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Lo que se cuenta de Félix Yusúpov es todo verdad, salvo lo tocante al plan para salvar a Alexis y Anastasia. Desgraciadamente, a diferencia de mi Yusúpov, que es, a fin de cuentas, un hombre honorable, el auténtico nunca llegó a comprender que el asesinato de Rasputín había sido un disparate y había causado un grave daño a la familia real.

Yakov Yurovsky, el oscuro bolchevique que asesinó a Nicolás II, está retratado con exactitud, casi siempre con sus propias palabras.

Los trabajos de Carl Fabergé son todos auténticos, menos el duplicado del huevo Lirios del Valle. No resistí la tentación de meterlo en el relato. Esta obra maestra parece el lugar perfecto para ocultar fotos de los herederos sobrevivientes.

El árbol de la princesa detallado en los capítulos 40 y 42 crece en la zona oeste de Carolina del Norte. Su relación con la familia real rusa también es auténtica. Las encantadoras Blue Ridge Mountains bien pueden haber constituido un perfecto santuario para los refugiados rusos, porque (como comenta Akilina en el capítulo 42), la zona es muy similar, en muchos aspectos, a ciertas partes de Siberia.

El borzoi (galgo ruso), que tan importante papel desempeña en el relato (capítulos 46, 47, 49 y 50), es una raza muy ágil y enérgica y, en efecto, está relacionado con la nobleza rusa.

Quede claro que Nicolás II no fue, en modo alguno, un gobernante bondadoso y benéfico. Los comentarios negativos que a su respecto hace Miles Lord en el capítulo 23 son correctos. Pero ello no impide que lo ocurrido a la familia Romanov fuese una verdadera tragedia. Las muertes de la familia Romanov que se cuentan a lo largo de la novela ocurrieron todas en la realidad. Hubo, de hecho, un intento sistemático de borrar el linaje entero. También es cierta la paranoia de Stalin ante los Romanov, y su ocultamiento de todos los documentos relativos a ellos (capítulos 22, 23 y 30). Imaginar una resurrección otorga cierto sentido a su espantoso final. Desgraciadamente, el hecho es que el destino auténtico de Nicolás II, su mujer y tres de sus hijas no fue tan romántico. Como se detalla en el capítulo 44, tras la exhumación de 1991, los restos de los Romanov permanecieron en un estante de un laboratorio durante más de siete años, mientras dos ciudades -Ekaterimburgo y San Petersburgo- se disputaban su posesión. Finalmente, otra nefanda comisión rusa optó por San Petersburgo, y lo que quedaba de la familia recibió sepultura, con fastos reales, junto a sus antepasados.

Los enterraron a todos juntos. Y quizá fuera lo adecuado, porque, según todos los observadores, en vida fueron una familia muy unida por el afecto.

Y así, en la muerte, seguirán.

Steve Berry

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