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– Gracias.

Colgó el teléfono sintiéndose igual de desconcertada que si hubiera mantenido una conversación con un grupo de alienígenas. Era imposible que aquel fuera ahora su mundo. Qué locura. Estaba claro que el palacio era una maquinaria muy bien engrasada. Tendría que mantenerse alejada de los engranajes para evitar ser atrapada por el mecanismo.

Cleo dejó a un lado el catálogo y se acercó a la ventana. El cielo y el mar estaban grises por culpa de la lluvia. Apretó los dedos contra el cristal y se preguntó qué diablos estaba haciendo ella allí. ¿De verdad creía que tenía alguna posibilidad de encajar en aquel lugar? ¿Ella? Era la última persona del planeta que debería haberse casado con un miembro de una familia real.

Se dio la vuelta y observó las cajas de cartón apiladas en una esquina. Sabía lo que encontraría dentro de ellas al abrirlas. Viejos animales de peluche y libros de segunda mano. Habría ropa que no volvería a ponerse y algunas fotos. Recuerdos sin importancia de una vida discreta.

Siempre había pensado que habría algo más. Que encontraría de alguna manera la forma de hacerse notar. Pero al parecer aquello no había ocurrido. Ahora era la esposa de Sadik y pronto sería la madre de su hijo. Tenía la sensación de haberse perdido a ella misma a lo largo del camino.

Una llamada a la puerta interrumpió sus pensamientos. Esta vez su corazón se mantuvo en su sitio. Sadik nunca pediría permiso para entrar en sus propias habitaciones.

Cleo se levantó y abrió. En el umbral había una mujer joven con un jarrón lleno de flores. Se las entregó a Cleo, hizo una pequeña reverencia y se marchó.

Cleo se la quedó mirando. Sentía más curiosidad por la reverencia que por las flores. ¿De verdad iba a hacer la gente aquel movimiento delante de ella a partir de ahora? Eso sería una pesadilla. Escribió una nota mental para recordar que tenía que llamar a Marie y hablar del asunto con ella. Luego llevó las flores al salón y las colocó en el centro de la mesa. Tras admirar los aromáticos capullos buscó la tarjeta colocada entre las hojas.

Será un placer recibirte para tomar el té a última hora de la mañana.

La nota iba firmada por el rey Hassan. Cleo miró el reloj. Eran casi las once. Pensó que lo mejor sería mover el trasero rápidamente hacia la sección de negocios de palacio. Le extrañaría mucho que el rey de Bahania le hubiera enviado esa invitación por casualidad.

Cinco minutos después el asistente del Rey la escoltó hasta su despacho privado. Había un servicio de té preparado sobre la mesa y el Rey la esperaba sentado en uno de los sofás. Cuando la vio entrar alzó la vista y dejó a un lado el informe que estaba leyendo. Luego se levantó y avanzó hacia ella con los brazos abiertos.

– Bienvenida, hija mía -dijo abrazándola y besándola en las mejillas -. Éste es tu primer día como miembro de la familia real. ¿Cómo te sientes?

– Todavía estoy algo confusa -reconoció Cleo tomando asiento al lado de la mesa.

– Enseguida andarás de un lado a otro de palacio como si hubieras pasado aquí toda tu vida.

– Me estoy poniendo demasiado gorda como para andar de un lado a otro -aseguró ella palpándose suavemente el vientre-. Tal vez cuando el niño haya nacido.

Cleo se acercó a la tetera y sirvió el té en dos delicadas tazas. La porcelana tenía motivos orientales y estaba segura de que pertenecía a un juego antiguo y cargado de historia.

– Ahora que vivo aquí supongo que tendré que aprender algunas cosas del país -dijo un instante antes de sacudir la cabeza-. Lo siento. No quería decir exactamente eso. De hecho estoy muy interesada en la historia de Bahania.

– Hay libros maravillosos en la biblioteca de palacio -aseguró el Rey para echarle una mano mientras ella le tendía la taza-. O también puedo pedirle a alguno de nuestros historiadores nacionales que venga a darte clases.

