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Las mujeres creían que a Myron le cegaba la belleza de Jessica. Escribía como un ángel. Era más que apasionada. Pero eran diferentes. Myron quería vivir como sus padres. Jessica se mofaba de esa tontería idílica. Era una constante tensión que tanto les alejaba como les atraía.

Y ahora Jessica se casaba con Stone, un tipo de Wall Street. Big Stone, pensó Myron. Rolling Stone. The Stoner. Smokin' Stone. El Stone Man. *

Myron le odiaba.

¿En qué se había convertido Jessica?

Siete años, Myron. Eso cambia a una persona.

Pero ¿tanto?

El avión aterrizó. Miró el teléfono mientras el avión se dirigía a la terminal. Había un mensaje de texto de Win:

TU AVIÓN ACABA DE ATERRIZAR.

POR FAVOR, REGODÉATE EN TU BROMITA DE QUE TRABAJO PARA LAS LÍNEAS AÉREAS. TE ESPERO EN EL PISO INFERIOR, FUERA.

El avión redujo la marcha al acercarse. El piloto pidió que todos permanecieran en sus asientos con los cinturones abrochados. Casi todo el mundo ignoró su petición. Se oía el chasquido de los cinturones al abrirse. ¿Por qué? ¿Qué ganaba la gente con ese segundo de más? ¿Es que tanto nos gusta transgredir las normas?

Pensó en llamar a Aimee al móvil otra vez, pero podría excederse. ¿Cuántas veces podía llamarla, al fin y al cabo? La promesa había sido muy clara. La acompañaría donde quisiera. No haría preguntas. No se lo diría a sus padres. No debería sorprenderle que, después de esa aventura, Aimee no quisiera hablar con él durante unos días.

Bajó del avión y se dirigía a la salida cuando oyó que le llamaban.

– ¿Myron Bolitar?

Se volvió. Había dos: un hombre y una mujer. La mujer era la que le había llamado. Era menuda, no mucho más de metro y medio. Myron medía metro noventa y cinco. La miraba desde lo alto. Ella no parecía intimidada. El hombre que la acompañaba llevaba un corte de pelo militar. También le sonaba vagamente.

El hombre sacó una placa. La mujer, no.

– Soy Loren Muse, investigadora del condado de Essex -dijo ella-. Él es Lance Banner, detective de la policía de Livingston.

– Banner -dijo Myron automáticamente-. ¿Eres hermano de Buster?

Lance Banner casi sonrió.

– Sí.

– Es un buen chico. Jugué al baloncesto con él.

– Lo recuerdo.

– ¿Cómo le va?

– Bien, gracias.

Myron no sabía qué ocurría, pero había tenido experiencias con las fuerzas del orden. Por puro hábito, cogió el móvil y apretó una tecla. Era su marcación rápida. Llamaría a Win. Win apretaría la tecla de «silencio» y escucharía. Era un viejo truco entre ellos que hacía años que no utilizaba Myron, y ahí estaba, con agentes de policía, cayendo en las viejas costumbres.

De sus pasados tropiezos con la ley, Myron había aprendido algunas verdades básicas que podían resumirse así: que no hayas hecho nada malo no significa que no estés en apuros. Es mejor partir de esa base.

– Queremos que nos acompañe -dijo Loren Muse.

– ¿Puedo preguntar por qué?

– No le retendremos mucho rato.

– Tengo entradas para los Knicks.

– Intentaremos no interferir en sus planes.

– Abajo. -Miró a Lance Banner-. En la fila de los famosos.

– ¿Se niega a venir con nosotros?

– ¿Me están arrestando?

– No.

– Entonces, antes de acompañarles, me gustaría saber para qué.

Loren Muse no vaciló esta vez.

– Se trata de Aimee Biel.

Plaf. Debería haberlo previsto, pero no lo había hecho. Myron dio un paso atrás.

– ¿Está bien?

– ¿Por qué no nos acompaña?

– Le he preguntado…

– Le he oído, señor Bolitar. -Le dio la espalda y empezó a caminar hacia la salida-. ¿Por qué no nos acompaña para que podamos hablar?

Lance Banner condujo. Loren Muse se sentó a su lado. Myron se acomodó atrás.

– ¿Está bien? -preguntó Myron.

No le contestaron. Estaban jugando con él, Myron lo sabía, pero no le importaba demasiado. Quería saber cómo estaba Aimee. El resto era irrelevante.

