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– Me temo que cada vez que te veo estás más hermosa.

Aquella voz de terciopelo le provocó un escalofrío. No tenía que darse la vuelta para saber a quién pertenecía.

– Creía que los príncipes no le temían a nada -dijo mirando a la izquierda.

Sadik se había colocado a su lado. Estaba espectacular con aquel esmoquin negro. Le recordaba a la primera vez que lo vio. En aquella ocasión le bastó mirarlo para perder la mayor parte de su sentido común, por no decir un buen trozo de corazón.

Sadik le tomó la mano que tenía libre, se la llevó a los labios y la besó en los nudillos. Era un gesto de cortesía que pertenecía a otra época y a otro lugar. Pero maldito fuera aquel hombre. Funcionaba de todos modos. Cleo se derritió.

– ¿Y qué tal todo, Sadik? -preguntó decidida a actuar con completa normalidad-. ¿Cómo va la Bolsa?

– Bien.

No se molestó en preguntarle cuántos miles de millones de dólares había ganado aquel día. Cleo sabía que había triplicado la fortuna de la familia en menos de seis años. Teniendo en cuenta la inestabilidad económica mundial, aquello rozaba el milagro.

– ¿Estás contento con esta boda? -preguntó sin ocurrírsele otra cosa que decir.

– Mi nueva hermana parece feliz con la elección del novio. Y Rafe es un buen hombre. Creo que hacen buena pareja.

– Supongo que para ella será un alivio contar con tu bendición. Sé que eso le ha quitado el sueño muchas noches.

– Sigues desafiándome -aseguró él entornando los ojos-. ¿Por qué juegas a un juego que no puedes ganar?

– Ya no tengo ningún interés en jugar contigo. Y respecto a lo de ganar… No me resultó demasiado interesante la última vez que gané.

– El vencedor fui yo -aseguró Sadik.

Él también lo había sido, sin duda. La había seducido en un abrir y cerrar de ojos y la había dejado con ganas de más. Pero desde luego Cleo no pensaba admitirlo.

– Da igual. Lo cierto es que no me acuerdo.

Sadik le puso la mano en el hombro y comenzó a acariciarle un lado del cuello. Si hubiera sido un gato, habría empezado a ronronear.

– Tu boca miente, pero veo la verdad en tus ojos. La pasión que había entre nosotros sigue vigente. Tus intentos de resistirte sólo conseguirán aumentarla.

– Tú te las arreglaste para olvidarte de mí durante los cuatro meses que he estado fuera, Sadik. El hecho de que ahora me prestes atención significa simplemente que he aparecido en tu radar. Es una reacción muy poco excitante. Y además no me interesa.

Tenía muchas más cosas que decir, pero en ese momento le salvó la campana. Literalmente. El chef golpeó un gong para anunciar que la cena estaba servida. Cleo aprovechó la oportunidad para huir de Sadik antes de que pudiera atraparla.

¿Por qué le habría soltado todas aquellas cosas? Sería suficiente con que él tuviera una única neurona para que se diera cuenta de que estaba herida por haberla dejado marchar y no haber intentado ponerse en contacto con ella. Y por lo que Cleo sabía Sadik tenía bastantes más neuronas que la media. No quería que pensara que él le importaba. En realidad no quería que pensara en ella y punto. Ya ejercía sobre ella suficiente poder sexual como para que encima utilizara sus frágiles emociones en su contra.

Cleo entró en el comedor principal y tuvo un momento de pánico al pensar que tal vez los hubieran sentado juntos. Había muchas mesas largas repartidas por toda la estancia. Ella encontró su nombre en la lista y suspiró aliviada al llegar a su sitio. Tenía a un lado a Rafe, lo que significaba que Zara estaría cerca. A la izquierda había un hombre que no conocía, pero que resultó ser lo suficientemente amable como para saludarla y retirarle la silla para que se sentara.

