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Sadik se detuvo en el momento que estaba tecleando una orden de transferencia. El cursor parpadeó al final de una suma multimillonaria. Los dedos del Príncipe acariciaron las teclas, pero algo lo había distraído.

Levantó la cabeza, preguntándose si habría escuchado algún sonido desconocido. No, no se trataba de eso. Trató de librarse de la sensación de que algo iba mal y trató de concentrarse en el trabajo, pero no pudo. Terminó de teclear la cifra, pulsó «Enter» y salió del programa.

Después se levantó, se acercó a la ventana y miró hacia fuera. No había ningún signo de tormenta en el horizonte, y sin embargo no podía sacudirse la sensación de tensión que flotaba en el aire. Algo había cambiado… y para mal.

Cleo.

Se dirigió a toda prisa al ala privada de palacio, pero antes incluso de entrar en la suite supo que se había marchado. Sin embargo cruzó el salón y entró en el dormitorio. La mayoría de la ropa estaba colgada en el armario, pero faltaban un par de conjuntos informales y también sus cremas. Sadik le echó un vistazo a la mesilla de noche y comprobó que tampoco estaban las vitaminas.

Maldiciendo entre dientes, el Príncipe dirigió sus pasos al despacho de su padre. ¿Sería demasiado tarde? No, se dijo. Estuviera donde estuviera la encontraría.

Entró en la oficina del Rey sin llamar a la puerta. Uno de los guardias dio un paso adelante y un asistente se puso inmediatamente de pie, pero Sadik los ignoró a los dos. Fue directamente a la puerta doble y entró sin llamar.

El rey Hassan estaba sentado detrás de su escritorio. No pareció sorprendido de ver a su hijo y les hizo un gesto al guardia y al asistente antes de indicarle a Sadik con un gesto que se sentara.

El Príncipe rechazó la invitación con un movimiento de cabeza. Se acercó al escritorio y colocó las dos manos encima.

– Le dijiste que podía marcharse.

Fue una afirmación más que una pregunta. Su padre clavó los ojos en su mirada enfurecida.

– Sí. Se lo dije.

– ¡No tenías derecho! -aseguró golpeando la mesa con el puño-. ¡Es mi esposa!

Hassan se puso en pie y lo miró fijamente.

– Tiene el corazón roto. No pienso quedarme viendo cómo se va apagando por culpa de la infelicidad. No fuiste capaz de reconocer el tesoro que tenías y ahora la has perdido.

¡No! Aquello no podía ser cierto. Sadik trató de respirar hondo pero no tenía fuerzas. Tal vez se debiera a que de pronto sentía un tremendo agujero en el pecho.

– Estaba contenta. Me ama. Ella misma me lo dijo.

Eso había ocurrido sólo tres días atrás. Sadik recordaba el momento con claridad. Por primera vez desde que supo lo del bebé había tenido la seguridad de que Cleo no se iba a marchar. Al confesarle su amor le había dado la oportunidad de relajarse. Si lo amaba se quedaría. Siempre estarían juntos. Las mujeres enamoradas eran felices. Siempre había sido así.

– Al parecer no le basta con amarte -dijo Hassan enfadado-. Ella esperaba más, y yo también.

– ¿Qué otra cosa esperabais? -preguntó Sadik frunciendo el ceño-. He sido un marido atento y cariñoso. A Cleo no le ha faltado de nada. La atiendo todas las mañanas y he aprendido todo lo que he podido sobre embarazos y partos.

– Pero no has aprendido la lección más importante -aseguró su padre sacudiendo la cabeza-. Sé lo que pasaste después de la muerte de Kamra y sé lo que prometiste entonces. Pero estás equivocado, Sadik. Siempre has estado equivocado. No amar a nadie no te mantiene a salvo. Para lo único que sirve es para que te quedes solo.

El monarca volvió a sentarse.

– No haré nada para ayudarte. Cleo se ha marchado. Cuando nazca mi nieto iremos a verla a ella y al bebé. Sólo entonces hablaremos de lo que hay que hacer -aseguró entornando los ojos-. No tengo intención de mantenerte alejado de tu hijo. Pero Cleo necesita tiempo. Te prohíbo que vayas tras ella.

