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Sacó el llavero y clavó el extremo de la llave en el plástico. Se hizo un agujero. Había sangre. Rasgó la tela y metió las manos dentro. Se le pusieron húmedas y pegajosas. Desesperadamente Erik tiró de la tela, desgarrándola como si estuviera atrapado dentro, quedándose sin aire.

Vio la cara del muerto y retrocedió.

Myron ya estaba a su lado.

– Oh, Dios mío -dijo Erik. Se cayó al suelo-. Oh, gracias…

Su hija no estaba en el maletero. Era Drew Van Dyne.

53

– Le he disparado en defensa propia -dijo Lorraine Wolf.

A lo lejos Myron oyó la sirena de la policía. Myron estaba de pie junto al maletero, con Erik Biel y Lorraine Wolf. Había llamado a la policía. Llegarían pronto. Miró hacia el campo. Veía las siluetas distantes de Win y Jake Wolf. Myron se les había adelantado. Win se había encargado de asegurar al sospechoso.

– Drew Van Dyne estaba en casa -siguió ella-. Ha apuntado a Jake con una pistola. Yo lo he visto. No paraba de gritar tonterías sobre Aimee…

– ¿Qué tonterías?

– Decía que a Jake no le importaba, que para él sólo era una cualquiera, que estaba embarazada. Se ha puesto violento.

– ¿Y usted qué ha hecho?

– Tenemos armas en casa, a Jake le gusta cazar. He cogido un rifle y he apuntado a Drew Van Dyne diciéndole que bajara la pistola. No pensaba hacerlo. Lo he visto. Así que…

– ¡No! -Era Wolf. Estaban suficientemente cerca para oírlo todo-. ¡Yo he disparado a Van Dyne!

Todos le miraron. Se oyeron las sirenas de la policía.

– Le he disparado en defensa propia -insistió Jake Wolf-. Me ha apuntado con un arma.

– ¿Y por qué ha escondido el cadáver en el maletero? -preguntó Myron.

– Tenía miedo de que no me creyeran. Iba a llevarlo a su casa y dejarlo allí. Entonces me he dado cuenta de que era una estupidez.

– ¿Cuándo se ha dado cuenta? -dijo Myron-. ¿Cuando nos ha visto?

– Quiero un abogado -dijo Jake Wolf-. Lorraine, no digas nada más.

Erik Biel se adelantó.

– Todo esto no me importa. Mi hija. ¿Dónde está mi hija?

Nadie se movió. Nadie habló. La noche quedó silenciosa exceptuando los aullidos de las sirenas.

Lance Banner fue el primer policía que bajó del coche, pero docenas de coches patrulla se acercaban al aparcamiento del Roosevelt Mall con luces intermitentes. Las caras de todos pasaron del azul al rojo. El efecto era vertiginoso.

– Aimee -dijo Erik bajito-. ¿Dónde está?

Myron intentó mantener la calma, concentrarse. Se apartó a un lado con Win, cuyo rostro, como siempre, seguía inexpresivo.

– Bien -dijo Win-, ¿dónde estamos?

– No es Davis -dijo Myron-. Le hemos dado un buen repaso. No creo que sea Van Dyne. Apuntó a Jake Wolf con una pistola porque creía que había sido él. Y los Wolf aseguran bastante convincentemente que no han sido ellos.

– ¿Otros sospechosos?

– No se me ocurre ninguno.

– Pues tenemos que investigarles de nuevo -dijo Win.

– Erik cree que está muerta.

Win asintió.

– A eso me refería -dijo- con que tenemos que investigarlos otra vez.

– ¿Crees que uno de ellos la mató y se deshizo del cadáver?

Win no se molestó en contestar.

– Dios mío -dijo Myron. Miró hacia Erik-. ¿Lo hemos enfocado todo mal desde el comienzo?

– No sé cómo.

Sonó el móvil de Myron. Miró el identificador de llamadas y vio que el número estaba bloqueado.

– Diga.

– Soy la investigadora Loren Muse. ¿Se acuerda de mí?

– Por supuesto.

– He recibido una llamada anónima -dijo-. Alguien que decía haber visto a Aimee Biel ayer.

– ¿Dónde?

