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– ¿Había más de uno?

– No lo sé. Oí una voz de mujer, de eso estoy segura.

– ¿Por qué no fuiste al St. Barnabas?

Aimee dudó.

– Estoy muy cansada.

– ¿Aimee?

– No lo sé -dijo-. Me llamó alguien del St. Barnabas. Una mujer. Si iba allí, mis padres se enterarían. Por algo referente a las leyes de protección, y yo… había cometido tantos errores. Sólo quería… Pero luego ya no estaba tan segura. Cogí el dinero. Iba a subir al coche pero me entró el pánico. Por eso te llamé, Myron. Quería hablar con alguien. Quería hablar contigo, pero… no sé, sé que lo intentaste, pero decidí que sería mejor hablar con otra persona.

– ¿Harry Davis?

Aimee asintió.

– Conozco a una chica -dijo-. Su novio la dejó embarazada. Me dijo que el señor D la había ayudado.

– Es suficiente -dijo Erik.

Estaban llegando a casa de Aimee. Myron no quería dejarlo así.

– ¿Y qué pasó?

– El resto es un poco borroso -dijo Aimee.

– ¿Borroso?

– Sé que subí a un coche.

– ¿De quién?

– El mismo que me había esperado en Nueva York, creo. Me sentía tan desanimada cuando el señor D me dijo que me marchara… Pensé que era mejor que me fuera con ellos, acabar de una vez, pero…

– ¿Pero qué?

– Es todo borroso.

Myron frunció el ceño.

– No lo entiendo.

– No lo sé -dijo-. He estado drogada casi todo el tiempo. Sólo recuerdo haberme levantado algunos minutos. No sé quien era, pero me tenía en una especie de cabaña de madera. Es lo único que recuerdo. Tenía una chimenea de piedra blanca y marrón. Y de repente estaba en el campo detrás del patio. Te he llamado, papá, no sé bien… ¿cuánto tiempo he estado fuera?

Se echó a llorar. Erik la rodeó con sus brazos.

– Tranquila -dijo Erik-. Sea lo que sea, ya ha pasado. Estás a salvo.

Claire estaba fuera. Corrió hacia el coche. Aimee salió, pero apenas se sostenía. Claire soltó un grito primitivo y se aferró a su hija.

Se abrazaron, lloraron, se besaron los tres. Myron se sentía como un intruso. Se dirigieron a la puerta. Myron esperó. Claire miró hacia atrás, miró a Myron a los ojos. Volvió corriendo hacia él.

Le besó.

– Gracias.

– La policía tendrá que hablar con ella.

– Has mantenido tu promesa.

Él no dijo nada.

– Nos la has devuelto.

Y se fue corriendo a la casa.

Myron se quedó mirando como desaparecían dentro. Aimee estaba en casa. Estaba bien. Lo celebraba.

Pero no se sentía de humor.

Fue al cementerio que daba al patio de la escuela. La verja estaba abierta. Buscó la tumba de Brenda y se sentó. Cayó la noche. Oía el trajín del tráfico de la autopista. Pensó en lo que acababa de ocurrir. Pensó en lo que acababa de decir Aimee y en que estaba a salvo en casa, con su familia. Brenda estaba enterrada.

Myron se quedó allí hasta que paró otro coche. Casi sonrió al ver a Win. Él mantuvo la distancia un momento. Después se acercó a la lápida y miró abajo.

– Es agradable añadir a alguien a la lista de éxitos, ¿no? -dijo Win.

– No estoy tan seguro.

– ¿Por qué no?

– Todavía no sé qué ha pasado.

– Está viva, en casa.

– No estoy seguro de que eso baste.

Win hizo un gesto hacia la lápida.

– Si pudieras volver atrás, ¿necesitarías saber todo lo sucedido? ¿O sería suficiente que estuviera sana y salva?

Myron cerró los ojos e intentó imaginárselo.

– Sería suficiente que estuviera sana y salva.

Win sonrió.

– Ahí está. ¿Qué más quieres?

Se puso de pie. No sabía la respuesta. Lo único que sabía es que ya había pasado suficiente tiempo con los fantasmas, con los muertos.

