– Volvamos a ese día en la calle. Stanley y usted pasean por Manhattan. El destino le tiende una mano. Ve a Katie Rochester, tal como le contó a la policía. Se da cuenta de que no está desaparecida ni tiene problemas graves. Es una fugitiva. Katie le suplica que no diga nada. Y usted la escucha. Durante tres semanas, no dice nada. Vuelve a su rutina diaria. -Myron le estudió la cara-. ¿Me va siguiendo?
– Le sigo.
– ¿Por qué cambia de parecer? ¿Por qué, después de tres semanas, de repente llama a su antiguo amigo Ed Steinberg?
Ella cruzó los brazos.
– ¿Por qué no me lo dice usted?
– Porque su situación ha cambiado, no la de Katie.
– ¿Cómo?
– Me dijo que su hijo había sido problemático desde el principio. Que se había rendido.
– Es cierto.
– Puede que sí, no lo sé. Pero estaba en contacto con Drew. De alguna manera, al menos. Sabía que Drew estaba enamorado de Aimee Biel porque él mismo se lo dijo. Probablemente le dijo también que estaba embarazada.
Ella cruzó más los brazos.
– ¿Puede probarlo?
– No. Esa parte es especulación. El resto no. Buscó el historial de Aimee en el ordenador. Eso lo sabemos. Vio que sí, que estaba embarazada. Pero más que nada vio que pensaba abortar. Drew no lo sabía. Él creía que estaban enamorados e iban a casarse, pero Aimee quería librarse de él. Drew Van Dyne no había sido más que un error tonto, por muy común que sea, de instituto. Aimee estaba a punto de entrar en la universidad.
– Parece un buen motivo para que Drew la secuestrara -dijo Edna Skylar.
– Sí lo parece. Si lo hubiera sido todo. Pero seguían molestándome las coincidencias. ¿Quién sabía lo del cajero? Usted llamó a su compañero Ed Steinberg y le sacó información del caso. Él habló. ¿Por qué no? No era confidencial. Ni siquiera existía un caso. Cuando él mencionó el cajero del Citibank, se dio cuenta de que eso podría ser el desencadenante. Se asumiría que Aimee también era una fugitiva. Y así es como sucedió, llamó a Aimee, le dijo que era del hospital, lo cual es cierto, y que podría abortar en secreto. Quedó con ella en Nueva York. La esperó a usted en la esquina, usted acudió, le dijo que sacara dinero del cajero. Su desencadenante. Aimee hizo lo que le dijo, pero le entró el pánico. Quiere pensárselo. La tiene allí, al alcance, está con la jeringa en la mano y de repente se le escapa. Me llama. Llego yo. La acompaño a Ridgewood. Nos sigue con el coche que vi entrar en el callejón aquella noche. Cuando Harry Davis rechaza a Aimee, usted está a la espera y Aimee ya no recuerda nada más después de eso porque ha sido drogada. Esto encaja, su memoria estaría borrosa. El propofol causa esos síntomas. Usted conoce esa droga, ¿no, Edna?
– Por supuesto que sí. Soy doctora. Es un anestésico.
– ¿Lo ha usado en su consulta?
Ella dudó.
– Lo he usado.
– Y eso la condenará.
– ¿En serio? ¿Por qué?
– Tengo otras pruebas, pero la mayoría son circunstanciales. Los expedientes médicos, para empezar. Demuestran no sólo que vio los expedientes médicos de Aimee antes de que yo se lo pidiera, sino que ni siquiera los consultó cuando yo la llamé. ¿Por qué? Porque ya sabía que ella estaba embarazada. También tengo los registros telefónicos. Su hijo la llamó, usted le llamó a él.
– ¿Y qué?
– Eso, y qué. E incluso puedo demostrar que llamó al instituto y habló con su hijo en cuanto yo me marché la primera vez. Harry Davis no entendía que Drew supiera que pasaba algo sin haber hablado con él, pero lo sabía por usted. ¿Y la llamada que hizo a Claire desde la cabina de la Calle 23…? Eso fue una exageración. Fue muy amable por su parte intentar consolar un poco a los padres pero, a ver, ¿por qué iba a llamar Aimee desde el mismo sitio donde había sido vista Katie Rochester? Ella no podía saberlo, usted sí. Y ya hemos investigado su pase de autopistas. Fue a Manhattan. Cogió el Lincoln Tunnel veinte minutos después de que se hiciera la llamada.
