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¿Adónde había ido Bolitar, entonces?

Volvió a la cronología temporal. Había un hueco de más de tres horas, pero a las 7:18, Myron Bolitar hizo una llamada al móvil de Aimee Biel. No hubo respuesta. Lo intenta dos veces más esa mañana. Sin respuesta. Ayer llamó al teléfono de la casa de los Biel. Ésa fue la única llamada que duró más de unos segundos. Loren se preguntó si habría hablado con los padres.

Cogió el teléfono y marcó el número de Lance Banner.

– ¿Qué hay? -preguntó él.

– ¿Has hablado con los padres de Aimee de Bolitar?

– Todavía no.

– Creo que ahora podría ser el momento -dijo Loren.

Myron tenía una nueva rutina matinal. Lo primero que hacía era coger el periódico y enterarse de las bajas de guerra. Miraba los nombres. Todos. Se aseguraba de que Jeremy Downing no estaba en la lista. Después volvía atrás y leía con calma todos los nombres otra vez, el rango, el lugar de nacimiento y la edad. Era todo lo que ponían. Pero Myron imaginaba que cada chico muerto en la lista era otro Jeremy, como aquel encantador chico de diecinueve años que vive en tu calle, porque, por simple que parezca, es así. Durante unos minutos Myron imaginaba qué significaba esa muerte, que esa vida joven, esperanzada, llena de sueños, se hubiera ido para siempre, imaginaba lo que estarían pensando los padres.

Esperaba que los líderes hicieran algo parecido. Pero lo dudaba.

Sonó el móvil de Myron. Miró el identificador. Decía dulces nalgas. Era el número de Win que no salía en la guía.

– Hola -contestó.

Sin preámbulos, Win dijo:

– Tu vuelo llega a la una.

– ¿Ahora trabajas para las líneas aéreas?

– Trabajas para las líneas aéreas -repitió Win-. Muy buena.

– ¿Qué pasa?

– Trabajas para las líneas aéreas -repitió Win-. Espera, déjame saborear esa frase un momento. Trabajas para las líneas aéreas. Hilarante.

– ¿Ya estás?

– Espera, voy a buscar un bolígrafo para apuntarlo. Trabajas. Para. Las. Líneas Aéreas.

Win.

– ¿Ya está?

– Déjame empezar de nuevo: tu vuelo llega a la una. Iré a recogerte al aeropuerto. Tengo dos entradas para el partido de los Knicks. Nos sentaremos junto a la cancha, probablemente al lado de Paris Hilton o Kevin Bacon. Personalmente, espero que sea Kevin.

– No te gustan los Knicks -dijo Myron.

– Cierto.

– De hecho, no te gustan los partidos de baloncesto. ¿Por qué…? – Myron cayó en la cuenta-. Maldita sea.

Silencio.

– ¿Desde cuándo lees la Sección de Estilo, Win?

– A la una. Aeropuerto de Newark. Nos vemos allí.

Clic.

Myron colgó y no pudo evitar sonreír. Vaya con Win. Qué elemento.

Fue a la cocina. Su padre estaba levantado preparando el desayuno. No dijo nada sobre las nupcias de Jessica. En cambio, su madre saltó de la silla, corrió hacia él, le echó una mirada que insinuaba una enfermedad terminal y le preguntó si estaba bien. Él le aseguró que estaba perfectamente.

– Hace siete años que no veo a Jessica -dijo-. No es para tanto.

Sus padres asintieron de forma que le pareció que le seguían la corriente.

Unas horas después se fue al aeropuerto. Había dado mil vueltas en la cama, pero al final se había reconciliado con la idea. Siete años. Hacía siete años que habían terminado. Y aunque Jessica era quien tenía la paella por el mango cuando estaban juntos, Myron había sido quien había puesto fin a la relación.

Jessica era el pasado. Cogió el móvil y llamó a Ali: el presente.

– Estoy en el aeropuerto de Miami -dijo.

– ¿Cómo ha ido el viaje?

La voz de Ali le llenó de calor.

