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Loren se puso de pie. Se miraron a los ojos, las dos eran de una altura parecida. Hester tenía los cabellos crespos. Loren intentó apabullarla con la mirada. Myron casi se rió. Algunos dirían que la famosa abogada criminalista Hester Crimstein era mala como una víbora, pero eso se podía considerar calumnioso para las serpientes.

– Espere -dijo Hester a Loren-. Usted espere…

– ¿Disculpe?

– En cualquier momento, voy a mearme en los pantalones. De miedo, quiero decir. Usted espere…

– Hester… -dijo Myron.

– Tú calla. -Hester le lanzó una mirada aviesa y le dedicó un siseo-. Firmar una renuncia y hablar sin tu abogado. ¿Eres tonto o qué?

– No eres mi abogado.

– Que te calles.

– Me represento yo mismo.

– ¿Conoces la expresión «Un hombre que se representa a sí mismo tiene a un idiota por cliente»? Cambia lo de «idiota» por «majadero sin cerebro».

Myron se preguntó cómo habría llegado Hester con tanta rapidez, pero la respuesta era evidente. Win. En cuanto Myron había encendido el móvil y Win había oído las voces de los policías, había buscado a Hester y la había mandado allí.

Hester Crimstein era una de las mejores abogadas del país. Tenía programa propio en una televisión por cable, Crimstein ante el crimen. Se habían hecho amigos ayudando a Esperanza contra una acusación hacía unos años.

– Un momento. -Hester miró otra vez a Loren y a Lance-. ¿Por qué siguen ustedes dos aquí?

Lance Banner dio un paso adelante.

– Él acaba de decir que usted no es su abogada.

– ¿Cómo se llama, guapo?

– Lance Banner, detective de policía de Livingston.

– Lance -dijo ella-. Como el caballero Lancelot. Veamos, Lance, le daré un consejo: el paso adelante ha sido impresionante, muy imponente, pero tiene que sacar más pecho. Poner una voz más grave y añadirle un ceño fruncido. Algo así: «Eh, muñeca, acaba de decir que no es su abogado». Inténtelo.

Myron sabía que Hester no se marcharía por las buenas. Y probablemente él no quería que se fuera. Quería cooperar, sin duda, acabar con eso, pero también saber qué diablos le había ocurrido a Aimee.

– Es mi abogada -dijo Myron-. Por favor, concédanos un minuto.

Hester les dedicó una mueca satisfecha, consciente de que los dos deseaban abofetearla. Se volvieron hacia la puerta. Ella los despidió con la mano. Cuando estuvieron fuera, cerró y miró a la cámara.

– Apáguenla ya.

– Probablemente ya lo está -dijo Myron.

– Sí, claro. Los polis nunca se saltan las normas.

Sacó su móvil.

– ¿A quién llamas? -preguntó Myron.

– ¿Sabes por qué estás aquí?

– Tiene que ver con una chica llamada Aimee Biel -dijo Myron.

– Eso ya lo sabíamos. Pero ¿no sabes qué le ha ocurrido?

– No.

– Eso es lo que intento averiguar. Tengo a mi investigadora trabajando en ello. Es la mejor, los conoce a todos. -Hester se llevó el teléfono al oído-. Sí. Soy Hester. ¿Qué hay? Ajá. Ajá. -Hester escuchó sin tomar notas. Un minuto después, dijo-: Gracias, Cingle. Sigue buscando, a ver qué tienen.

Hester colgó. Myron encogió los hombros como preguntando: «¿Qué?».

– La chica… Se apellida Biel.

– Aimee Biel -dijo Myron-. ¿Qué le ha pasado?

– Ha desaparecido.

Myron volvió a sentir la punzada.

– Parece que no volvió a casa el sábado por la noche. Se suponía que dormiría en casa de una amiga. No llegó a ir. Nadie sabe qué fue de ella. Parece que hay registros telefónicos que te relacionan con el asunto. Y otras cosas. Mi investigadora está intentando averiguar exactamente qué.

Hester se sentó. Le miró desde el otro lado de la mesa.

– Venga, cariño, cuéntaselo todo a la tía Hester.

– No -dijo Myron.

– ¿Qué?

– Mira, tienes dos alternativas, quedarte cuando hable con ellos o considerarte despedida.

– Deberías hablar conmigo primero.

