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– Y dime, ¿quién es el padre? -preguntó Zara con gesto todavía mortificado.

– Nadie que tú conozcas -respondió Cleo encogiéndose de hombros para tratar de disimular que estaba mintiendo-. Lo conocí cuando regresé a casa después del primer viaje a Bahania.

– Es extraño que no lo hayas mencionado ninguna de las veces que hemos hablado por teléfono – aseguró Zara, que no parecía en absoluto convencida con la explicación.

– No sabía si la cosa iría en serio o no.

– Ha ido lo suficientemente en serio como para que te quedes embarazada.

– Zara, deja de preocuparte por mí. Todo va a salir bien. El bebé y yo estaremos perfectamente. Este es tu momento. Dentro de una semana vas a celebrar una boda preciosa y no quiero que pienses en nada más. ¿Podemos olvidar este asunto y tratar de ello cuando regreses de tu luna de miel?

– No tengo elección -respondió su hermana sacudiendo la cabeza-. Eres responsable de tu propia vida. Lo único que digo es que ojalá me lo hubieras contado.

La diferencia entre una cena formal de estado y una cena informal se apreciaba normalmente en el tamaño y en los detalles.

Cleo se detuvo a la entrada del cóctel y observó el salón. Había flores por todas partes que otorgaban un dulce aroma y daban la sensación de estar en un jardín. La estancia estaba también repleta de pequeñas velas blancas que ardían en los candelabros. Una inmensa multitud de gente caminaba y charlaba. A la cena informal habían acudido doscientas personas. En aquella celebración en honor a los novios habría al menos cinco veces más. Todo el mundo brillaba y resplandecía, haciéndola sentirse como una prima del pueblo fuera de lugar. Una prima del pueblo muy cansada.

Llevaba dos noches sin dormir, desde que supo que el rey Hassan le había contado a Zara lo de su embarazo. Parecía sin embargo que nadie más se había enterado, así que Cleo mantenía los dedos cruzados para poder escapar de aquella situación sin demasiados problemas.

Pasó un camarero y le ofreció una copa de champán. Cleo declinó la oferta y se dirigió a la barra para pedir su soda con lima. Al menos se sentía razonablemente atractiva. Se había puesto un vestido rojo que se ajustaba a sus curvas de modo que parecía una chica de calendario de los años cuarenta. Un cinturón ancho le disimulaba el vientre, lo que no le venía nada mal. Se estaba acercando al quinto mes de embarazo y la mayor parte de su ropa ya no le entraba.

Cuando estaba a menos de cuatro metros de la barra Cleo se detuvo en seco. Sadik estaba al otro lado del salón y en cuanto lo vio supo que le habían contado lo del bebé. Sus ojos oscuros se le clavaron sin disimulo en el vientre y la mirada acusadora que se dibujó en su rostro dejó a Cleo clavada en el suelo. Cuando comenzó a avanzar hacia ella, alto, furioso y decidido, no fue capaz de salir corriendo.

Sadik la agarró del brazo y la llevó hacia el fondo del salón, donde menos gente había. Cleo miró a su alrededor para ver si encontraba alguien que pudiera rescatarla, pero entonces se dio cuenta de que no tenía sentido aplazar lo inevitable. Sadik la llevó a una pequeña alcoba y la colocó de espaldas al salón mientras que él se colocó de frente, probablemente para asegurarse de que nadie los escuchaba ni los interrumpía.

– ¿Es eso cierto? -le soltó a bocajarro -. ¿Estás embarazada?

– Lo estoy -dijo cruzándose de brazos-, pero antes de que te sulfures y te pongas posesivo quiero dejar muy claro que el niño no es tuyo. Ya te dije que había alguien más en mi vida. Él es el padre.

Sadik entornó visiblemente sus ojos oscuros. Parecía mirar a través de su alma.

– El niño es mío -dijo tras unos instantes sacudiendo la cabeza-. No puedes haber estado con otro hombre después de estar conmigo.

Sadik la agarró del brazo y la atrajo hacia sí. Cleo quería mirar hacia otro lado, pero él la obligó sin palabras a mirarlo a los ojos. Su expresión se hizo todavía más fría.

