho que aprender. Llevó el ratón hacia una librería virtual y buscó en su bibliografía. Encargó media docena de libros sobre embarazo y parto y luego regresó a las páginas Web para leerlas.

Cleo se despertó poco después de la madrugada. Había dormido toda la noche, descansando más de lo que lo había hecho en las últimas semanas. Seguía sin gustarle su situación actual, pero conocer su destino le había permitido al parecer relajarse.

Sabía que había llegado el momento de sacar el mejor partido posible de la situación. La tristeza no le convenía en absoluto al bebé y si se deprimía lo único que conseguiría sería sentirse todavía peor. Sadik y ella estaban casados. En su caso la frase «para lo bueno y para lo malo» parecía haber comenzado por el final, por lo malo. Pero tenía un lugar donde vivir, comida y un hombre que deseaba desesperadamente aquel hijo. Ambos tenían salud y un futuro asegurado. Teniendo en cuenta todos aquellos factores el sueño del amor verdadero sería pedir demasiado.

Sadik tenía razón cuando señaló que entre ellos había pasión y mutuo respeto. Y amistad. La mayor parte del tiempo se llevaban bien. A ella le gustaba su compañía y tenía la impresión de que a Sadik le pasaba lo mismo. El hecho de que la hubiera dejado marchar una vez sin pensar en ella ni una sola vez era irrelevante.

Había destinos mucho peores que casarse con un príncipe guapo y millonario que no la amaba.

Con la decisión tomada, Cleo se levantó y se cepilló los dientes. Estaba dudando entre desayunar o ducharse primero cuando llamaron a la puerta del dormitorio.

Sadik entró antes de que ella pudiera pensar en qué hacer. El Príncipe miró la cama vacía.

– Ya te has levantado -constató con cierto tono de decepción.

Cleo estaba demasiado concentrada en la bandeja que tenía entre las manos como para responder.

– Te he traído el desayuno -dijo-. Por favor, vuelve a la cama. Te lo serviré.

Cleo estaba tan sorprendida que casi perdió el equilibrio.

– ¿Me lo vas a servir tú?

– Sí. Lo haré todas las mañanas mientras estés embarazada -aseguró él colocando la bandeja sobre la mesilla de noche-. A menos que esté de viaje de negocios. Entonces haré que te lo sirva uno de los sirvientes.

Cleo pensó en la posibilidad de señalar que era perfectamente capaz de levantarse y caminar hasta una mesa de desayuno. Sobre todo teniendo en cuenta que había una en la misma suite. Pero el detalle de Sadik le había tocado la fibra sensible y notó que le habían entrado unas ganas irreprimibles de llorar.

En lugar de iniciar una conversación que pudiera provocar aquellas lágrimas decidió meterse en la cama y taparse con el embozo hasta la barbilla.