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– ¿Dónde está su marido? -preguntó Myron, doblando a la derecha.

– Fuera.

– ¿Dónde?

Ella no contestó.

– Hace dos noches, recibieron una llamada -dijo Myron- a las tres de la madrugada.

Sus ojos la buscaron otra vez en el retrovisor. Ella no asintió, pero demostró aceptación.

– La llamada era de Harry Davis. ¿Contestó usted o su marido?

La voz de ella fue baja.

– Fue Jake.

– Davis le dijo que Aimee había estado en su casa, que estaba preocupado. Y entonces Jake cogió su coche.

– No.

Myron esperó, pensando en esa respuesta.

– ¿Qué hizo?

Lorraine se agitó en el asiento, mirando directamente a Erik.

– Nos gustaba mucho Aimee. Por Dios, Erik, ha salido dos años con Randy.

– Pero ella le dejó -dijo Myron.

– Sí.

– ¿Cómo reaccionó Randy?

– Le rompió el corazón. La quería mucho. Pero no pensará… -Se calló.

– Se lo preguntaré otra vez, señora Wolf. Después de que Harry Davis llamara a su casa, ¿qué hizo su marido?

Ella se encogió de hombros.

– ¿Qué podía hacer?

Myron esperó.

– ¿Qué cree? ¿Que fue a buscarla? Vamos. Incluso sin tráfico se tarda media hora de Livingston a Ridgewood. ¿Cree que Aimee iba a esperar a que apareciera Jake?

Myron abrió la boca, la cerró. Intentó imaginar la escena. Harry Davis acababa de rechazarla. ¿Se quedaría esperando, en una calle oscura, media hora o más? ¿Tenía lógica?

– ¿Qué pasó? -preguntó Myron.

Ella no dijo nada.

– Reciben la llamada de Harry Davis. Es presa del pánico por culpa de Aimee. ¿Qué hicieron usted y Jake?

Myron dobló a la izquierda. Ya estaban en Northfield Avenue, una de las calles más anchas de Livingston. Apretó a fondo el acelerador.

– ¿Qué habría hecho usted? -preguntó ella.

Nadie contestó. Lorraine miró a Myron a los ojos por el retrovisor.

– Es tu hijo -siguió ella-. Está en juego su futuro. Tenía esa novia, una novia encantadora, pero algo le sucedió. Había cambiado no sé por qué.

Erik se encogió, pero mantuvo la pistola firme.

– De repente, no quiere saber nada de él. Tiene una aventura con un profesor. Llama a las tres de la madrugada. Es errática, y si le ocurre hablar, tu mundo se desmorona. ¿Qué habría hecho usted, señor Bolitar? -Se volvió a mirar a Erik-. Si la situación fuera al revés, si Randy hubiera dejado a Aimee y hubiera empezado a comportarse así, poniendo en peligro el futuro de tu hija, ¿qué habrías hecho tú, Erik?

– Le habría matado -dijo Erik.

– No la matamos. Lo único que hicimos… fue preocuparnos. Jake y yo hablamos. No sabíamos qué hacer. Nos pusimos a pensar. Primero, que Harry Davis cambiara los expedientes, que los dejara como antes. Como si hubiera habido un problema informático o algo así. Si se sospechaba algo, no se podría demostrar y no pasaría nada. Pensamos en otras soluciones. Randy no era un traficante, sólo era un contacto. Todos los institutos tienen los suyos. No lo defiendo. Recuerdo cuando iba a Middlebury, no mencionaré su nombre, un hombre que ahora es político, era nuestro camello. Te gradúas y se acaba. Pero ahora necesitábamos asegurarnos de que no saliera a la luz. Y sobre todo pensábamos en la manera de llegar a Aimee. Íbamos a llamarte, Erik. Pensamos que tal vez tú podrías hacerla entrar en razón, porque no se trataba sólo del futuro de Randy, también del suyo.

Ya estaban cerca de la casa de Drew Van Dyne.

– Es una bonita historia, señora Wolf -dijo Myron-. Pero se ha saltado una parte.

Ella cerró los ojos.

– ¿De quién era la sangre de la alfombra?

Ninguna respuesta.

– Me ha oído llamar a la policía. Están camino a su casa. Harán pruebas, adn y lo que haga falta. Lo descubrirán.

Lorraine Wolf siguió callada. Ya estaban en la calle de Drew Van Dyne. Las casas eran más pequeñas y más viejas. El césped no era tan verde. Los arbustos eran más densos y más retorcidos. Win le había indicado a Myron donde estaría, porque no le habría visto.

