Ellos dos le fueron detrás.
Un disparo restalló en la distancia.
Lord lanzó la piedra al aire, en parábola, en el preciso momento en que Hayes empezaba a darse la vuelta. Sintió que algo se le desgarraba en el hombro y, en seguida, un dolor terrible, que le bajaba por la espina dorsal. Había vuelto a abrírsele la herida.
Vio la piedra chocar en el pecho de Hayes y oyó el disparo. Saltó desde su posición, yendo a estrellarse contra su jefe. Ambos hombres cayeron al suelo. Lord seguía sintiendo un dolor electrizante en el hombro derecho.
Tuvo que ignorarlo. Su puño hizo impacto en el rostro de Hayes, pero éste, sirviéndose de muslos y piernas, logró alzar en el aire a Lord, que cayó de espaldas. Las duras piedras del suelo se le clavaron en la columna vertebral, haciendo más intenso su dolor.
Un instante después, tenía a Hayes encima.
Akilina echó a correr. Thorn también. Ambos en dirección al disparo. El terreno que pisaban fue haciéndose más duro. Había rocas por todas partes. Enfrente, a cierta distancia, Akilina oyó jadeos y el ruido que hacen dos cuerpos al debatirse.
Acabó el bosque.
Ante ellos, Taylor Hayes y Miles Lord combatían cuerpo a cuerpo.
Akilina se detuvo junto a Thorn. También el borzoi se detuvo a mirar a la pelea desde unos diez metros de distancia.
– Acaba con esto -le dijo Akilina a Thorn.
Pero el abogado no utilizó su arma.
Lord pudo ver que Hayes saltaba sobre sus pies y se disponía a lanzarse contra él. Sorprendentemente, aún le quedaron fuerzas para proyectar el puño izquierdo y cazar a Hayes en plena mandíbula. El golpe dejó atontado a su oponente, al menos por un segundo. Lord pensó que debía encontrar la pistola. Se le había caído de la mano a Hayes cuando la piedra hizo impacto en él.
Golpeó con la rodilla derecha, forzando a Hayes a que se irguiera. Luego recuperó el equilibrio y se plantó de rodillas. Estaba harto de esas pequeñas rocas que le laceraban el cuerpo. El hombro le sangraba abundantemente. No iba a echarse atrás precisamente ahora, sin embargo. Había que acabar con ese hijo de puta, ya mismo.
Buscó la pistola por el suelo oscuro, pero no pudo localizarla. Creyó ver dos formas más allá de las rocas, hacia los árboles, aunque le costaba trabajo enfocar. Serían Orleg y Párpado Gacho, seguramente, asistiendo divertidos a la pelea, con capacidad para decidir el ganador con un solo tiro.
Placó a Hayes por la cintura. Fueron a caer contra un saliente de granito y notó que algo cedía en su rival, quizá una costilla. Hayes lanzó un grito, pero logró hundir ambos pulgares en el cuello de Lord y retorcerlo, presionándole la tráquea. Lord trató con todas sus fuerzas de tomar aire y tan pronto como aflojó el placaje de Hayes éste le clavó la rodilla en el torso y a continuación empujó con fuerza, haciéndolo tambalearse hacia el precipicio.
Lord se preparó para la segunda carga, mientras Hayes saltaba hacia delante. Giró sobre sí mismo y lanzó el golpe con todas sus fuerzas, pero Hayes dio la impresión de haber previsto ese movimiento, y detuvo su avance.
Los pies de Lord sólo encontraron aire.
Akilina vio que Lord rodaba por el suelo tras haber fallado un golpe, pero que en seguida se plantaba sobre las rodillas y se volvía en dirección a Hayes.
Thorn se arrodilló frente al borzoi. Akilina hizo lo mismo. El animal emitía un profundo gruñido continuo, sin apartar los ojos de la confusa escena que tenía delante. Abrió y cerró las mandíbulas un par de veces, dejando ver los afilados colmillos.
– Está pensándoselo -dijo Thorn-. Ve cosas que nosotros no vemos.
– Usa la pistola -dijo ella.
Thorn la miró a los ojos.