– No te equivoques -dijo suavemente cargando de amenaza cada sílaba-. La ley de Bahania no permite que ningún niño de la familia real salga del país sin el consentimiento del Rey. Por mucho que mi padre te considere una hija no le dará la espalda a su primer nieto. Si no me confiesas ahora mismo la verdad iré a contarle a mi padre nuestra relación. Le diré que sospecho que el niño es mío e insistiré en que te examine un médico, y si estás de más de cuatro meses… Dímelo otra vez, Cleo. Dime que el niño no es mío -le pidió sin dejar de mirarla a los ojos.

Ella esperó todo lo que pudo y entonces soltó la verdad.

– No puedo.

El primer pensamiento que cruzó por la mente de Cleo al ver la sonrisa de satisfacción de Sadik fue el de salir huyendo.

Si se alejaba lo suficiente de allí nunca nadie la encontraría. Pero antes de que pudiera dar un paso vio cómo Sadik sacudía la cabeza. Ya no sonreía.

– No creas que puedes escaparte de mí. Estamos hablando de mi hijo. De mi heredero.

– O sea, que si tengo una niña puedo irme – aseguró Cleo con amargura.

No tenía miedo de sus amenazas. Pero Sadik había destruido de un plumazo todos sus sueños. En lo que él se refería no era más que un recipiente que cargaba con su heredero y no una persona con derechos.

– Soy el príncipe Sadik de Bahania. Tendré un hijo varón.

– Siempre y cuando hayas tenido esta conversación con tu esperma, Sadik -respondió ella con una media sonrisa-. Y dime, ¿qué va a ocurrir ahora? No, mejor no me lo digas: me vigilarás de cerca hasta que el niño nazca, ¿y luego qué? ¿Cuánto tiempo pasará hasta que me eches de palacio?

– ¿Es eso lo que piensas? -inquirió él agarrándola de los brazos con la rabia reflejada en el rostro-. ¿Crees que te arrojaría a la calle?

– A ti no te importo. Hasta ahora sólo me querías para que te calentara la cama. Y ahora que sabes que estoy embarazada querrás que cuide del niño hasta que nazca. Después de eso ya no te serviré para nada.

Sadik la soltó de golpe, como si su contacto lo quemara. Caminó hasta la entrada de la alcoba y luego se dio la vuelta para mirarla.

– Qué concepto tan bajo tienes de mí.

– Soy realista. Lo único que quiero es conocer tus planes.

– Eres la madre de mi hijo, y serás tratada con los honores que eso merece.

– ¿No pretendes que tenga a mi hijo y luego desaparezca?

– No soy un animal.

Cleo no estaba muy segura de si creerlo o no, pero sus palabras le dieron esperanza. Tal vez podría ir en busca del Rey para que repitiera delante de él aquellas palabras. Le parecía imposible poder llevar a cabo ningún tipo de proyecto conjunto como padres, pero haría todo lo que fuera necesario para estar con su hijo.

– ¿Quieres que te traiga algo de beber? -preguntó entonces el Príncipe.

– Sí, por favor.

No tenía sed, pero necesitaba quedarse un momento a solas. Tenía que recuperar la compostura antes de la cena.

Sadik se dirigió a la barra, pero tenía la cabeza en otra cosa. Un hijo. Cuando su padre mencionó que Cleo estaba embarazada supo de inmediato que él era el padre. Se había sentido maravillado con la noticia.

¿Cuánto tiempo llevaba deseando ser padre? Tras la muerte de Kamra había dejado de lado la idea de formar una familia. Sabía que a la larga tendría que casarse y tener hijos, pero no tenía ninguna prisa en acelerar el proceso. Aquel regalo inesperado le hacía sentirse a gusto con el mundo.

Pidió la soda con lima y regresó al sitio en el que había dejado a Cleo.

La vio sentada en un sillón al lado de la pared. Parecía impresionada, como si su encuentro la hubiera dejado sin fuerzas. Sadik se dio cuenta de que necesitaba descansar. Se aseguraría de que aquella noche se fuera enseguida a la cama. Tenía que estar fuerte para que su hijo creciera bien en su interior.