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– Estoy muy orgulloso de ti, niña -aseguró Hassan tomándola de la mano

– Sí, bueno… -respondió Cleo inclinando la cabeza-. Lo hago porque me resulta interesante.

– Me parece muy sabio por tu parte que te intereses en la historia de tu nuevo país. ¿Y quién es tu tercer tutor?

– Eso es lo mejor de todo. Alice me dio un par de clase de matemáticas y me he dado cuenta de que me gustan mucho -dijo Cleo sacudiendo la cabeza.

Todavía estaba impresionada por el descubrimiento que había hecho sobre sí misma.

– Lo cierto es que además no se me dan nada mal. Así que me consiguió una tutora de matemáticas. Shereen me está enseñando nociones de álgebra y en seguida nos meteremos con la geometría. Estoy deseándolo.

– Así que Zara no es la única cerebrito de la familia…

– Supongo que no.

Costaba trabajo creerlo pero así era, pensó sintiéndose feliz por ello. Años atrás no había querido darle ninguna oportunidad a la escuela. Su vida habría sido muy distinta si hubiera descubierto entonces algo que se le diera bien. Tal vez entonces no habría cometido tantos errores en su vida personal.

– Y hablando de otra cosa ¿Ya tenéis preparada la habitación para cuando llegue mi nieto?

Cleo no se molestó siquiera en insinuarle a su suegro la posibilidad de que pudiera tratarse de una niña. Se había cansado de librar aquella peculiar batalla.

– Ya casi hemos terminado -aseguró con una sonrisa melancólica-. Aunque lo cierto es que sigue vacía ya hemos pedido lo que necesitamos y yo he elegido personalmente algunas piezas del almacén de palacio. Me las están preparando.

– Percibo un rastro de tristeza en tus ojos – dijo Hassan acariciándole el rostro-. Estás pensando en mi hijo…

Aquella afirmación debería haberla sorprendido, pero Cleo se había acostumbrado al hecho de que su suegro era una persona muy perceptiva.

– Estoy contenta -aseguró -. Es un buen hombre y un buen marido. Se preocupa mucho por nuestro hijo. Disfrutamos mutuamente de nuestra compañía. Nos tenemos respeto, ¿Acaso no es suficiente? Desear algo más sería como pedir la luna.

– Qué oscura sería la noche sin la luz de la luna.

– Pero la luna sigue su propio curso y no se le puede ordenar que aparezca.

– Estás aprendiendo la sabiduría del desierto -dijo el Rey con una sonrisa.

Estaba aprendiendo porque todas las mañanas Sadik le hablaba cariñosamente a su hijo y le enseñaba los usos y costumbres de Bahania. Para Cleo era algo parecido a lo que hacía con ella su tutora. Gracias a Sadik había aprendido cosas sobre el linaje de los famosos sementales de Bahania y cómo averiguar dónde había agua por los movimientos circulares de los pájaros en el cielo.

– El desierto es ahora mi hogar -le recordó Cleo al Rey-. Debo conocer sus costumbres y respetarlas.

– ¿Y qué me dices de la tristeza de tus ojos?

Cleo no quería pensar en aquello.

– Irá desapareciendo con el tiempo.

– ¿Porque llegarás a amarlo menos?

A Cleo no le sorprendió que hubiera averiguado su secreto.

– Con el tiempo llegaré a acostumbrarme a la situación.

– ¿Te acostumbrarás a que no te corresponda?

Aquella pregunta tan directa la pilló desprevenida.

– Sí.

Porque no tenía elección. Se negaba a ser una desgraciada el resto de su vida.

– Con el tiempo la amistad y el respeto llegarán a ser suficientes para mí.

– Mi hijo es un inconsciente pero no es ningún estúpido -aseguró Hassan frunciendo el ceño-. Con el tiempo se dará cuenta de que tiene un tesoro irremplazable.

– Tal vez.

Cleo no estaba tan segura de que Sadik consiguiera algún día dejar atrás su pasado. El recuerdo de Kamra era demasiado importante para él. Y mientras el fantasma de su antigua prometida siguiera dentro de su corazón nunca podría ofrecérselo a ella.

