– ¿Y qué pasa con mi…?
Sadik la silenció con un beso.
– Luego -murmuró con los labios sobres los suyos-. Luego.
A Cleo se le pasó fugazmente por la cabeza que debería protestar. Pero entonces Sadik se dispuso a continuar con el plan que le había contado y ella imaginó que podrían pelearse en cualquier otro momento. En aquel instante no estaría tan mal dejarse llevar por sus insistentes atenciones.
Sadik se inclinó y la besó desde el escote hasta debajo justo de la mandíbula. Luego le lamió el interior de la oreja. Ella se estremeció y exhaló un suspiro. Mientras su cuerpo se calentaba y se preparaba para el inevitable acto de amor que vendría después, pensó que su matrimonio con Sadik tenía sus compensaciones. La parte física de su unión sería siempre placentera.
Pero él nunca la amaría.
Aquel pensamiento surgió de la nada. Cleo lo apartó de sí con firmeza. No quería pensar en ello precisamente en aquellos momentos. Porque si pensaba que nunca llegaría a importarle a su marido tanto como le había importado su anterior prometida, el dolor ahuyentaría por completo el placer del momento. Cleo sentía como si hubiera estado sola durante mucho tiempo. Sadik le ofrecía calor y un techo seguro. ¿Era tan malo dejarse llevar?
Las manos del Príncipe deslizándose desde su espalda hasta los pechos fueron respuesta suficiente. Lo deseaba. Se sentía torpe y pesada, pero sabía que ninguna de las dos cosas le importaba a Sadik. Por alguna razón que no alcanzaba a comprender él la veía como un ser maravilloso.
Los dientes de Sadik se cerraron sobre su lóbulo al mismo tiempo que le cubría con las manos los pechos. Desde que estaba embarazada aquella parte de su cuerpo se había vuelto exquisitamente sensible. Sus pezones se irguieron nada más sentir su contacto.
– Si te hago daño dímelo -susurró él mordisqueándole la oreja-. He leído que durante el embarazo hay mujeres cuyos pechos se vuelven tan sensibles que les duelen con sólo tocarlos.
A ella le latían los pechos, pero no del modo en que él decía. Si no se los seguía acariciando se moriría.
– Estoy perfectamente -consiguió decir a duras penas, ya que el deseo era tan intenso que le costaba trabajo hablar-. Hace un par de semanas que he dejado de estar tan sensible.
– Así que no pasa nada si…
– No -aseguró ella acaloradamente.
Incapaz de contenerse, colocó las manos encima de las suyas para urgirlo a seguir. Sadik le recorrió los pezones erectos con los pulgares. Ella gimió al sentir por todo el cuerpo una oleada de placer.
Se perdió en la sensación de notar sus dedos acariciándola y apretándola suavemente. El fuego se apoderó de todo su ser, navegando desde el centro de su cuerpo hasta acomodarse entre las piernas. Ya estaba húmeda. Podía sentir que estaba preparada y los dulces latidos que expresaban su necesidad de alivio.
Sadik la rodeó con sus brazos y la atrajo hacia sí. La besó apasionadamente, deslizando la lengua entre sus labios y rozando la de ella. Se embistieron el uno al otro, invadiéndose, jugando, bailando, necesitándose. Cleo se abrazó a él. Deseaba todo lo que pudiera ofrecerle. Sadik tenía la habilidad de llevarla siempre al límite de la cordura en el terreno sexual. Aquella noche ella necesitaba olvidarse del mundo real y perderse en la pasión que compartían.
Apenas fue consciente de que el Príncipe la estaba llevando al dormitorio. Una vez dentro cerró la puerta y dejó de besarla el tiempo suficiente para tenderla sobre la cama. Con la facilidad de un hombre confiado en sus habilidades, se colocó detrás de ella y le bajó la cremallera del vestido.
El vestido se le deslizó por los brazos, pero Cleo se lo sujetó a la altura de la cintura. De pronto era consciente de los cambios que había experimentado su cuerpo.
– Estoy embarazada -le dijo sin poder evitar que las mejillas se le sonrojaran.
– Lo sé -respondió él con una mueca-. Soy yo el responsable de tu estado.
Entonces su sonrisa se desvaneció. La rodeó con sus brazos y le agarró una de las manos. Ese movimiento permitió que Cleo siguiera sujetándose el vestido a la altura del vientre y experimentara al mismo tiempo la sensación de sus besos calientes en la palma de la mano.
