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Loren continuó:

– ¿Así que no conoce a Katie Rochester?

No pudo evitar su formación de abogado.

– Que yo sepa, no.

– Que usted sepa, no. ¿Pues quién debería saberlo?

– Protesto.

– Ya sabe a lo que me refiero -dijo Myron.

– ¿Y a su padre, Dominick Rochester?

– No.

– ¿O a su madre, Joan? ¿La conoce de algo?

– No.

– No -repitió Loren-, ¿o no, que usted sepa?

– Me presentan a muchas personas. No las recuerdo a todas. Pero los nombres no me suenan.

Loren Muse miró a la mesa.

– ¿Dice que dejó a Aimee en Ridgewood?

– Sí, en casa de su amiga Stacy.

– ¿En casa de una amiga? -Aquello llamó la atención de Loren-. Antes no lo mencionó.

– Lo menciono ahora.

– ¿Cómo se apellida Stacy?

– No me lo dijo.

– Ya. ¿Conoció a la tal Stacy?

– No.

– ¿Acompañó a Aimee a la puerta?

– No, me quedé en el coche.

Loren Muse fingió una expresión confundida.

– ¿Su promesa de protegerla no llegaba a la puerta?

– Aimee me pidió que me quedara en el coche.

– ¿Quién abrió la puerta, entonces?

– Nadie.

– ¿Entró ella por su mano?

– Dijo que Stacy estaría seguramente durmiendo y que ella siempre entraba por la puerta trasera.

– Ya. -Loren se levantó-. Vamos allá.

– ¿Adónde le llevan? -preguntó Hester.

– A Ridgewood. A ver si encontramos esa calle sin salida.

Myron se puso de pie.

– Pueden preguntar la dirección de Stacy a los padres de Aimee.

– Ya la sabemos -dijo Loren-. El problema es que Stacy no vive en Ridgewood, sino en Livingston.

16

Cuando Myron salió de la sala de interrogatorio, vio a Claire y Erik Biel en un despacho, al fondo del pasillo. Incluso a lo lejos y a través del reflejo del cristal notó la tensión. Se paró.

– ¿Qué pasa? -preguntó Loren Muse.

Él indicó con la barbilla.

– Quiero hablar con ellos.

– ¿Qué les va a decir exactamente?

Él vaciló.

– ¿Va a perder el tiempo con explicaciones -preguntó Loren Muse- o quiere ayudarnos a encontrar a Aimee?

Tenía razón. ¿Qué iba a decirles ahora, de todos modos? «No le he hecho daño a vuestra hija. Sólo la acompañé a una casa de Ridgewood porque no quería que fuera en coche con un chico borracho.» ¿Qué sacarían con eso?

Hester le dio un beso de despedida.

Él la miró.

– Ten la boca cerrada.

– Claro, como quieras. Pero llámame si te arrestan, ¿vale?

– De acuerdo.

Myron subió al ascensor que los condujo al garaje. Banner cogió un coche y arrancó. Myron miró inquisitivamente a Loren.

– Va a buscar a un policía local que nos acompañará.

– Ah.

Loren Muse se acercó a un coche patrulla con jaula de delincuentes. Le abrió la puerta trasera a Myron. Él suspiró y subió. Ella se sentó al volante. Había un ordenador. Tecleó en él.

– ¿Ahora qué? -preguntó Myron.

– ¿Me da su teléfono móvil?

– ¿Por qué?

– Démelo.

Myron se lo dio. Ella repasó las llamadas y después lo tiró sobre el asiento del pasajero.

– ¿Cuándo llamó exactamente a Hester Crimstein? -preguntó.

– No la llamé.

– Entonces ¿cómo…?

– Es una larga historia.

A Win no le gustaría que se mencionara su nombre.

– No da buena impresión -dijo- llamar tan rápidamente a un abogado.

– No me importa mucho dar buena impresión.

– No, supongo que no.

– ¿Ahora qué?

– Vamos a Ridgewood. Intentaremos descubrir dónde dejó presuntamente a Aimee Biel.

Se pusieron en marcha.

– Le conozco de algo -dijo Myron.

– Crecí en Livingston. Cuando era niña, fui a alguno de sus partidos de baloncesto.

– No es eso -dijo él. Se incorporó-. Espere, ¿no llevó usted el caso Hunter?

– Sí -Hizo una pausa-. Participé.

– Eso es. El caso Matt Hunter.