– No podemos perder tiempo. He de contárselo todo.

– ¿Porque eres inocente?

– Por supuesto que soy inocente.

– Y la policía jamás arresta al hombre equivocado.

– Me arriesgaré. Si Aimee está en apuros, no permitiré que pierdan el tiempo conmigo.

– No estoy de acuerdo.

– Pues estás despedida.

– No te pongas Donald Trump conmigo. Yo sólo te advierto. Tú eres el cliente.

Se levantó, abrió la puerta y les llamó. Loren Muse pasó por su lado y se sentó. Lance se situó en su puesto, en el rincón. Muse estaba roja, probablemente enfadada consigo misma por no haberle interrogado en el coche antes de que llegara Hester.

Loren Muse estaba a punto de decir algo pero Myron la detuvo levantando una mano.

– Vayamos al grano -dijo-. Aimee Biel ha desaparecido, ya lo sé. Probablemente tienen nuestros registros telefónicos, de modo que saben que ella me llamó hacia las dos de la madrugada. No sé qué más tienen por ahora, o sea que les ayudaré. Me pidió que la llevara a un sitio. La recogí.

– ¿Dónde? -preguntó Loren.

– En el centro de Manhattan. La 52 y la Quinta. Cogí el Henry Hudson hasta el puente Washington. ¿Tienen la tarjeta de crédito de la estación de servicio?

– Sí.

– Pues ya saben que paramos allí. Seguimos por la Ruta 4 hasta la Ruta 17 y después a Ridgewood. -Myron vio un cambio de postura. Se había perdido algo, pero siguió-. La dejé en una casa al final de una calle sin salida. Y yo volví a la mía.

– Y no recuerda la dirección, ¿verdad?

– No.

– ¿Algo más?

– ¿Como qué?

– Como por qué le llamó Aimee Biel, por ejemplo.

– Soy amigo de la familia.

– Debe de ser muy amigo.

– Lo soy.

– Pero ¿por qué usted? Veamos, primero le llamó a su casa de Livingston. Después le llamó al móvil. ¿Por qué le llamó a usted y no a sus padres o a una tía o un tío o a un amigo de la escuela? -Loren levantó las manos al cielo-. ¿Por qué a usted?

Myron habló en voz baja.

– Se lo hice prometer.

– ¿Prometer?

– Sí.

Les explicó lo del sótano, que oyó hablar a las chicas de haber ido en coche con un chico borracho y lo que les había hecho prometer, y mientras lo hacía, vio que les cambiaba la expresión. Incluso a Hester. Las palabras, los argumentos sonaban vacíos a sus oídos y no entendía por qué. Su explicación fue demasiado larga. Él mismo detectaba su tono defensivo.

Cuando terminó, Loren preguntó:

– ¿Había hecho antes lo mismo?

– No.

– ¿Nunca?

– Nunca.

– ¿Se presentó voluntario a alguna otra chica indefensa o ebria para hacerle de chófer?

– ¡Eh! -Hester no pensaba dejar pasar aquello-. Ésa es una falsa interpretación de lo que dijo. Y la pregunta ya se ha hecho y se ha respuesto. Siga.

Loren se agitó en la silla.

– ¿Y a chicos? ¿Alguna vez le ha hecho prometer a un chico?

– No.

– ¿Sólo chicas?

– Sólo a esas dos chicas -dijo Myron-. No lo había planeado.

– Ya. -Loren se frotó la barbilla-. ¿Y Katie Rochester?

– ¿Quién es ésa? -preguntó Hester.

Myron no hizo caso.

– ¿Qué ocurre?

– ¿Alguna vez le hizo prometer llamarle?

– De nuevo ésa es una falsa interpretación de lo que ha dicho -intervino Hester-. Intentaba impedir que condujeran bebidos.

– Sí, claro, es un héroe -dijo Loren-. ¿Alguna vez se lo dijo a Katie Rochester?

– Ni siquiera conozco a Katie Rochester -dijo Myron.

– Pero le suena el nombre.

– Sí.

– ¿En qué contexto?

– De las noticias. ¿Qué pasa, Muse? ¿Soy sospechoso en todos los casos de personas desaparecidas?

Loren sonrió.

– En todos no.

Hester se inclinó hacia Myron y le susurró al oído:

– Esto no me gusta, Myron.

A él tampoco.