– Menuda prueba -dijo Edna.
– No es nada del otro mundo, pero aquí es donde empieza a resbalar. El propofol. Puede hacer recetas, claro, pero también tiene que encargarlo. A petición mía la policía ha hablado con su consulta. Compró mucho propofol, pero nadie puede explicar dónde fue a parar. A Aimee le hicieron un análisis. Todavía tenía restos en la sangre. ¿Entiende?
Edna Skylar respiró hondo, contuvo la respiración y la soltó.
– ¿Tiene un motivo para ese supuesto secuestro, Myron?
– ¿De verdad quiere jugar a esto?
Ella se encogió de hombros.
– Hemos jugado hasta ahora.
– Bien, de acuerdo, el motivo, ése era el problema que tenían todos. ¿Por qué iban a secuestrar a Aimee? Todos creíamos que querían silenciarla. Su hijo podía perder el trabajo. El hijo de Jake Wolf podía perderlo todo. Harry Davis también tenía mucho que perder. Pero secuestrarla no les ayudaría. Tampoco hubo petición de rescate, ni agresión sexual, nada de nada. Yo seguía preguntándome por qué alguien secuestraría a una jovencita.
– ¿Y?
– Habló de los inocentes.
– Sí.
Ahora su sonrisa era resignada. Edna Skylar sabía lo que venía a continuación, pensó Myron, pero no se apartaría del camino.
– ¿Quién era más inocente -dijo Myron- que su nieto nonato?
Ella podía haber asentido. Era difícil saberlo.
– Siga.
– Usted misma lo dijo al hablar de elegir a los pacientes. Había que priorizar y salvar a los inocentes. Sus motivos eran casi puros, Edna. Quería salvar a su nieto.
Edna Skylar se volvió y miró pasillo abajo. Cuando volvió a enfrentarse a Myron, su sonrisa había desaparecido. Su cara era curiosamente inexpresiva.
– Aimee ya estaba casi de tres meses -empezó. Su tono había cambiado. Había algo amable en ella, algo distante también-. De haber podido retener a esa chica un mes o dos más, habría sido demasiado tarde para abortar. Si podía retrasar la decisión de Aimee un poco más, habría salvado a mi nieto. ¿Está tan mal?
Myron no dijo nada.
– Tiene razón. Quería que la desaparición de Aimee se pareciera a la de Katie Rochester. En parte lo tenía en bandeja. Las dos habían ido al mismo instituto, las dos estaban embarazadas. Así que le añadí el cajero. Hice lo que pude para que pareciera que Aimee había huido. Pero no por las razones que ha dicho, no porque fuera una buena chica con una buena familia. De hecho, por todo lo contrario.
Myron asintió. Ahora lo entendía.
– Si la policía hubiera investigado -dijo-, habría descubierto la aventura que tuvo con su hijo.
– Sí.
– Ninguno de los sospechosos tenía una cabaña de madera. Pero usted sí, Edna. Incluso tiene la chimenea blanca y marrón que dijo Aimee.
– Se ha tomado muchas molestias.
– Sí, es cierto.
– Lo tenía muy bien planeado. La trataría bien, le controlaría el embarazo, llamaría a los padres por consolarlos un poco. Haría todo eso, dejando pistas de que Aimee era una fugitiva y estaba bien.
– ¿Como conectarse a Internet?
– Sí.
– ¿Cómo consiguió su contraseña y su nombre de pantalla?
– Me lo dijo en el estupor de la droga.
– ¿Se ponía un disfraz cuando estaba con ella?
– Me tapaba la cara, sí.
– Y el nombre del novio de Erin, Mark Cooper, ¿de dónde lo sacó?
Edna se encogió de hombros.
– También me lo dijo ella.
– Era la respuesta incorrecta. A Mark Cooper le apodaban Problema. Eso también me desconcertó.
– Aimee fue muy lista -dijo Edna Skylar-. De todos modos la habría retenido unos meses más. Seguiría dejando indicios de que había huido. Y después la dejaría marchar. Contaría la misma historia de que la habían secuestrado.
– Y nadie la creería.
– Tendría a su hijo, Myron. Eso era lo único que me importaba. El plan habría funcionado. En cuanto surgiera lo del cajero, la policía se convencería de que era una fugitiva y ya no investigarían. Sus padres, bueno, son padres. No les harían caso, como no lo hicieron a los Rochester. -Le miró a los ojos-. Sólo una cosa me fastidiaba.