– Creo que me voy a perdonar las lecciones privadas -se apresuró a decir Cleo alzando las manos-. Todo lo que necesite saber lo aprenderé por mí misma ya sea leyendo o visitando algún museo.

– Como tú quieras -dijo el Rey-. Te sugiero que empieces visitando la ciudad. Hay muchos lugares históricos maravillosos. Te rogaría que no te aventuraras por tu cuenta hasta que conozcas bien las carreteras -le pidió frunciendo el ceño-. Te asignaré un chófer.

Cleo no estaba muy convencida de querer que la escoltaran, pero los comentarios del Rey sobre la necesidad de conocer la ciudad tenían sentido. Lo último que necesitaba era perderse.

– Se lo agradezco -le dijo.

– Todos queremos tu felicidad -aseguró Hassan sonriendo-. Sé que las circunstancias que han rodeado tu boda no son las que te hubieran gustado, pero estoy convencido de que Sadik y tú podéis ser felices juntos.

Cleo prefirió darle un sorbo a su taza de té en lugar de contestar. No creía que a su regio suegro le gustara su respuesta.

– Te resultará más fácil el cambio si te construyes una vida propia -continuó diciendo el monarca-. Sadik cree que te bastará con ser sólo madre, pero yo tengo la impresión de que necesitas algo más. ¿Qué cosas te interesan, Cleo? Bahania tiene muchas cosas recomendables.

Ella agradecía el apoyo y el interés, pero le parecía que aquella pregunta era un desafío.

– No tengo ningún interés específico. Nunca he sido persona de hobbys ni de aficiones y no toco ningún instrumento musical.

– ¿Y no hay nada que te hubiera gustado hacer y nunca has podido?

– Sé que Zara es la inteligente de la familia – se atrevió a decir tras pensárselo unos segundos-, pero siempre me he lamentado de no haber ido a la universidad cuando tuve la oportunidad de hacerlo. Cuando estaba en el instituto no era una buena estudiante. Iba a clase por obligación. Ahora creo que disfrutaría aprendiendo cosas.

Hassan dejó su taza sobre la mesa y abrió los brazos.

– ¿Y por qué no lo intentas y ves qué te parece? Te concertaré una cita con el decano de la universidad. Esta tarde puedes ir a ver el campus.

Cleo sintió como si se hubiera subido sin darse cuenta en una cinta transportadora que se moviera muy deprisa.

– No necesito reunirme con el decano -se apresuró a decir-. ¿No podría caminar por el campus y luego tal vez presentar una solicitud como una estudiante cualquiera?

– Niña, tú eres muchas cosas maravillosas, pero desde luego no eres cualquiera en ningún aspecto. Ya no. Eres la princesa Cleo de Bahania – aseguró el Rey con una sonrisa-. No te preocupes. Te acostumbrarás al título.

«No en esta vida», pensó para sus adentros. En aquellos momentos se sentía más asustada por haberse casado de lo que lo había estado antes de entrar en la habitación. Una cosa era preocuparse de si su marido la amaba o no. Y otra era lidiar con la responsabilidad de ser una princesa. El título conllevaba expectativas y obligaciones que no se había parado a considerar.

– Estoy empezando a pensar que va usted arrepentirse de haberme invitado a unirme al equipo -murmuró.

El Rey negó con la cabeza.

– Sospecho que dentro de unos meses todos nos preguntaremos como nos las habíamos arreglado antes para estar sin ti.

Cleo esperaba que aquello fuera verdad… especialmente para Sadik.

Capítulo 11

AQUELLA noche Cleo se sentía sorprendentemente contenta. De hacho estaba deseando ver a Sadik y cuando él entró en la suite corrió a su encuentro para saludarlo.

– He tenido un día maravilloso -aseguró con alegría-. Al principio pensé que iba a ser espantoso porque estaba lloviendo y no soy precisamente una fan de la lluvia. Además no tenía nada que hacer, pero al final las cosas han salido bien. ¿Qué tal tú?

En lugar de contestar, Sadik se limitó a mirarla fijamente. Cleo bajó la vista para comprobar si tenía alguna mancha en su vestido premamá.