– Díganme algo, por el amor de Dios.

Nada.

– La vi el sábado por la noche. Pero eso ya lo saben, ¿no?

No le respondieron. Él sabía por qué. Por suerte el trayecto era corto. Eso explicaba su silencio. Querían grabar su confesión. Seguramente necesitaban toda su fuerza de voluntad para no decir nada, pero pronto lo tendrían en una sala de interrogatorio y lo grabarían todo.

Entraron en un garaje y le llevaron a un ascensor. Bajaron en el octavo piso. Estaban en Newark, en los juzgados del condado. Myron ya había estado allí. Le llevaron a una sala de interrogatorio. No había espejo ni por lo tanto cristal reversible. Eso significaba que la vigilancia se hacía a través de una cámara.

– ¿Estoy arrestado? -preguntó.

Loren ladeó la cabeza.

– ¿Qué le hace pensar eso?

– No me venga con ésas, Muse.

– Por favor, tome asiento.

– ¿Ya me han investigado? Llame a Jake Courter, el sheriff de Reston. Él responderá por mí. Hay otros también.

– Llegaremos a eso enseguida.

– ¿Qué le ha ocurrido a Aimee Biel?

– ¿Le importa que filmemos la entrevista? -preguntó Loren Muse.

– No.

– ¿Le importa firmar una renuncia?

Era una renuncia a la Quinta Enmienda. Myron sabía que no debía firmarla -era abogado, por Dios-, pero no lo tuvo en cuenta. El corazón le latía aceleradamente. Algo le había ocurrido a Aimee Biel. Ellos debían creer que sabía algo o estaba implicado. Cuanto antes acabaran y le eliminaran, mejor para Aimee.

– De acuerdo -dijo Myron-. Dígame qué le ha ocurrido a Aimee.

Loren Muse abrió las manos.

– ¿Quién dice que le ha ocurrido algo?

– Usted, Muse. Cuando ha venido a buscarme al aeropuerto. Ha dicho «Se trata de Aimee Biel». Y como, modestia aparte, tengo unos asombrosos poderes de deducción, he deducido que dos agentes de policía no han venido a decirme que se trata de Aimee Biel sólo porque ella a veces haga globos con el chicle en clase. No, he deducido que algo debe de haberle ocurrido. Por favor, no me castigue por tener este don.

– ¿Ha acabado?

Había acabado. Cuando estaba nervioso, se ponía a hablar.

Loren Muse cogió un bolígrafo. Ya tenía un cuaderno sobre la mesa. Lance Banner se quedó de pie y en silencio.

– ¿Cuándo fue la última vez que vio a Aimee Biel?

Decidió no volver a preguntar qué le había ocurrido. Muse quería jugar a su manera.

– El sábado por la noche.

– ¿A qué hora?

– Creo que entre las dos y las tres de la madrugada.

– Entonces era el domingo por la mañana y no el sábado por la noche.

Myron se tragó el comentario sarcástico.

– Sí.

– Ya. ¿Dónde la vio por última vez?

– En Ridgewood, Nueva Jersey.

Ella escribió algo en su cuaderno.

– Dirección.

– No lo sé.

Dejó de escribir.

– ¿No lo sabe?

– No. Era tarde. Ella me indicó el camino. Yo sólo seguí sus indicaciones.

– Ya. -Dejó el bolígrafo-. ¿Por qué no empieza por el principio?

La puerta se abrió de golpe. Todas las cabezas se volvieron hacia la puerta. Hester Crimstein entró como una tromba, como si la propia habitación hubiera proferido un insulto y ella quisiera responder. Por un momento nadie se movió ni dijo nada.

Hester esperó un instante, abrió los brazos, avanzó el pie derecho y gritó.

– ¡Ta-tá!

Loren Muse arqueó una ceja.

– ¿Hester Crimstein?

– ¿Nos conocemos, cariño?

– La reconozco de la tele.

– Me encantará firmar autógrafos más tarde. Ahora mismo quiero que apaguen la cámara y quiero que ustedes dos -Hester señaló a Lance Banner y a Loren Muse- salgan de la habitación para dejarme hablar con mi cliente.

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* Por orden: pedrusco, canto rodado, fumador de cannabis, fumador de hierba, hombre de piedra. (N. de la T.)