Cleo se tomó un instante para mirar a su alrededor. Durante su primera estancia en palacio había inspeccionado varias de las habitaciones públicas. Aquel comedor en particular estaba destinado a las celebraciones familiares. Los tapices que engalanaban las paredes databan del siglo XV y mostraban las imágenes de los exploradores que se habían abierto paso hasta Bahania. Había una estatua de mármol en cada una de las cuatro esquinas. Al fondo de la estancia se levantaba la tarima que daba cabida a una pequeña orquesta. La luz provenía de varios candelabros de cristal.

Todo allí brillaba, sobre todo los vestidos de las señoras. Cleo alzó la cabeza. Tal vez Sadik no estuviera sentado a su lado, pero lo tenía enfrente. La mesa era lo suficientemente grande como para que no tuviera que cruzar palabra, pero eso no importaba. Le bastaba con saber que estaba allí. Y que la observaba. Cleo se giró deliberadamente a hablar con su compañero de mesa.

– ¿Y qué asuntos le traen por Bahania, caballero?

– Soy el embajador americano -respondió el hombre con gesto sorprendido.

Cleo sintió deseos de esconderse debajo de la mesa. Tenía las mejillas ardiendo.

– Lo siento, no lo sabía. Lo cierto es que no vivo en Bahania y…

– Tendría que haberme presentado -la interrumpió el embajador para atajar su incomodidad-. Di por hecho que su hermana, la princesa Zara, le habría hablado de mí.

– Lo cierto es que Zara y yo hemos hablado básicamente de la boda. Ya sabe, cosas de chicas.

– Tengo tres hijas, así que entiendo perfectamente a qué se refiere.

Mientras servían la cena Cleo charló amigablemente con Jonathan, que así se llamaba el embajador. Le explicó que su esposa había regresado momentáneamente a los Estados Unidos para matricular a su hija mayor en la universidad y visitar a la familia.

Durante toda la conversación Cleo hizo lo posible por ignorar la mirada fija de Sadik. El príncipe era lo suficientemente educado como para conversar con las dos mujeres que tenía a cada lado, pero Cleo apostaba a que apenas escuchaba lo que le decían. Estaba demasiado ocupado mirándola a ella.

Cuando retiraron los platos del postre los camareros trajeron bandejas con botellas abiertas de champán. Sirvieron el espumoso y el rey Hassan hizo un brindis por su hija.

Cleo se unió al aplauso y llegado el momento se llevó la copa a los labios con mucho cuidado de no beber el contenido. Sentía una amalgama de emociones contradictorias. Por un lado se sentía profundamente feliz por su hermana. Zara se merecía todo lo mejor. Pero la certeza de que las cosas entre ellas no volverían a ser iguales le provocaba un vacío interior.

El Rey dio por concluida la cena invitando a todo el mundo a bailar en la pista. Cleo se levantó de la silla y escuchó los primeros acordes de la música. Pero sentía el estómago súbitamente revuelto y lo único que quería era salir corriendo hacia su habitación. Pero la cazaron cuando estaba a punto de alcanzar la puerta.

– El embajador americano está felizmente casado.

– Punto número uno: deja de aparecer siempre sin previo aviso. Es muy molesto -aseguró Cleo girándose hacia Sadik-. Punto número dos: lo sé todo sobre la esposa de Jonathan y sus hijas. Hemos pasado un rato muy agradable charlando, así que no te atrevas a convertirlo en algo sucio.

Los ojos oscuros de Sadik tenían una expresión indescifrable. Apretó ligeramente la mandíbula. Cleo temió durante un instante que la agarrara y se la colgara del hombro. Una parte de ella estaba deseando caer en la cama con él, por muy alto que fuera el precio que tuviera que pagar. Afortunadamente Sadik se limitó a guiarla hacia la pista y tomarla entre sus brazos para bailar.

Se movieron en silencio. Cleo se relajó con el ritmo de la música. Tal vez fuera una locura, pero estar con Sadik era como volver a casa.

A pesar de la diferencia de altura bailaban bien juntos. Ella se anticipaba con facilidad a sus movimientos. El calor que emanaba el cuerpo del Príncipe la hacía sentirse segura.

«Segura», pensó con tristeza. Aquél era un concepto extraño. Al lado de Sadik podría experimentar muchas cosas, pero la seguridad no era desde luego una de ellas.