Myron paró y miró a Erik.

– Quédate aquí un segundo.

Aparcó y se fue detrás de un árbol. Win estaba allí.

– No veo el coche de Van Dyne -dijo Myron.

– Está en el garaje.

– ¿Cuánto rato hace que está en casa?

– ¿Cuánto rato hace que te he llamado?

– Diez minutos.

Win asintió.

– Vamos allá.

Myron miró hacia la casa. Estaba a oscuras.

– No hay luces encendidas.

– También lo he notado.

– ¿Ha entrado en el garaje hace diez minutos y todavía no ha encendido la luz?

Win se encogió de hombros.

Se oyó un ruido como de muela. Se abrió la puerta del garaje. Las luces de unos faros les iluminaron la cara. El coche salió zumbando. Win sacó la pistola, preparado para disparar. Myron puso una mano en el brazo de su amigo.

– Aimee podría estar dentro.

Win asintió.

El coche salió a la calle y dobló velozmente a la derecha. Pasó junto al coche aparcado, donde Erik Biel y Lorraine Wolf esperaban detrás. El Toyota Corolla de Drew vaciló y después aceleró.

Myron y Win corrieron al coche. Myron subió al asiento del conductor, Win al del pasajero. Detrás, Erik Biel sostenía la pistola apuntando a Lorraine Wolf.

Win se volvió y sonrió a Erik.

– Hola -dijo.

Alargó una mano como si fuera a estrechar la de Erik, pero le arrancó la pistola de la mano. Sin más. Un segundo antes Erik Biel tenía una pistola en la mano. En ese momento, no.

Myron puso el coche en marcha cuando el vehículo de Van Dyne desaparecía a la vuelta de la esquina. Win miró la pistola con el ceño fruncido y la vació.

La caza había empezado. Y no duraría mucho.

51

No era Drew Van Dyne quien conducía el coche, sino Jake Wolf.

Iba a toda velocidad. Hizo algunos giros bruscos. Les llevaba una buena ventaja. Sólo condujo un par de kilómetros. Llegó al viejo Roosevelt Mall, dio la vuelta a toda velocidad y paró. Caminó, cruzando los campos de fútbol a oscuras en dirección al Livingston High School. Se imaginaba que Myron Bolitar le seguía, pero creía que le llevaba suficiente ventaja.

Oyó el ruido de la fiesta. Unos pasos más y empezó a ver las luces. El aire nocturno le sentó bien. Jake observó los árboles, las casas, los coches en las entradas. Le encantaba esa ciudad, vivir allí.

Al acercarse más, oyó las risas. Pensó en lo que hacía allí. Tragó saliva y se colocó detrás de una hilera de pinos de la propiedad vecina. Encontró un punto entre ellos y miró hacia la carpa.

Distinguió a su hijo inmediatamente.

Siempre le pasaba lo mismo con Randy. Nunca se le escapaba. Destacaba en cualquier circunstancia. Jake recordaba haber ido al primer partido de fútbol de Randy cuando el niño iba a primero. Debía de haber trescientos o cuatrocientos niños, todos corriendo y saltando como moléculas acaloradas. Había llegado tarde, pero tardó unos segundos en localizar a su radiante hijo en las olas de tantos niños iguales, como si un foco cenital iluminara cada uno de sus pasos.

Jake Wolf se limitó a observar. Su hijo hablaba con un grupo de compañeros. Se reían por algo que había dicho. Jack sintió que se le humedecían los ojos. Pensó que la culpa se repartía entre muchos. Intentó recordar cómo había empezado. Tal vez con el doctor Crowley. El maldito profesor de historia se hacía llamar doctor. Menuda mierda pretenciosa.

Crowley era un hombre bajito e insignificante con cuatro cabellos y los hombros hundidos. Odiaba a los atletas. Se podía oler la envidia a la legua. Crowley veía a alguien como Randy, tan guapo y atlético y especial, espejo de sus propios fallos en la adolescencia.

Así fue como empezó todo.

Randy había hecho un trabajo estupendo sobre la Ofensiva Tet para la clase de historia de Crowley, y él le había puesto una C baja, una maldita C baja. Un amigo de Randy, un chico llamado Joel Fisher, había sacado una A. Jake leyó ambos trabajos. El de Randy era mejor. No sólo era cosa suya. Los leyó a varias personas, sin decirles cuál es cual.