– ¿Le conoce?

– Fui a la escuela con su hermano Bernie. Fui a su funeral. -Volvió a recostarse-. ¿Ahora qué toca? ¿Va a pedir una orden de registro de mi casa, mi coche, o qué?

– Ambas. -Miró el reloj-. Las están solicitando ahora mismo.

– Probablemente encontrará pruebas de que Aimee estuvo en los dos. Ya le he dicho lo de la fiesta, de que estuvo en el sótano, y que anteanoche la acompañé en coche.

– Todo muy bien atado, sí.

Myron cerró los ojos.

– ¿Se va a llevar el ordenador también?

– Por supuesto.

– Tengo mucha correspondencia privada en él. Información de los clientes.

– Serán cuidadosos.

– No, no lo serán. Hágame un favor, Muse. Inspeccione el ordenador usted misma, ¿de acuerdo?

– ¿Confía en mí? Me halaga.

– Vale, las cartas sobre la mesa -dijo Myron-. Sé que soy buen sospechoso.

– ¿De verdad? ¿Por qué? ¿Porque fue la última persona que la vio? ¿Porque es soltero, ex jugador, vive solo en la casa familiar y recoge a adolescentes a las dos de la madrugada? -Se encogió de hombros-. ¿Cómo iba a ser sospechoso?

– Yo no lo hice, Muse.

Ella no apartó los ojos de la carretera.

– ¿Qué pasa? -preguntó Myron.

– Hábleme de la estación de servicio.

– La… -Y entonces cayó en la cuenta-. Ah.

– ¿Ah, qué?

– ¿Qué tiene? ¿Una cinta de vigilancia o el testimonio del empleado?

Ella no dijo nada.

– Aimee se puso como loca porque creía que se lo diría a sus padres.

– ¿Y por qué lo pensaba?

– Porque le hacía preguntas: dónde había estado, con quién se había visto, qué había pasado.

– Y le había prometido llevarla donde quisiera, sin hacer preguntas.

– Sí.

– ¿Y por qué se echó atrás?

– No me eché atrás.

– Pero…

– No parecía estar bien.

– ¿En qué sentido?

– No estaba en una zona de la ciudad donde los jóvenes suelan ir a beber a esas horas. No parecía ebria. No olí alcohol. Parecía más angustiada que otra cosa. Por eso intenté averiguar qué le sucedía.

– ¿Y a ella no le hizo gracia?

– No. Por eso, en la estación de servicio, saltó del coche. No quiso volver hasta que le prometí que no haría más preguntas y no se lo diría a sus padres. Dijo… -frunció el ceño, fastidiado por tener que delatar aquella confidencia-,…que había problemas en casa.

– ¿Con sus padres?

– Sí.

– ¿Qué dijo usted?

– Que eso era normal.

– Hombre -dijo Loren-, es usted bueno. ¿Qué otro tópico soltó? ¿Que el tiempo lo cura todo?

– No me agobie, Muse, por favor.

– Sigue siendo mi primer sospechoso, Myron.

– No, no lo soy.

Ella bajó las cejas.

– ¿Disculpe?

– No es tan tonta. Y yo tampoco.

– ¿Qué significa eso, si puede saberse?

– Sabe de mi existencia desde anoche. Así que ha hecho algunas llamadas. ¿Con quién ha hablado?

– Antes ha mencionado a Jake Courter.

– ¿Le conoce?

Loren Muse asintió.

– ¿Y qué le ha contado de mí el sheriff Courter?

– Que en la zona de los tres estados, ha causado más molestias anales que las hemorroides.

– Pero que no lo hice, ¿no?

Ella no dijo nada.

– Venga, Muse. Sabe que no puedo ser tan estúpido. Registros telefónicos, cargos de tarjetas de crédito, pase de autopista y testigo en la estación de servicio… es excesivo. Además sabe que mi historia puede comprobarse. Los registros telefónicos demuestran que Aimee me llamó. Eso encaja con lo que le he contado.

Siguieron en silencio un rato. La radio del coche zumbó. Loren la cogió. Lance Banner dijo:

– Tengo al policía conmigo. Estamos preparados para salir.

– Estamos a punto de llegar -dijo Loren-. Y después siguió con Myron-. ¿Qué salida tomó, Ridgewood Avenue o Linwood?

– Linwood.

Ella lo repitió por el micrófono. Señaló el rótulo verde a través del parabrisas.