Pero no entró ningún fotógrafo con su cámara y su trípode.
Quienes entraron, uno por uno, fueron once hombres armados con sendos revólveres. Yurovsky entró el último. Llevaba la mano derecha hundida en el bolsillo del pantalón. En la otra sostenía una hoja de papel.
Comenzó a leer.
«En vista del hecho de que vuestros parientes insisten en su ataque a la Rusia Soviética, el Comité Ejecutivo del Ural ha decidido daros muerte.»
A Nicolás le contaba trabajo oír. Fuera, alguien ponía al máximo de revoluciones el motor de un vehículo, provocando un gran estruendo. Qué extraño. Miró a su familia, luego se situó frente a Yurovsky y le dijo:
– ¿Cómo? ¿Cómo?
La expresión del ruso no se alteró. Se limitó a repetir la lectura en el mismo tono monocorde. Luego, su mano derecha surgió del bolsillo.
Nicolás vio el arma.
Una pistola Colt.
El cañón se acercó a su cabeza.
Lord sentía una especie de flojera en el estómago cada vez que leía algo de aquella noche. Trató de imaginar cómo sería aquello cuando empezaron los tiros. El terror que tenían que haber sentido. Sin escape posible. Sin otra opción que morir de un modo horripilante.
Se había retrotraído a aquellos acontecimientos por culpa de lo que acababa de encontrar entre los Documentos Protegidos. Diez días atrás había tropezado con una nota garrapateada en un papel liso, ya muy quebradizo, en anticuados caracteres rusos, con la negra tinta apenas legible. Se hallaba en el interior de una bolsa de cuero de color morado, con la boca cosida. La etiqueta del exterior decía: ADQUIRIDO A 10 DE JULIO DE 1925. NO ABRIR ANTES DEL 1 DE ENERO DE 1950. Era imposible determinar si esta indicación se había respetado.
Buscó en su cartera de mano y encontró la copia ya cuidadosamente traducida. La fecha era de 10 de abril de 1922.
En lo que respecta a Yurovsky, la situación es inquietante. No creo que los informes procedentes de Ekaterimburgo sean correctos, y la información procedente de Félix Yusúpov confirma esta impresión mía. Es lamentable que los Guardias Blancos a quienes convenciste de que hablaran no fueran más explícitos. Puede que el exceso de dolor sea contraproducente. La mención de Kolya Maks es interesante. Había oído ese nombre antes. La localidad de Starodub también ha sido traída a colación por otros Guardias Blancos igualmente persuadidos. Algo está ocurriendo, de eso estoy seguro, pero me temo que mi cuerpo no soportaría averiguarlo. Me preocupa grandemente el futuro de todos nuestros empeños, cuando yo falte. Stalin es terrorífico. Es tal su inflexibilidad, que elimina todo sentimiento de sus decisiones. Si el liderazgo de nuestra nación recayera en él, temo que el sueño pudiera perecer.
No sé si fue uno o fueron más los imperiales que pudieron salvarse en Ekaterimburgo. Así parece, desde luego. Aparentemente, el camarada Yusúpov es de tal opinión. Quizá piense que puede ofrecerse un indulto a la generación siguiente. Puede que la Zarina no fuese tan tonta como todos creíamos. Puede que las divagaciones del starets tuvieran más sentido del que en principio les atribuimos. A lo largo de las últimas semanas, pensando en los Romanov, he dado en recordar un viejo poema ruso: Los caballeros son polvo, y oxidadas están sus buenas espadas. Sus almas están con los santos en quienes confiamos.
Artemy Bely y él pensaron que el documento era de puño y letra de Lenin. No habría sido nada del otro jueves. Los comunistas habían conservado miles de escritos de Lenin. Pero, en concreto, este documento no había aparecido donde tendría que haber aparecido. Lord lo había encontrado entre los papeles en poder de los nazis que los aliados devolvieron a Rusia después de la segunda guerra mundial. Los ejércitos invasores de Hitler no se habían apoderado solamente de obras de arte rusas, sino de verdaderas toneladas de documentos. Los archivos de Leningrado, Stalingrado, Kiev y Moscú fueron minuciosamente despojados. Sólo después de la guerra, cuando Stalin envió una Comisión Extraordinaria a reclamar el legado de su país, hallaron el camino de regreso a casa muchos de estos papeles.
