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– ¿Cuál es mejor? -preguntó.

Y casi todos estaban de acuerdo con él. El C bajo, superior.

Puede parecer algo sin importancia, pero no lo era. Ese trabajo representaba tres cuartos de la nota. El doctor Crowley dejó a Randy fuera del cuadro de honor durante todo el semestre, pero, algo peor, le dejó fuera del juego. Dartmouth lo había dejado claro, el diez por ciento mejor. Si hubiera sido una B, probablemente le habrían aceptado.

Ésa era la diferencia.

Jake y Lorraine habían ido a hablar con el doctor Crowley y le explicaron la situación. Crowley se mostró implacable. Estuvo despreciativo, disfrutando su poder, y Jake hizo un esfuerzo de voluntad para no lanzarlo por la ventana. Pero no iba a rendirse tan fácilmente. Contrató a un detective privado que hurgara en el pasado del hombre, pero la vida de Crowley había sido patética, anodina, evidentemente poco remarcable, especialmente en comparación con el hijo de Jake que era un faro brillante… No había nada que pudiera utilizar contra él.

Así que, si Jake Wolf hubiera respetado las normas, aquello habría sido el fin. Su hijo se habría quedado sin una educación selecta por el capricho de un don nadie como Crowley.

No. Ni hablar.

Y así había empezado.

Jake tragó saliva y miró. Su hijo estaba en el centro de la fiesta: el sol y docenas de planetas en órbita. Tenía una taza en la mano. Poseía una simpatía natural. Sabía estar en todo cuanto hacía. Jake Wolf se quedó en la sombra preguntándose si habría algún modo de salvarlo. No. Era como coger agua con la mano. Había intentado parecer seguro frente a Lorraine. Pensaba que tal vez podría dejar el cadáver en casa de Drew Van Dayne. Lorraine limpiaría la mancha. Podría haber funcionado.

Pero había aparecido Myron Bolitar. Jake le había visto desde el garaje. Estaba atrapado. Jake esperaba dejarlo atrás, perderlos, deshacerse del cadáver en alguna parte. Pero cuando giró y vio que Lorraine estaba en el asiento trasero, supo que todo había acabado.

Había contratado a un buen abogado, al mejor. Conocía a uno en la ciudad, Lenny Marcus, un buen defensor. Le había llamado para ver si se le ocurría algo. Pero, en el fondo, ya sabía que no había nada que hacer.

Por eso estaba aquí. En las sombras. Observando a su guapo y perfecto hijo. Randy era lo único que había hecho bien en su vida, su hijo, su precioso chico, pero era suficiente. Desde la primera vez que vio al bebé en el hospital quedó cautivado. Le acompañaba siempre que podía, a todos los partidos. No era sólo para apoyarle; a menudo, durante las actividades, Jake se quedaba detrás de un árbol, escondido como ahora. Le gustaba observar a su hijo, eso era todo, perderse en ese gozo sencillo. Y a veces, al hacerlo, no podía creer lo afortunado que era, que alguien como Jake Wolf, un don nadie también en realidad, pudiera haber contribuido a crear algo tan milagroso. El mundo era cruel y horrible y tenías que hacer lo imposible por una oportunidad, pero de vez en cuando miraba a Randy y se daba cuenta de que había algo más que el horror de devorarse unos a otros, que tenía que haber algo más, un ser más elevado, porque frente a él tenía la perfección y la belleza.

– Eh, Jake.

Se volvió al oír la voz.

– Hola, Jacques.

Era Jacques Harlow, el padre de uno de los amigos íntimos de Randy y el anfitrión de la fiesta. Jacques se acercó a él. Los dos miraron la fiesta, a sus hijos, disfrutando durante casi un minuto sin hablar.

– ¿Te das cuenta de lo rápido que ha pasado? -dijo Harlow.

Jake meneó la cabeza, temeroso de hablar. Sus ojos no se apartaron de su hijo.

– ¿Qué? ¿Te vienes a tomar algo?

– No puedo. Sólo tenía que darle algo a Randy. Pero gracias.

Se quedó todavía allí, disfrutando de cada segundo. Después oyó pasos. Se volvió y vio a Myron Bolitar. Llevaba una pistola en la mano. Jake Wolf sonrió y dio la espalda a su hijo.