55

La policía tomó la declaración a Myron. Hicieron preguntas. No le dijeron nada. Myron durmió en Livingston aquella noche. Win se quedó con él, aunque lo hacía muy pocas veces. Los dos se despertaron temprano. Vieron Sports Deck en la tele y comieron cereales fríos.

Se sintieron normales, bien, estupendamente.

– He estado pensando en tu relación con la señora Wilder -dijo Win.

– No.

– No, no, creo que te deba una disculpa -siguió Win-. Puede que la haya juzgado mal. Creo que no está tan mal, que su trasero es de mejor calidad de lo que pensaba en principio.

– Win.

– ¿Qué?

– No me importa lo que pienses.

– Sí, amigo mío, te importa.

A las ocho Myron fue a casa de los Biel. Se imaginó que ya estarían despiertos. Llamó suavemente a la puerta. Le abrió Claire. Llevaba un albornoz. Iba despeinada. Salió fuera y cerró la puerta.

– Aimee todavía duerme -dijo Claire-. No sé qué le dieron los secuestradores pero la dejaron fuera de combate.

– Tal vez deberías llevarla al hospital.

– Nuestro amigo David Gold… ¿le conoces? Es médico. Pasó anoche y la examinó. Dijo que estaría bien en cuanto eliminara las drogas del sistema.

– ¿Qué drogas le dieron?

Claire se encogió de hombros.

– ¿Quién sabe? -Se quedaron un rato en silencio. Claire respiró hondo y miró arriba y abajo de la calle. Después dijo-: Myron.

– Sí.

– Quiero que lo dejes en manos de la policía a partir de ahora.

Él no contestó.

– No quiero que le preguntes a Aimee sobre lo que pasó.

Su voz fue bastante firme. Myron esperó a que dijera algo más.

– Erik y yo sólo queremos que acabe. Anoche contratamos a un abogado.

– ¿Por qué?

– Somos sus padres y sabemos cómo protegerla.

La implicación era que él no. No había necesitado repetir que, aquella primera noche, Myron había dejado a Aimee sin haberla protegido. Pero lo estaba diciendo.

– Sé cómo eres, Myron.

– ¿Cómo soy?

– Quieres respuestas.

– ¿Tú no?

– Quiero que mi hija sea feliz y esté sana. Eso es más importante que las respuestas.

– ¿No quieres que lo pague el responsable?

– Seguramente fue Drew Van Dyne, y está muerto. ¿Qué más da? Sólo queremos que Aimee pueda dejar esto atrás. Tiene que ir a la universidad dentro de unos meses.

– Nadie deja de hablar de la universidad, como si fuera la panacea -dijo Myron-. Como si los primeros dieciocho años de tu vida no contaran.

– En cierto modo, no cuentan.

– Eso es una estupidez, Claire. ¿Y el bebé?

Claire volvió hacia la puerta.

– Con todo mi respeto, y pienses lo que pienses de nuestra decisión, no es asunto tuyo.

Myron asintió para sí mismo. En eso llevaba razón.

– Tu parte ha terminado -dijo otra vez con voz firme-. Gracias por lo que has hecho. Tengo que volver con ella.

Luego le cerró la puerta.

56

Una semana después, Myron estaba sentado en el Baumgart's Restaurant con el detective Lance Banner de la policía y la investigadora Loren Muse del condado de Essex. Myron había pedido el pollo Kung Pao. Banner, el pescado chino especial. Muse, un bocadillo de queso caliente.

– ¿Queso caliente en un restaurante chino? -dijo Myron.

Loren Muse se encogió de hombros a medio bocado.

Banner comía con palillos.

– Jake Wolf alega defensa propia -dijo-. Afirma que Drew Van Dyne le apuntó con una pistola. Dice que le amenazó como un loco.

– ¿Qué clase de amenazas?

– Van Dyne decía que Wolf le había hecho daño a Aimee Biel, o algo así. Los dos son un poco vagos en este punto.

– ¿Los dos?

– La testigo estrella de Jake Wolf. Su esposa, Lorraine.

– Aquella noche -dijo Myron- Lorraine nos dijo que era ella quien había apretado el gatillo.

– Yo creo que lo hizo. Le hicimos la prueba de la pólvora a Jake Wolf y estaba limpio.