Выбрать главу

Big Cyndi besó a Win en la mejilla. Después se volvió y dijo:

– Hola, señor Bolitar.

Le abrazó, rodeándole con sus brazos, una sensación no muy diferente a verse envuelto en material aislante húmedo.

– Hola, Big Cyndi -dijo Myron cuando le soltó-. Gracias por venir tan de prisa.

– Cuando me llama, señor Bolitar, yo corro.

Su cara seguía plácida. Myron nunca sabía si Big Cyndi le tomaba el pelo o no.

– ¿Conoces este lugar? -preguntó.

– Oh, sí.

Ella suspiró. Los alces empezaron a aparearse en un radio de cincuenta kilómetros. Big Cyndi llevaba siempre pintalabios blanco, como salida de un documental de Elvis. Su maquillaje chispeaba. Sus uñas eran de un color que una vez le había dicho que se llamaba Pinot Noir. En sus tiempos, Big Cyndi había sido la mala de la lucha profesional. Se ajustaba al papel. Para los que nunca han visto lucha profesional, es sólo un juego moral que enfrenta al bueno y al malo. Durante años, Big Cyndi había sido una mala «señora de la guerra» denominada Volcán Humano. Entonces, una noche, tras una lucha especialmente reñida, Big Cyndi había «herido» a la encantadora y menuda Esperanza «Little Pocahontas» Díaz con una silla, tan gravemente que acudió una falsa ambulancia y le puso un collarín y toda la parafernalia, mientras una multitud furiosa de admiradores esperaba fuera del recinto.

Cuando Big Cyndi salió al acabar, la multitud la atacó.

Podrían haberla matado. Estaban borrachos y excitados y no muy metidos en la ecuación realidad-frente-a-ficción que funciona en ese ramo. Big Cyndi intentó correr, pero no había escape. Se defendió con todas sus fuerzas, pero había mucha gente esperando su sangre. Le golpearon con una cámara, con un bastón, con una bota. La acorralaron. Big Cyndi cayó. La pisotearon.

En vista de la violencia, Esperanza intentó intervenir. La multitud no le hizo ni caso. Ni su luchadora favorita podía detener el deseo de sangre. Y entonces Esperanza hizo algo realmente inspirado.

Saltó sobre un coche y «reveló» que Big Cyndi sólo había fingido ser la mala para introducirse. La multitud casi se detuvo. Entonces, Esperanza anunció que en realidad Big Cyndi era la hermana perdida desde hacía tiempo de Little Pocahontas, Big Chief Mama, un apodo bastante soso, pero vaya, se lo iba inventando sobre la marcha. Little Pocahontas y su hermana se habían reencontrado y a partir de ahora serían compañeras de equipo.

La multitud la vitoreó. A continuación ayudaron a Big Cyndi a levantarse.

Big Chief Mama y Little Pocahontas fueron a partir de entonces el equipo de lucha más popular. Cada semana escenificaban lo mismo: Esperanza Pocahontas empezaba ganando con su destreza, sus oponentes hacían algo ilegal como echarle arena a los ojos o utilizar un objeto prohibido, y, mientras una de ellas distraía a Big Chief Mama, la otra golpeaba a la sensual belleza Pocahontas hasta que le rasgaba la tira del bikini de piel, y entonces Big Chief Mama lanzaba un grito de guerra y corría al rescate.

Puro entretenimiento.

Cuando dejó el ring, Big Cyndi se hizo gorila de discoteca y a veces salía a escena en algunos clubes de sexo de poca monta. Conocía el lado más sórdido de las calles. Y con eso contaban ahora.

– ¿Qué es este sitio? -preguntó Myron.

Big Cyndi puso su ceño de tótem.

– Hacen muchas cosas, señor Bolitar. Drogas, estafas por Internet, pero más que nada son clubes de sexo.

– Clubes -repitió Myron-. ¿En plural?

Big Cyndi asintió.

– Probablemente seis o siete. ¿Recuerda hace unos años cuando la Calle 42 estaba repleta de escoria?