Sadik se marchó sin decir nada más. Su propio padre se había puesto en su contra. Y Cleo había huido de él. Dio un paso, luego otro, y por último se detuvo. Sentía un dolor agudo y molesto en el pecho. No podía respirar, no podía pensar. Sólo era capaz de notar el inmenso vacío que sentía dentro.

Aquella sensación le resultaba familiar. Rebuscó en la memoria y recordó que había sentido lo mismo cuando perdió a Kamra. Pero aquel dolor había sido un pellizco comparado con la herida abierta que estaba experimentando ante la pérdida de Cleo. Sentía como si lo hubieran partido por la mitad. ¿Cómo podía existir un mundo en el que ella no estuviera? ¿Cómo iba él a sobrevivir? Cleo era el sol y la luna en su cielo oscuro. Lo había acusado de preocuparse sólo del bebé, pero estaba equivocada. El niño era un regalo inesperado. Ella lo era todo para él.

Sadik se obligó a sí mismo a seguir andando. Los recuerdos se sucedían en su mente, cada uno más acusador que el anterior. Había dado por seguros el amor y el cariño de Cleo. Nunca le había dicho lo que ella necesitaba tan desesperadamente escuchar. Estaba seguro de que podría evitar el dolor si no admitía sus sentimientos, pero las palabras no cambiaban lo que sentía por dentro.

– Cleo.

Sadik susurró su nombre. El hecho de pronunciarlo en voz alta le dio fuerzas. Sabía lo que tenía que hacer.

Corrió por los pasillos de palacio. El camino más corto hacia el garaje pasaba por la zona abierta al público, así que atravesó por el medio de una visita guiada. Escuchó la voz sorprendida del guía cuando lo identificó delante de los turistas y el sonido de docenas de cámaras de fotos eternizando aquel momento.

Cuando llegó a la parte de atrás se dirigió al garaje y se colocó al volante del más veloz de sus coches. No tenía mucho tiempo. Cíeo saldría en el jet familiar, así que no podía contar con que el vuelo se retrasara.

Corrió por la circunvalación que llevaba a la ciudad. Un destello de luz en el espejo retrovisor captó su atención. ¡Lo perseguían los guardias!

Sadik decidió ignorarlos y pisó a fondo el acelerador. Quince minutos más tarde entró en la autopista que llevaba al aeropuerto. «Deprisa, deprisa, deprisa…» Aquella palabra le retumbaba en el cerebro una y otra vez. Apretó con fuerza el volante y obligó al coche a ir todavía más rápido. Oía a lo lejos las sirenas de los guardias que iban tras él pero no les hizo caso. Lo único que le importaba era encontrar a Cleo.

Transcurridos cinco minutos pensó que sería mejor llamar e intentar retrasar el vuelo. Pero no fue capaz de contactar con la torre de control. Al parecer su padre estaba haciendo lo imposible para impedirle que trajera a Cleo de vuelta a casa. Tendría que…

Sadik frenó de golpe. Las ruedas chirriaron en señal de protesta. El coche se balanceó hacia un lado antes recuperar de nuevo la dirección. Le dolía tanto el pecho que no podía respirar.

Un coche negro, como los que utilizaban los miembros de la familia real, estaba volcado en el arcén de la autopista. Varios equipos de rescate se arremolinaban en torno al automóvil accidentado. Parecía como si el pasado hubiera regresado para colocar de nuevo a Sadik en un momento que ya había vivido. Así era como había encontrado a Kamra.

Muerta en el arcén de la carretera.

El Príncipe paró el coche. Si hubiera podido hablar habría gritado de dolor. Se sentía atravesado por una agonía indescriptible. Quería clamar justicia. No podría vivir sin Cleo. ¿Es que nadie podía entenderlo? ¿Cómo era posible que la hubiera perdido?

No supo cuánto tiempo estuvo allí sentado. Tenía la sensación de que hubiera transcurrido toda una vida, pero tal vez pasaron sólo unos minutos hasta que un agente de policía golpeó con los nudillos la ventanilla del coche.

– ¿Hay algún problema, príncipe Sadik?

Sadik bajó la ventanilla y sacudió lentamente la cabeza.

– El accidente -consiguió decir a duras penas con un hilo de voz-. El ocupante…