– En Livingston Avenue. Aimee iba en el asiento del pasajero de un Toyota Corolla. El conductor se ajusta a la descripción de Drew Van Dyne.

Myron frunció el ceño.

– ¿Está segura?

– Eso es lo que ha dicho.

– Está muerto, Muse.

– ¿Quién?

– Drew Van Dyne.

Erik se acercó, colocándose a su lado.

Y entonces fue cuando sucedió.

Sonó el móvil de Erik.

Él lo levantó. Cuando vio el número en el identificador de llamadas, casi gritó.

– Oh, Dios mío…

Se llevó el móvil a la oreja. Tenía los ojos húmedos. Le temblaba tanto la mano que apretó una tecla equivocada. Lo intentó otra vez y volvió a llevarse el móvil a la oreja. Su voz era un grito asustado.

– Diga.

Myron se acercó más y escuchó. Hubo un momento de interferencias. Y entonces una voz, una voz llorosa, una voz conocida dijo:

– ¿Papá?

A Myron se le paró el corazón.

La cara de Erik se desmoronó, pero su voz era paternal.

– ¿Dónde estás cariño? ¿Estás bien?

– No… Estoy bien, creo. ¿Papá?

– Tranquila, cariño. Estoy aquí. Dime dónde estás.

Y ella se lo dijo.

54

Myron conducía. Erik iba sentado a su lado.

El trayecto no fue largo.

Aimee había dicho que estaba detrás de Little Park, cerca del instituto adonde Claire la llevaba a los tres años de edad. Erik no le dejó colgar.

– Tranquila -no paraba de decir-. Ya voy.

Myron acortó el camino cogiendo la rotonda en dirección contraria. Saltó por encima de dos aceras. Le daba igual, lo mismo que a Erik. Lo importante era la velocidad. El aparcamiento estaba vacío. Las luces de los faros bailaban en la noche y, entonces, cuando cogieron el último desvío, iluminaron a una figura solitaria.

Myron apretó el freno.

– Oh, Dios mío, oh, Dios todopoderoso… -dijo Erik.

Ya estaba fuera del coche. Myron bajó también a toda prisa. Los dos echaron a correr. Pero a medio camino, Myron se quedó atrás. Erik se adelantó. Así era como debía ser. Erik levantó a su hija en sus brazos. La cogió cariñosamente de la cara, como si temiera que fuera sólo un sueño, un soplo de humo, y que pudiera desvanecerse de nuevo.

Myron se detuvo y observó. Después cogió el móvil y marcó el número de Claire.

– Myron. ¿Qué está pasando?

– Está bien -dijo.

– ¿Qué?

– Está a salvo. Te la traemos a casa.

En el coche, Aimee estaba grogui.

Erik se sentó detrás con ella. La abrazó. Le acarició los cabellos. Le dijo una y otra vez que todo había acabado, que todo se iba a arreglar.

– ¿Qué ha pasado? -preguntó Myron.

– Creo… empezó Aimee. Tenía los ojos muy abiertos y las pupilas dilatadas-. Creo que me han drogado.

– ¿Quién?

– No lo sé.

– ¿No sabes quién te secuestró?

Ella meneó la cabeza.

– Quizá deberíamos llevarla al médico -dijo Myron.

– No -dijo Erik-. Primero necesita ir a casa.

– Aimee, ¿qué ha pasado?

– Ha pasado un infierno, Myron -dijo Erik-. Dale tiempo para recuperarse.

– No pasa nada, papá.

– ¿Qué hacías en Nueva York?

– Tenía que reunirme con alguien.

– ¿Quién?

– Es… -Se le quebró la voz y después dijo-: Es difícil hablar de esto.

– Sabemos lo de Drew Van Dyne -dijo Myron- y que estás embarazada.

Ella cerró los ojos.

– Aimee, ¿qué ha pasado?

– Iba a deshacerme de él.

– ¿Del bebé?

Ella asintió.

– Fui a la esquina de la Calle 52 y la Sexta, como me dijeron. Iban a ayudarme. Llegó un coche negro. Me dijeron que sacara dinero del cajero.

– ¿Quién?

– No los vi -dijo Aimee-. Las ventanas estaban veladas. Siempre iban disfrazados.

– ¿Disfrazados?

– Sí.