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– Ya lo sabemos -aseguró Sadik encogiéndose de hombros-. Nuestro hijo será varón.

Cleo puso los ojos en blanco.

– A mí me gustaría saberlo, si se ve algo. A pesar de la insistencia de mi marido yo no lo tengo nada claro.

La doctora se cambió de sitio para intentarlo desde otra posición.

– Veo sombras, pero nada definitivo. Lo siento. Es imposible asegurar nada.

– Es igual -murmuró Cleo mirando la pantalla-. Lo que importa es que el bebé esté sano y todo vaya bien.

Quince minutos después iban de camino a la limusina. Sadik le había pasado el brazo por los hombros y caminaba a su lado. Cleo le agradecía sus atenciones.

– ¿No es increíble? -dijo cuando se hubieron sentado en el asiento de cuero-. Cada vez que veo al bebé me cuesta trabajo creer que es real. La vida es un milagro absoluto -murmuró llevándose la mano al vientre.

– Nuestro milagro -añadió Sadik colocando la mano encima de la suya-. Nuestro hijo.

Sus ojos oscuros brillaron con un fuego que provocó que se le acelerara el corazón. En aquel momento estaban compartiendo algo más profundo que estar casados. Juntos habían creado un nuevo ser. «Maravilla» era una palabra que se quedaba corta para describir lo que Cleo sentía, pero vio reflejada en los ojos de Sadik la misma emoción. Se acercó a él en el instante preciso en que el Príncipe la atrajo hacia sí. La besó con pasión y ternura, susurrando su nombre mientras recorría con los dedos las líneas de su rostro.

– Te quiero, Sadik.

Él se quedó congelado, como si se hubiera convertido de pronto en estatua. Luego sus ojos se oscurecieron y la estrechó entre sus brazos.

– Me alegro -dijo-. Así deben ser las cosas. Me querrás y así estarás contenta de quedarte aquí.

Sadik siguió hablando, pero ella ya no lo escuchaba. Ni siquiera se sentía con fuerzas para respirar. ¿Se le habría parado el corazón? ¿Sería ella la que se habría convertido en estatua?

Cuando llegaron a palacio Sadik le sugirió que dedicara el resto de la tarde a descansar. Cleo no rechistó, porque no podía moverse ni hablar. Se limitó a subir a la suite, acurrucarse entre las sábanas y quedarse mirando fijamente al techo. De pronto algo caliente y húmedo le descendió por la sien hasta llegar al pelo. Cuando lo tocó descubrió que eran lágrimas.

Sentía una dolorosa presión sobre el pecho. La desesperanza la invadía. Antes, de regreso de la consulta del médico, le había abierto su corazón a Sadik como nunca antes se lo había abierto a nadie. Había permitido que su amor por él creciera hasta acabar con su sentido común. En un arrebato de sentimiento le había entregado su alma. Y él se la había aceptado sin devolverle nada a cambio.

Cleo era consciente de que había vivido más decepciones que la mayoría de la gente, entre ellos el constante abandono de su madre, tanto emocional como físico. Pero siempre había sido capaz de levantarse, averiguar en qué se había equivocado, aprender de sus errores y volver a empezar. Ahora, por primera vez en su vida, se sentía derrotada.

No podía ganar aquella batalla porque el enemigo era un fantasma. Sadik nunca la amaría. Por mucho respeto que se guardaran o muchos hijos que tuvieran. Nunca la amaría.

Hasta entonces había esquivado la verdad. Ahora que se había enfrentado a ella no estaba muy segura de qué hacer.

Capítulo 13

TRES días más tarde Cleo llegó a la conclusión de que su constante aumento de peso iba a dejar de ser un problema. No quería comer, no podía dormir y le dolía cada centímetro del cuerpo, como si la hubieran arrojado desde el tercer piso de un edificio.

Se obligaba a sí misma a probar bocado por el bebé. Y por la misma razón se iba a la cama cada noche. Pero mientras Sadik dormía ella miraba fijamente al techo. Y en cuanto al dolor… sabía que se trataba sencillamente de la manifestación física de su espíritu roto. Había jugado un partido en la primera división y lo había perdido.