– La profecía ha de cumplirse hasta el final.
– No digas tonterías. Pon fin a esto, ya.
El borzoi dio un paso adelante.
– Si no usas la pistola, usaré yo el rifle -dijo Akilina.
El abogado, con suavidad, le puso una mano en el brazo.
– Ten fe.
De su voz y su actitud emanaba algo difícil de explicar.
Akilina no dijo nada.
Thorn volvió a dirigirse al perro.
– Tranquilo. Alexis. Tranquilo.
Lord logró a duras penas levantarse y se apartó del borde del precipicio. Hayes hacía una pausa en su ataque, tratando, seguramente, de recuperar el aliento.
Lord miró a su jefe.
– Adelante, Miles -dijo Hayes-. Hay que acabar esto. Solos tú y yo. De ésta no puedes salir sin acabar conmigo.
Giraron sin perderse de vista, como los gatos. Lord se desplazaba hacia la derecha, en dirección a los árboles. Hayes, hacia la izquierda, en dirección al precipicio.
Luego, Lord la vio. La pistola. En el suelo de roca, a dos metros de él. Pero Hayes la localizó también y, de un salto, logró agarrarla por la culata, antes de que Lord pudiera reunir las fuerzas necesarias para intentarlo.
Un instante después el arma estaba montada y el dedo de Hayes en el gatillo. El cañón apuntaba directamente a Lord.
Akilina vio lanzarse hacia delante al borzoi. Thorn no le había dado ninguna orden. El animal se movió por decisión propia, sabiendo, de algún modo, que ése era el momento, y sabiendo también el sitio exacto donde debía golpear. Podía ser que el perro distinguiera los olores y que conociese bien el de Lord, por la sangre. Pero también podía ser que actuara bajo la influencia del espíritu de Rasputín. ¿Cómo saberlo? Hayes no vio al animal hasta el momento mismo en que entró en contacto con éclass="underline" el peso del borzoi, a toda carrera, lo lanzó hacia atrás.
Lord aprovechó el momento y se proyectó hacia delante, empujando a Hayes y al perro hasta hacerlos caer por el precipicio. Un aullido rasgó el silencio de la noche, apagándose paulatinamente mientras ambos cuerpos se disolvían en la oscuridad. Un segundo después se oyó el impacto de la carne al chocar con la roca, acompañado de un gañido que le rompió el corazón a Lord. No se veía el fondo del abismo.
Pero tampoco hacía falta.
Se oyeron pasos acercándose.
Lord se dio la vuelta, temiendo encontrarse con Orleg y con Párpado Gacho, pero fue Akilina quien apareció, seguida de Thorn.
Akilina se abrazó a Lord con todas sus fuerzas.
– Cuidado -dijo él, por el dolor en el hombro.
Ella aflojó el abrazo.
Thorn se situó al borde del precipicio y miró hacia abajo.
– Pobre perro -dijo Lord.
– Le tenía muchísimo cariño -dijo Thorn, volviéndose hacia él-. Pero ya se acabó. La elección está hecha.
Y en aquel momento, bajo el resplandor de la luna creciente, dura la expresión y sin vacilación en la mirada, Lord vio al futuro Zar de Rusia.
Moscú
Domingo, 10 de abril
11:00
El interior de la Catedral de la Dormición resplandecía a la luz de cientos de velas y candelabros. Era una iluminación especial, adaptada a las necesidades de las cadenas de televisión que retransmitían la ceremonia en directo para el resto del mundo. Lord ocupaba un lugar de privilegio cerca del altar, con Akilina al lado. Por encima de ellos, cuatro hileras de iconos salpicados de joyas titilaban a la luz, como proclamando que todo estaba en orden.
Al frente de la catedral había dos tronos de consagración. Uno era el del segundo Zar Romanov, Alexis. Llevaba incrustados casi nueve mil diamantes, con rubíes y con perlas. Tenía trescientos cincuenta años de antigüedad y había sido una curiosidad de museo durante los cien últimos. Lo habían traído el día antes de la Armería del Kremlin. Y era Michael Thorn quien lo ocupaba ahora.