– Sí.

– Bueno, cuando los echaron de allí, ¿adónde cree que fue a parar la escoria?

Myron miró el salón de manicura.

– ¿Aquí?

– Aquí, allí, por todas partes. A la escoria no se la mata, señor Bolitar, sino se la traslada a un nuevo huésped.

– ¿Y éste es el nuevo huésped?

– Uno de ellos. Aquí, en este mismo edificio, hay clubes que ofrecen una variedad internacional de gustos.

– ¿Qué variedad?

– A ver. Si se quiere mujeres de cabellos muy rubios, se va a On Golden Blonde. Está en el segundo piso, al fondo a la derecha. Si se quiere hombres afroamericanos, se va al tercer piso a un local llamado, esto le gustará, señor Bolitar, Malcolm Sex.

Myron miró a Win. Él se encogió de hombros.

Big Cyndi siguió con su voz de guía turística.

– Quienes quieren fetiches asiáticos lo pasarán bien en el Joy Suck Club…

– Sí -dijo Myron-. Creo que me hago una idea. ¿Cómo entro y encuentro a Katie Rochester?

Big Cyndi lo pensó un momento.

– Puedo hacerme pasar por una solicitante de empleo.

– ¿Disculpa?

Big Cyndi apoyó sus enormes puños en las caderas. Eso significaba que estaban separados dos metros.

– No todos los hombres, señor Bolitar, se pirran por las menudas.

Myron cerró los ojos y se frotó el puente de la nariz.

– Vale, bien, quizá sí. ¿Alguna otra idea?

Win esperó pacientemente. Myron siempre habría pensado que Win sería intolerante con Big Cyndi, pero hacía años, Win le sorprendió señalando lo que debería ser obvio. «Uno de nuestros peores y más aceptados prejuicios es contra las mujeres gordas. Nunca, jamás, vemos más allá de su gordura.» Y era cierto. Myron se había sentido muy avergonzado con la observación. Y empezó a tratar a Big Cyndi como debía, como a cualquier otra persona. Eso le fastidió a ella. En una ocasión en la que Myron le sonrió, ella le dio un castañazo en el hombro -tan fuerte que estuvo dos días sin levantar el brazo- gritando: «¡Pare ya!».

– Quizá deberías probar un enfoque más directo -dijo Win-. Yo me quedo fuera. Tú dejas el móvil encendido. Big Cyndi y tú intentáis que os dejen entrar.

Big Cyndi asintió.

– Podemos fingir ser una pareja que busca hacer un trío.

Myron estaba a punto de decir algo cuando Big Cyndi añadió:

– Era broma.

– Lo sabía.

Ella arqueó una ceja brillante y se inclinó hacia él. La montaña que iba a Mahoma.

– Pero ahora que he plantado la semilla erótica, señor Bolitar, puede que le cueste funcionar con una menudita.

– Me las arreglaré. Vamos.

Myron cruzó la entrada el primero. Un negro apostado a la puerta, con gafas de sol de diseño, le dijo que se detuviera. Llevaba un auricular en la oreja como si fuera del Servicio Secreto. Cacheó a Myron.

– Caramba -dijo Myron, ¿tanto rollo por una manicura?

El hombre cogió el móvil de Myron.

– No se permite sacar fotos -dijo.

– No tiene cámara.

El negro sonrió.

– Se lo devolverán a la salida.

Siguió sonriendo hasta que Big Cyndi llenó el umbral. Entonces la sonrisa desapareció y fue sustituida por algo más parecido al terror. Big Cyndi se introdujo como lo haría un gigante en una casa de muñecas. Se irguió, levantó los brazos sobre la cabeza y separó las piernas. La Lycra blanca gritó agónicamente. Big Cyndi guiñó el ojo al negro.

– Cachéame, grandullón -dijo-. Estoy a punto.

El traje era tan ajustado que parecía una segunda piel. Si Big Cyndi estaba a punto, el hombre no quería saber para qué.

– Está bien, señorita. Pase.