– Es mi semilla la causante de tu redondez – susurró contra su piel-. Observo cómo cambias y cada día me siento más fascinado por tu belleza femenina.
Sadik le soltó la mano y se puso de rodillas en el suelo frente a ella. La ayudó a quitarse las sandalias y tiró suavemente del vestido hasta que ella lo soltó. La tela cayó a sus pies.
Cleo se había negado a dejar de utilizar sus braguitas habituales, pero en lugar de ponérselas en las caderas se veía obligada a llevarlas debajo del estómago. Se sentía ridícula en ropa interior con aquel vientre prominente, pero a su marido no parecía importarle. Le besó la piel tirante y le lamió el ombligo. La tumbó delicadamente sobre la cama y se arrodilló entre sus piernas. La ayudó a quitarse el sujetador y luego le sacó las braguitas.
Cuando estuvo desnuda comenzó un baile sensual y lento específicamente pensado para volverla loca. Le lamió los pechos hasta que Cleo tembló de deseo. Con la punta de la lengua bailó alrededor de sus pezones, obligándola a retorcerse. Cuando la respiración de Cleo se volvió más caliente y agitada, se deslizó más abajo. Le recorrió el estómago con las yemas de los dedos, trazando con ellos senderos que no tenían más propósito que hacerla suya. Fue descendiendo más y más cada vez, pero sin llegar a rozar aquel rincón de su cuerpo que deseaba más que ningún otro su cercanía.
Sadik se apartó un instante y salió de la cama para quitarse la chaqueta del traje, los zapatos, los calcetines, la corbata y la camisa. Se quedó sólo con los pantalones y los calzoncillos y regresó a la cama, pero se quedó a los pies. Cleo sabía que no tenía de qué preocuparse. Enseguida volvería a dedicarle sus atenciones por completo. Ella tendría su orgasmo, probablemente varios de ellos. Sadik creía en el trabajo bien hecho.
No la decepcionó. El Príncipe se inclinó sobre ella y le levantó ligeramente la pierna para poder besarla en la cara interior del tobillo. Desde allí continuó camino hacia la rodilla. La parte más interna de su feminidad tembló de deseo. Quería que la acariciara allí, que la llevara al paraíso una y otra vez.
– No pongas en duda tu belleza -dijo Sadik con voz ronca y grave.
Sin soltarle el tobillo le llevó el pie hacia la prueba de su excitación. El arco del pie de Cleo descansó sobre la dureza de su deseo. Cuando ella comenzó a moverlo el Príncipe cerró los ojos un instante y gimió.
– Eso, más tarde -prometió.
Ella sonrió.
– ¿Te he confesado alguna vez que una de mis fantasías sexuales es hacerte perder el control?
Sadik abrió los ojos de golpe. Una expresión deliciosa le cruzó el rostro de lado a lado.
– Cuéntame detalles de tu fantasía.
Cleo se encogió de hombros, fingiendo indiferencia ante la pregunta.
– No se trata de nada especial. Sólo tú y yo juntos haciendo el amor.
– Sigue -le pidió él con los ojos brillantes.
Cleo se dio cuenta de que le había soltado el pie y se estaba abriendo camino entre sus piernas.
– Los dos estamos desnudos -continuó diciendo ella al tiempo que la mano de Sadik acariciaba su zona más caliente.
– ¿Y?
– Y yo empiezo a acariciarte.
Al pronunciar aquellas palabras, Cleo se puso rígida un instante al sentir dos dedos en su interior. El dedo pulgar de Sadik acariciaba al mismo tiempo el punto sensible creado únicamente para el placer femenino. Lo recorrió con movimientos lentos y circulares.
– ¿Por dónde iba? -preguntó Cleo tragando saliva.
– Me estabas hablando de caricias.
Si la intención de Sadik era aportar refuerzos para hablar de fantasías sexuales desde luego estaba haciendo un buen trabajo, pensó Cleo, tratando a duras penas de concentrarse. Estaba haciendo magia entre sus piernas, entrando y saliendo de ellas sin dejar de acariciarla con el pulgar. Tantas atenciones juntas la hicieron ponerse tensa pensando en el orgasmo. Podía sentir cómo aumentaba la presión y el…