La enfermera le hizo un gesto para que se subiera a la báscula. Cleo se quitó las sandalias e hizo lo que le indicaban. Los números alcanzaron una cifra desorbitada, provocando que su corazón se acelerara en la misma proporción. Cuando la aguja se detuvo Cleo abrió los ojos de par en par, incapaz de creer que alguien de su altura pudiera alcanzar semejante peso.

– La doctora Johnson me va a cortar la cabeza -murmuró mientras se calzaba-. Ya me advirtió en la última visita que no ganara más de trescientos gramos de peso a la semana.

– Eres la imagen misma de la salud y la belleza -la tranquilizó Sadik quitándole importancia al asunto con un gesto-. Si tienes la presión sanguínea normal la doctora no se preocupará.

Cleo no estaba tan convencida. Habían pasado dos meses desde su boda y sabía que la combinación de estrés y la deliciosa comida de palacio le hacían comer más de lo que debería. Siguió a la enfermera a la sala de exploraciones y se tumbó en la camilla.

La enfermera le puso el brazalete en el brazo y comenzó a insuflarle aire. Un instante después lo soltó e informó de que la tensión de Cleo seguía siendo excelente.

– Al menos ya es algo -murmuró para sus adentros tratando de prepararse mentalmente para la reprimenda.

Pero por desgracia no tuvo tiempo de hacerlo.

Una de las ventajas o las desventajas, dependiendo del día, de pertenecer a la familia real era que no había que esperar. La doctora Johnson entró en la sala y la enfermera se marchó. Estudió el informe que le había dejado y luego alzó la cabeza para mirar a Cleo.

– Ya lo sé -se apresuró a explicarse como si fuera una niña pequeña a la que hubieran pillado en una travesura-. Sé que me dijo trescientos gramos. Pero de verdad que lo he intentado.

– Ya es suficiente -la atajó Sadik besándola en los labios antes de girarse hacia la doctora con una sonrisa-. Tiene la tensión normal y no presenta edemas ni en las manos ni en los pies. Lo compruebo diariamente.

– Es usted un futuro padre muy comprometido, Alteza -aseguró la doctora claramente impresionada.

Sadik asintió con la cabeza.

– Cleo es mi esposa. Va a tener un hijo mío. ¿Qué podría ser más importante que su bienestar?

Cuando lo escuchaba hablar así Cleo sentía que todo su interior se removía. Sabía que no lo decía con la intención que ella deseaba pero, tal como había decidido semanas atrás, estaba dispuesta a conformarse con lo que Sadik le ofreciera.

– Tiene usted razón, Majestad -intervino la doctora girándose hacia Cleo-. Su muestra de orina también está perfectamente, Princesa. No hay exceso de azúcar. Lo está haciendo usted de maravilla.

Cleo sonrió con timidez. Cinco minutos más tarde se estaba quitando la ropa y colocándose la bata que había en el perchero del baño. Cuando regresó a la camilla la doctora Johnson encendió el ecógrafo.

Sadik estuvo presente durante todo el examen. La doctora habló sobre el tamaño del útero y el emplazamiento del bebé mientras Sadik la bombardeaba a preguntas. Todos escucharon los latidos del corazón del bebé y luego la doctora le puso a Cleo gel sobre la tripa para captar mejor los ultrasonidos.

Cleo se giró para ver mejor el monitor. Sadik se acercó más a ella y la tomó de la mano.

– Muy bien. Veamos cómo está el bebé real -dijo la doctora moviendo la varita sobre el estómago de Cleo.

Algunas imágenes tomaron forma. Aunque Cleo ya había visto al bebé en otras ocasiones el corazón le dio un vuelco al observar aquel cuerpecito moviéndose dentro de ella. Aguantó la respiración y apretó con fuerza la mano de Sadik.

– Aquí está la cabeza -dijo la doctora Johnson señalando la pantalla-, Y esto es la columna vertebral, los brazos y las piernas. Y ahora, si conseguimos que el principito o la princesita se mueva un poco podremos conocer el sexo. Lo quieren saber, ¿verdad? -preguntó alzando la vista.