– ¿Qué hace aquí, Jake?

– ¿Qué le parece?

Jake Wolf no quería moverse, pero había llegado la hora. Dedicó una última mirada a su hijo, sintiendo mucho que fuera la última vez que le veía así. Quería decirle algo, algunas palabras sabias, pero no era bueno expresándose.

Así que se volvió y levantó las manos.

– En el maletero -dijo-. El cadáver está en el maletero.

52

Win se quedó unos pasos detrás de Myron, por si acaso. Pero se dio cuenta enseguida de que Jake Wolf no iba a intentar nada. Se estaba rindiendo. Por ahora. Podía haber algo más, más tarde. Win había tratado con hombres como Jake Wolf. Nunca acaban de creer de verdad que se haya acabado. Buscaban una salida, una escotilla de escape, una artimaña, una maniobra legal, algo.

Habían visto el coche de Van Dyne en el aparcamiento del Roosevelt Mall. Myron y Win echaron a correr. Dejaron a Lorraine Wolf y Erik Biel en el coche, Lorraine con las manos a la espalda sujetas por las abrazaderas y habían rezado para que Erik no cometiera ninguna estupidez.

No mucho después de que Myron y Win desaparecieran en la oscuridad, Erik salió del coche y se acercó al de Van Dyne. Abrió la puerta delantera. No sabía lo que estaba haciendo exactamente, sólo que tenía que hacer algo. Subió al asiento. Había púas de guitarra en el suelo. Recordó la colección de su hija, lo mucho que los cuidaba, cómo cerraba los ojos cuando tocaba las cuerdas. Recordó la primera guitarra de Aimee, un instrumento barato que había comprado en una tienda de juguetes. Aimee sólo tenía cuatro años. Ella lo cogió y tocó una maravillosa versión de «Santa Claus is Coming to Town», más a lo Bruce Springsteen de lo que esperarías de una párvula. Claire y él aplaudieron como locos al final.

– Aimee es una roquera -había dicho Claire.

Todos ellos sonreían. Eran todos muy felices.

Erik miró a través del parabrisas, hacia su coche, hacia Lorraine Wolf. Sus ojos se encontraron. Hacía dos años que conocía a Lorraine, desde que Aimee había empezado a salir con su hijo. Le caía bien. La verdad es que había tenido algunas fantasías con ella aunque nunca las hubiera hecho realidad. No, sólo era una fantasía inofensiva con una mujer atractiva, lo normal.

Miró hacia el asiento trasero. Había partituras escritas a mano. Se quedó paralizado. Su mano se movió lentamente. Vio la letra y se dio cuenta de que era la de Aimee. Las cogió, se las acercó, sujetándolas como si fueran piezas de porcelana.

Las había escrito ella.

Se le hizo un nudo en la garganta. Tocó con las puntas de los dedos las palabras, las notas. Su hija había cogido aquel papel. Había arrugado la cara de aquella manera propia de ella y había buscado en la experiencia de su vida para componer aquello. Era una idea sencilla, en realidad, pero de repente tuvo un enorme significado para él. Su ira había desaparecido. Volvería, lo sabía. Pero en aquel momento, su corazón sólo le pesaba. No había rabia, sólo dolor.

Fue entonces cuando Erik decidió abrir el maletero.

Miró otra vez hacia Lorraine Wolf. Algo le cambió en la expresión. Él no sabía qué. Abrió la puerta del coche y bajó. Se acercó al maletero, cogió la manilla con una mano y empezó a subir la tapa. Oyó ruidos en el campo. Se volvió y vio que Myron aparecía entre los árboles.

– Erik, espera.

Erik abrió el maletero del todo.

La tela negra. Eso fue lo primero que vio. Algo envuelto en tela plastificada negra. Se le doblaron las rodillas, pero aguantó. Myron fue hacia él, pero Erik levantó una mano como diciéndole que se detuviera. Intentó tirar de la tela. No se soltaba. Tiró y tiró. La tela aguantó en su sitio. Erik empezó a ser presa del pánico. Le dolía el pecho. Se le cortó la respiración.