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Myron se dirigió a su encuentro con la desaparecida Katie Rochester.

41

Drew Van Dyne estaba en el salón de la familia de Big Jake Wolf e intentaba planificar su próximo paso.

Jake le había dado una Corona Light. Drew frunció el ceño. Una Corona de verdad aún, pero ¿una cerveza mexicana light? ¿Por qué no ofrecer directamente agua de pipí? Drew se la tomó de todos modos.

Aquella habitación hedía a Big Jake. Había una cabeza de ciervo colgada sobre la chimenea. Trofeos de golf y tenis se alineaban sobre la repisa. La alfombra era alguna especie de piel de oso. El televisor era enorme, al menos medía dos metros. Por todas partes había diminutos y caros altavoces. Algo clásico emergía del reproductor digital. Una máquina de palomitas de tómbola con luces parpadeantes brillaba en un rincón. Había feas estatuas doradas y helechos. Todo se había elegido no siguiendo la moda o por su función, sino por lo que parecía más ostentoso y más caro.

En la mesita auxiliar había una foto de la espectacular esposa de Jake Wolf. Drew la levantó y meneó la cabeza. En la fotografía, Lorraine Wolf llevaba bikini. Otro de los trofeos de Jake, pensó. Una foto de tu propia esposa en bikini en una mesita auxiliar del salón, ¿quién demonios hace eso?

– He charlado con Harry Davis -dijo Wolf. Él también tenía una Corona Light pero con una rodaja de limón en el gollete. Regla de Van Dyne para el consumo de alcohoclass="underline" si una cerveza necesita fruta añadida, elige otra-. No va a hablar.

Drew no dijo nada.

– ¿No le crees?

Drew se encogió de hombros y bebió su cerveza.

– Es el que más tiene que perder.

– ¿Tú crees?

– ¿Tú no?

– Se lo he recordado a Harry. ¿Sabes lo que ha dicho?

Jake se encogió de hombros.

– Ha dicho que quizás era Aimee Biel quien más tenía que perder.

– Drew dejó su cerveza, evitando aposta el posavasos-. ¿Tú qué crees?

Big Jake señaló a Drew con su dedo rechoncho.

– ¿De quién sería la culpa?

Silencio.

Jake se acercó a la ventana. Señaló con un gesto de la barbilla la casa de al lado.

– ¿Ves esa casa?

– ¿Qué pasa?

– Es un maldito castillo.

– La tuya tampoco está mal, Jake.

Jake dibujó una sonrisita.

– No como ésa.

Drew habría querido decir que todo es relativo, que él, Drew Van Dyane, vivía en una madriguera más pequeña que el garaje de Wolf, pero ¿para qué molestarse? Drew también podría haber dicho que no tenía pista de tenis ni tres coches ni estatuas doradas ni salón de cine o ni siquiera una esposa de verdad desde la separación, y mucho menos con un cuerpo tan espectacular para lucirlo en bikini.

– Es un abogado importante -siguió Jake-. Fue a Yale y procura que nadie lo olvide. Lleva una pegatina de Yale en el parabrisas. Camisetas de Yale cuando sale a correr. Celebra fiestas con alumnos de Yale. Entrevista a los solicitantes de Yale en su gran castillo. Su hijo es un colgado, pero ¿a qué no sabes qué universidad le ha aceptado?

Drew Van Dyne se agitó en el asiento.

– El mundo no es un campo de juego justo, Drew. Necesitas un empujón. O tienes que buscártelo. Tú, por ejemplo, querías ser una estrella del rock. Los chicos que lo consiguen, que venden millones de cedes y llenan grandes estadios, ¿crees que valen más que tú? No. La gran diferencia, tal vez la única diferencia, es que están dispuestos a aprovecharse de una situación. Han explotado algo. Y tú no. ¿Sabes cuál es el mayor tópico del mundo?

Drew veía que no había forma de pararlo. Pero le daba igual. Estaba hablando. A su manera le estaba revelando cosas. Drew empezaba a hacerse una idea de adonde quería ir a parar Jake.

– No, ¿cuál?

– Detrás de toda gran fortuna hay un gran delito.

Jake calló y se concentró en eso. Drew sintió que iba a escapársele la risa.

– Ves a alguien con mucha pasta -siguió Jake Wolf-, un Rockefeller, un Carnegie o uno de ésos. ¿Quieres saber cuál es la diferencia entre ellos y nosotros? Uno de sus bisabuelos estafó, robó o mató. Tenía pelotas, seguro. Pero comprendió que el campo de juego nunca es justo. Si quieres una oportunidad, tienes que buscártela. Después sueltas a las masas el rollo ese del trabajo duro partiéndote la espalda.