Con el frescor de la mañana caminó hacia el jardín para encontrarse con el Rey. Llevaba puesto un vestido azul brillante y se había aplicado más maquillaje de lo habitual en un esfuerzo por disimular su tristeza. Consiguió incluso sonreír ante la visión del rey de Bahania sentado en un banco con dos gatitos en el regazo.

Hassan la oyó llegar y levantó la vista. Sonrió en señal de bienvenida, dejó a los gatitos en el suelo y se levantó. Su expresión pasó de alegre a enfadada en cuestión de segundos.

– ¿Qué te pasa? -preguntó a modo de saludo.

Al parecer Cleo no había hecho un buen trabajo disimulando su pena.

– Nada. Estoy bien. Hace un par de días que no me encuentro muy bien. Creo que tengo un poco de gripe.

Hassan le tomó el rostro con la mano y la miró fijamente a los ojos.

– Niña, para mí eres siempre motivo de satisfacción. Sin embargo no eres una buena mentirosa. Lo que veo en tus ojos no tiene nada que ver con la gripe. Dime qué te preocupa.

La preocupación del Rey era más de lo que podía resistir. A Cleo se le llenaron los ojos de lágrimas que fue incapaz de reprimir. Cerró los ojos y le contó la verdad.

– Me estoy muriendo por dentro -susurró-. Por favor, Majestad. No me obliguéis a quedarme aquí.

El Rey la guió hacia el banco. Cuando estuvo sentada le pasó a uno de los gatitos. Cleo le acarició la suave piel y sintió el calor del cuerpecito del animal. El cachorro se acomodó en la palma de su mano y cuando ella se lo llevó al pecho comenzó a ronronear. Cleo sonrió entre lágrimas.

– Es precioso -susurró acariciándole la cabeza.

– Éste tiene mucho carácter -aseguró el Rey tomando asiento a su lado y agarrando al otro gatito-. Su madre es una de mis gatas favoritas. Tiene mucho corazón. Creo que ésta será su última camada. Cuando sus cachorros crecen y se los regalamos a alguien ella sufre mucho. Se pasa semanas triste. A veces ni siquiera come y tengo que darle yo mismo el alimento. Al parecer nadie le ha dicho que soy el Rey -aseguró encogiéndose de hombros.

– Por lo que cuenta tampoco le importaría, seguramente.

– Seguramente no -dijo Hassan con una mueca antes de volver a ponerse serio-. Por mucho que me gusten sus gatitos no podría soportar verla pasar por esto de nuevo. Su infelicidad me duele. Es sólo una gata -continuó mirando a Cleo-. Tú eres la hija de mi corazón. Cada día que no estés mi corazón sangrará un poco. Pensaré en ti a menudo. Llegado el momento tendremos que llegar a un acuerdo en lo concerniente a mi nieto. Pero por ahora eres libre de marcharte.

Cleo no entendía bien a qué venía la historia de la gata. Pero ahora que tenía permiso para salir de Bahania, la losa que le oprimía el pecho pareció algo menos pesada y fue capaz de respirar. Pasar un tiempo alejada de Sadik le serviría para recuperarse… o al menos para empezar el proceso de curación. Tenía el presentimiento de que él sería el único hombre al que de verdad amaría.

Pero ya se enfrentaría a aquella realidad en otra ocasión. Por el momento era suficiente con que pudiera retirarse y lamerse las heridas a solas.

– Gracias, Alteza. Ya sé que no es esto lo que vos queréis, ni lo que yo quiero, pero…

Hassan alzó la mano para impedirle que siguiera hablando.

– Te estoy concediendo tiempo, Cleo, no una exoneración permanente. Sadik y tú tendréis que arreglar las cosas en algún momento. Pero por ahora creo que una separación será lo mejor. Tenemos una villa en Florida. Ya que nos acercamos al invierno, allí estarás muy bien. El avión estará preparado para el viaje a las tres de la tarde. ¿Te parece bien?

De hecho se sentía abrumada. Dejó al gatito en el banco y se abrazó al rey. Hassan sujetó al gatito con una mano mientras que con la otra la abrazaba.

– Lamento que te vayas -le dijo-. Has sido una hija maravillosa. Estoy muy orgulloso de ti, Cleo. No lo olvides nunca. Y en cuanto a Sadik, siento tener que decir que mi hijo es un estúpido necio.