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El agente consultó su libro de notas.

– Era alguien de la embajada. Estaba borracho, por supuesto. Por suerte sólo ha habido destrozos en el coche y supongo que en su orgullo.

Sadik miró fijamente al hombre, incapaz de asimilar aquellas palabras.

– ¿No había una mujer?

– No. Sólo iba el conductor, señor.

Sadik trató de darle las gracias, pero no sabía qué decir. Lo único que sabía era que Cleo no estaba muerta. Todavía tenía una oportunidad. Si era demasiado tarde para alcanzarla en el aeropuerto recorrería el planeta entero hasta encontrarla. La llevaría a casa, costara lo que costara convencerla.

Enfiló hacia la autopista. Los guardias de palacio estaban ahora mucho más cerca. Podía ver sus coches por el retrovisor. El policía dio un salto hacia atrás cuando Sadik aceleró a toda pastilla.

Unos minutos más tarde divisó el aeropuerto. Rodeó las terminales principales para dirigirse al hangar privado que albergaba la flota real. Al fondo distinguió uno de los coches de palacio deteniéndose en aquel instante frente a una pequeña terminal. Detrás de él, los guardias ganaban terreno. Ya estaban cerca.

Sadik pisó el acelerador rumbo a la terminal. En aquellos momentos Cleo salió del coche para dirigirse a la entrada. El Príncipe se acercó todo lo que pudo con el coche, después pegó un frenazo, apagó el motor y se bajó como una exhalación.

– ¡Cleo, espera! -gritó mientras corría hacia ella.

Una docena de guardias iba tras él pisándole los talones.

Cleo contempló el espectáculo. Su marido, tan propio, tan principesco corría en su dirección como si lo persiguiera el mismísimo diablo. Estaba claro que había descubierto que se marchaba y pretendía impedírselo. Cleo no conocía sus intenciones. Lo único que sabía era que estaba demasiado dolida como para escuchar sus argumentos sobre la necesidad de que estuvieran juntos por el bien del niño.

– Cleo, por favor…

Ella le dio la espalda y se dirigió a la terminal. Si no hubiera pasado por la consulta del médico para asegurarse de que podía viajar sin problemas, en aquellos momentos ya no estaría allí.

El sonido de un rifle cargándose captó su atención. Cleo se quedó paralizada. Luego se dio la vuelta para mirar a Sadik. Estuvo a punto de caerse redonda de la impresión.

El príncipe Sadik de Bahania, segundo hijo del Rey, estaba rodeado por un grupo de guardias armados. Sadik se defendió como pudo, pero uno de los guardias lo inmovilizó. Otro de ellos le estaba apuntando con el rifle.

– Estamos cumpliendo órdenes, Alteza -dijo el guardia que lo apuntaba-. No puede usted interferir en nada de lo que haga la princesa Cleo.

Cleo parpadeó. Aquello no podía estar pasando de verdad. Desde que llegó a Bahania había visto muchas cosas absurdas, pero aquello… aquello era una locura.

Estaba claro que no iba a poder marcharse con la discreción que hubiera deseado. Sadik estaba allí y parecía muy decidido. Tendría que hablar con él.

Dejó en el suelo su bolsa de mano y avanzó hacia su marido. Estaba impresionada por el hecho de que hicieran falta cuatro guardias para reducirlo, pero no pensaba decírselo a él. Observó aquel rostro tan hermoso, aquella boca que había besado la suya con tanta ternura y deseó con todo su corazón que las cosas hubieran sido de otra manera entre ellos. Cleo habría cambiado la rotación de la tierra por él… si Sadik la hubiera amado.

– No me marcho para siempre, Sadik -dijo con suavidad tratando de no pensar en los guardias que lo rodeaban-. Necesito tiempo para pensar y para alcanzar la paz interior. Sé que vamos a tener un hijo juntos. Tú y yo tendremos que llegar a un acuerdo sobre cómo vamos a criarlo. El Rey me ha concedido una tregua, no me ha dado permiso para desaparecer.

Sadik la miró fijamente con una expresión que ella no le había visto nunca. La intensidad de su mirada la hizo sentirse incómoda, igual que la presencia de los guardias. Se giró hacia el que lo estaba apuntando.

– ¿Hay alguna posibilidad de que lo suelten?