Drew Van Dyne recordó la llamada de advertencia: «No hagas estupideces. Todo está controlado».

– Ese Bolitar -dijo Drew-. Ya has hecho que tus amigos policías le metieran miedo. Ni se ha inmutado.

– No te preocupes por él.

– Eso no es un gran consuelo, Jake.

– Bien -dijo Jake-, recordemos de quién es la culpa.

– De tu hijo.

– ¡Eh! -Jake volvió a señalarlo con el dedo rechoncho-. Deja a Randy al margen.

Drew Van Dyne se encogió de hombros.

– Eres tú quien quería echarle la culpa a alguien.

– Va a ir a Dartmouth. Eso está hecho. Nadie, y mucho menos una furcia estúpida, lo echará a perder.

Drew respiró hondo.

– De todos modos, la cuestión sigue siendo: si Bolitar sigue investigando, ¿qué va a descubrir?

Jake Wolf le miró.

– Nada -dijo.

Drew Van Dyne sintió un cosquilleo en la base de la espina dorsal.

– ¿Cómo puedes estar tan seguro?

Wolf no dijo nada.

– ¿Jake?

– No te preocupes. Como he dicho, mi hijo está a punto de entrar en la universidad. Ha acabado con esto.

– También has dicho que detrás de toda gran fortuna hay un gran delito.

– ¿Y?

– Ella no significa nada para ti, ¿verdad, Jake?

– No se trata de ella, sino de Randy, de su futuro.

Jake Wolf se volvió hacia la ventana, hacia el castillo de su distinguido vecino. Drew reflexionó, dominó sus emociones. Miró a aquel hombre. Pensó en lo que le había dicho, en lo que significaba. Volvió a pensar en la llamada de advertencia.

– Jake.

– ¿Qué?

– ¿Sabías que Aimee Biel está embarazada?

La sala quedó en silencio. La música de fondo calló al final de la canción. Al empezar la siguiente, el ritmo había subido un punto, un viejo éxito de Supertramp. Jake Wolf volvió la cabeza despacio y miró por encima del hombro. Drew Van Dyne vio que la noticia había sido una sorpresa.

– Eso no cambia nada -dijo Jake.

– Puede que sí.

– ¿Por qué?

Drew Van Dyne metió la mano en la funda de la axila. Sacó la pistola y apuntó a Jake Wolf.

– Adivina.

42

El escaparate era de un salón de manicura llamado Nail-R-Us en una sección todavía no reformada de Queens. El edificio tenía un aspecto decrépito, como si al apoyarte en él fueras a provocar un derrumbamiento. La oxidación de la escalera de incendios era tan avanzada que parecía más probable el tétanos que la inhalación de humos. Todas las ventanas estaban tapadas con persianas gruesas o con planchas de madera. La estructura tenía cuatro pisos y ocupaba prácticamente toda la longitud de la manzana.

– La «R» del rótulo está tachada -dijo Myron a Win.

– Es intencionado.

– ¿Por qué?

Win le miró esperando que lo dedujera solo. Nail-R-Us se había convertido en Nail Us. *

– Oh -dijo Myron-. Qué monos.

– Tienen dos guardias armados apostados en ventanas -dijo Win.

– Deben de hacer unas manicuras terribles.

Win frunció el ceño.

– Además, los dos guardias no han ocupado su puesto hasta que tu señora Rochester y su novio han vuelto.

– Le tienen miedo a su padre -dijo Myron.

– Una deducción lógica.

– ¿Sabes algo de este sitio?

– La clientela está por debajo de mi nivel de experiencia. -Win señaló con la cabeza detrás de Myron-. Pero no de la de ella.

Myron se giró. El sol poniente estaba tapado como si hubiera un eclipse. Big Cyndi caminaba sin prisas hacia ellos. Iba vestida de arriba abajo en Lycra blanca muy ajustada, sin ropa interior. Desgraciadamente, eso saltaba a la vista. En una modelo de diecisiete años, un chándal de Lycra es arriesgado. En una mujer de cuarenta que pesaba más de ciento veinte kilos… Bueno, se necesitaban agallas, muchas, todas ellas a la vista, para el disfrute general. Todo el mundo soltaba risitas al pasar por su lado; varias partes de su cuerpo parecían tener vida propia y moverse por su cuenta, como bichos atrapados en un globo retorciéndose por encontrar una salida.

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* Nail-R-Us, significa «Nosotros somos uñas», pero Nail Us significa «atrápanos». (N. de la T.)