– Ha ido bien.

– ¿Pero?

– Pero nada. Tengo ganas de verte.

– ¿Qué te parece a las dos? Los chicos no estarán, te lo prometo.

– ¿Qué tienes pensado? -preguntó él.

– El término técnico sería… A ver, que consulte el diccionario…, una siesta.

– Ali Wilder, eres una zorra.

– Así soy yo.

– No me va bien a las dos. Win me lleva a ver a los Knicks.

– ¿Y después del partido? -preguntó ella.

– Oye, no me gusta nada que te hagas la estrecha.

– Me lo tomaré como un sí.

– Ya lo creo.

– ¿Estás bien? -preguntó.

– Estoy perfectamente.

– Estás un poco raro.

– Intento parecer raro.

– Pues no te esfuerces tanto.

Hubo un momento de incomodidad. Quería decirle que la quería. Pero era demasiado pronto. O, con lo que había sabido de Jessica, tal vez no era el momento correcto. No quieres decir algo así por primera vez por razones equivocadas.

Así que dijo:

– Ya embarca mi vuelo.

– Hasta pronto, guapo.

– Espera, si voy por la noche, ¿seguirá siendo una siesta, o una cabezadita?

– Esa palabra es demasiado larga. No quiero perder tiempo.

– Hablando de eso…

– Hasta luego, guapo.

Erik Biel estaba sentado en el sofá y Claire, su esposa, en una silla. Loren se fijó en eso. Se diría que una pareja en esa situación preferiría sentarse cerca, consolarse mutuamente. El lenguaje corporal sugería que los dos querían estar tan lejos uno de otro como fuera posible. Podía significar una grieta en la relación. O que esa experiencia era tan dura que incluso la ternura -sobre todo la ternura- dolía de mala manera.

Claire Biel había servido té. A Loren no le apetecía, pero sabía que la gente se relajaba más si les dejaba mantener el control sobre algo, hacer algo banal o doméstico. Así que aceptó. Lance Banner, que se quedó de pie detrás de ella, lo había rechazado.

Lance le había permitido dirigir la conversación. Les conocía. Eso podía ser útil en algunos interrogatorios, pero en este caso empezaría ella. Loren tomó un sorbo de té. Dejó que el silencio se aposentara un momento, que fueran ellos los primeros en hablar. A algunos podía parecerles cruel. No lo era, si ayudaba a encontrar a Aimee. Si encontraban a Aimee sana y salva, lo olvidarían pronto. Si no la encontraban, el malestar del silencio no sería nada en comparación con lo que tendrían que soportar.

– Mire -dijo Erik Biel-, hemos elaborado una lista de amigos íntimos y sus teléfonos. Ya les hemos llamado a todos. Y a su novio, Randy Wolf. También hemos hablado con él.

Loren se tomó un tiempo para mirar los nombres.

– ¿Hay alguna novedad? -preguntó Erik.

Erik Biel era la personificación de la tensión. La madre, Claire, tenía a la hija desaparecida grabada en la cara. No había dormido. Estaba hecha un desastre. Pero Erik, con su camisa blanca almidonada, su corbata y su cara recién afeitada, aún parecía más angustiado. Se esforzaba tanto por mantener el tipo que era evidente que no se desmoronaría lentamente. Cuando se hundiera, sería terrible y quizá permanente.

Loren entregó el papel a Lance Banner. Se volvió y se sentó más derecha. Mantuvo los ojos fijos en el rostro de Erik cuando soltó la bomba:

– ¿Alguno de los dos conoce a un hombre llamado Myron Bolitar?

Erik frunció el ceño. Loren miró a la madre. Claire Biel ponía una cara como si Loren le hubiera pedido que lamiera su inodoro.

– Es un amigo de la familia -dijo Claire Biel-. Le conozco desde el instituto.

– ¿Conoce a su hija?

– Por supuesto. Pero qué tiene…

– ¿Qué relación tienen?

– ¿Relación?

– Sí. Su hija y Myron Bolitar. ¿Qué relación tienen?