Para su sorpresa, el guardia asintió con la cabeza y dio un paso atrás. Sadik quedó libre al instante. Cleo parpadeó.

– ¿He sido yo la que lo ha hecho? -preguntó.

Sadik se alejó de los guardias y se estiró la chaqueta.

– Al parecer mi padre les ha dado orden de seguir tus instrucciones. Te agradezco que no les hayas pedido que me disparen.

El Príncipe la tomó de la mano y la guió hacia la terminal.

– ¿Me concedes unos minutos antes de marcharte?

Cleo seguía demasiado impresionada por lo que acababa de ocurrir con los guardias como para protestar. Pero cuando se vio en una pequeña habitación privada se dio cuenta de que Sadik iba a tratar de convencerla para que se quedara. Cleo suspiró. ¿Cuándo se daría cuenta de que todas las palabras del mundo, aunque fueran las más sensatas, no servirían con ella? ¿Cuándo se daría cuenta de que…?

– Estás viva -susurró Sadik estrechándola entre sus brazos-. Pensé que te había perdido, primero cuando te marchaste y después cuando vi aquel coche en el arcén. No podría vivir sin ti.

Aquello no tenía ningún sentido. Cleo forcejeó para librarse de su abrazo.

– ¿De qué estás hablando, Sadik?

Él la tomó suavemente del rostro y se lo cubrió de besos. Cuando sus labios rozaron los suyos a Cleo se le hizo muy difícil mantener una distancia emocional. Se obligó a sí misma a apartarse.

– No pienso volver a caer en lo mismo -le aseguró dando un paso atrás.

– No lo comprendes -aseguró Sadik agarrándola suavemente de los brazos-. Pensé que estabas muerta. Creí que había vuelto a sucederme. Sólo que esta vez el horror era todavía más grande, mucho más grande, porque si tú te ibas sabía que perdería lo más precioso de mí mismo.

– No entiendo nada -reconoció ella sacudiendo la cabeza-, ¿Irme a dónde? ¿En el avión?

Sadik la besó. Cleo intentó primero impedírselo y luego dejó de intentarlo. Porque por muy convencida que estuviera de que tenía que dejar a Sadik no quería hacerlo.

– He ocultado la verdad -murmuró él sobre su boca-. Pensé que si no lo confesaba ni siquiera a mí mismo no podría hacerme daño. Me negué a decirte lo que sentía por ti. Tenía la intención de no reconocer mis sentimientos para mantener las distancias contigo.

Los oscuros ojos de Sadik brillaban de emoción.

– Perder a Kamra fue doloroso. Pero perderte a ti me destrozaría, Cleo. Tú eres mi mundo. Por eso fingí que no me importabas. Porque si no me importabas y te ibas, no me dolería.

– Sadik… -murmuró ella tragando saliva.

Él le apartó el pelo de la cara.

– Te amo, Cleo. No podría vivir sin ti. No se trata de nuestro hijo, se trata de ti. Sólo de ti. Me conquistaste desde el principio. Aquellos primeros días de pasión me cambiaron para siempre. Pero estaba decidido a resistirme. No quería que una mujer me dominara.

Cleo deseaba desesperadamente creerse aquellas palabras. Sobre todo porque no tenía elección.

– ¿Por eso no me llamaste ni trataste de ponerte en contacto conmigo cuando regresé a Spokane?

– Tenía algo que demostrarme a mí mismo – respondió Sadik con una sonrisa.

– ¿Y lo hiciste?

– No. Pasarme todo el día tratando de no pensar en ti es exactamente lo mismo que pensar en ti todo el día. Sabía que regresarías para la boda así que decidí esperar. También estaba decidido a tenerte -aseguró besándole la palma de la mano-. En mi cama y en mi vida.

Cleo se apoyó contra él y permitió que sus palabras le curaran las heridas.

– ¿Crees que podrás dejar que Kamra se vaya?

– Hace mucho que se fue -aseguró Sadik con un suspiro-. La utilicé como una excusa para mantenerte alejada. Lo cierto, amor mío, es que lo nuestro iba a ser un matrimonio pactado. Llegamos a una especie de acuerdo entre nosotros. Nos teníamos cariño. Pero comparar mis sentimientos hacia ella con lo que siento por ti es como comparar un vaso de agua con el océano. Te amo.