Había, sin embargo, otra pieza de interés en la bolsa morada de cuero. Una sola hoja de pergamino, con borde de hojas y flores, muy recargado. El texto estaba redactado en inglés y la escritura era claramente de mujer:
28 de octubre de 1916
Querida Alma de mi Alma, Pequeñita mía, mi Dulce Ángel, yo quererte de qué modo, así que siempre juntos, noche y día. Comprendo lo que estás pasando y tu pobre corazón. Apiádese Dios, concédate fuerza y sabiduría. Él no te abandonará. Él te ayudará, recompensará tu demencial sufrimiento y pondrá fin a esta separación en el momento en que más falta nos hacía estar juntos.
Nuestro Amigo acaba de marcharse. Volvió a salvar a Bebé. Oh Jesucristo Señor Nuestro, agradezcamos a Dios poder contar con él. Él dolor era inmenso, el corazón se me desgarraba viéndolo, pero Bebé duerme ahora pacíficamente. Seguro que mañana estará bien.
Qué día de sol, sin nubes. Quiere decir que tengamos confianza y esperemos, aunque a nuestro alrededor se espese la oscuridad, porque Dios está por encima de todas las cosas: no conocemos sus caminos, ni cómo va a ayudarnos, pero Él escuchará nuestras plegarías. Nuestro Amigo insiste mucho en ello.
Tengo que contarte que justo antes de marcharse nuestro Amigo entró en un extraño trance. Me asusté muchísimo pensando que podía estar enfermo. ¿Qué sería de Bebé sin él? Cayó al suelo y empezó a decir cosas sobre abandonar este mundo antes de fin de año y ver montones de cadáveres, varios grandes duques y cientos de condes. El Neva bajará rojo de sangre, dijo. Sus palabras me aterrorizaron.
Con los ojos puestos en lo alto, me dijo que si le daban muerte los boyardos sus manos quedarían manchadas de sangre durante veinticinco años. Que abandonarían Rusia. Que el hermano se levantaría contra el hermano, que se matarían entre sí por odio. Que no quedaría ningún noble en el país. Y lo más inquiétame: dijo que si es algún pariente nuestro quien lo mata, nadie de nuestra familia sobrevivirá más de dos años. A todos nos dará muerte el pueblo ruso.
Hizo que me levantara y que escribiese todo ello inmediatamente. Luego me dijo que no perdiera la esperanza. Que habría solución. El más lleno de culpa comprendería el error. Él proveería a que la sangre de nuestro cuerpo resucite. Su perorata rozaba lo disparatado, y yo me pregunté, por primera vez, si el olor a alcohol que de él emana le habría afectado la cabeza. Dijo una y otra vez que sólo un cuervo y un águila pueden tener éxito cuando todo se viene abajo, y que la inocencia de las bestias servirá de guarda y guía del camino, para ser el árbitro final del éxito. Dijo que Dios proveerá el modo de asegurarnos la justicia. Fue muy intranquilizador lo que dijo de que doce deben morir para que la resurrección sea completa.
Intenté que contestara a mis preguntas, pero se quedó callado, insistiéndome en que pusiera por escrito la profecía, con total exactitud, y que te la enviara a ti. Hablaba como si algo fuera a ocurrimos, pero yo le aseguré que Papá tenía el país bien controlado. Él no se calmó, y sus palabras me tuvieron alterada toda la noche. Ay, mi preciado bien, te tomo en mis brazos y jamás permitiré que nadie toque mi alma resplandeciente. Te beso, te beso y te bendigo y tú siempre lo comprendes todo. Espero que regreses pronto a mí.
Tu mujercita
Lord supo que quien escribía aquello era Alejandra, la última Zarina. Estuvo llevando un diario durante decenios. También su marido, Nicolás; y ambos diarios, más adelante, suministraron a quienes los estudiaron una visión sin precedentes de la corte real. Casi setecientas cartas suyas se encontraron en Ekaterimburgo tras la ejecución. Lord había leído pasajes del diario y casi todas las cartas. Varios libros recientes las habían publicado al pie de la letra. Lord sabía que por «nuestro Amigo» había que entender Rasputín, porque ambos, Alejandra y Nicolás, estaban convencidos de que alguien les inspeccionaba las cartas. Desgraciadamente, nadie más compartía la ilimitada confianza que ellos tenían en Rasputín.