Volvió a sonar el teléfono. Miró el identificador de llamadas. El número estaba bloqueado, pero la mayoría de los que llamaban a su casa no quería que los demás se enteraran de sus asuntos. Todavía masticaba cuando levantó el receptor.
Al otro lado de la línea oyó:
– Tengo algo para ti.
Era su contacto en la oficina del fiscal del condado. Se tragó la carne.
– Adelante.
– Ha desaparecido otra chica.
Eso captó su atención.
– También es de Livingston. La misma edad, la misma clase social.
– ¿Nombre?
– Aimee Biel.
El nombre no le decía nada, pero tampoco conocía muy bien a las amigas de Katie. Puso la mano sobre el receptor.
– ¿A alguno le suena una chica que se llama Aimee Biel?
Nadie dijo nada.
– Eh, he hecho una pregunta. Es de la edad de Katie.
Los chicos negaron con la cabeza, Joan no se movió. La miró a los ojos. Ella negó con la cabeza lentamente.
– Hay más -dijo el contacto.
– ¿Como qué?
– Han encontrado una relación con tu hija.
– ¿Qué relación?
– No lo sé. He escuchado conversaciones. Pero creo que tiene que ver con el sitio donde desaparecieron. ¿Conoces a un tipo llamado Myron Bolitar?
– ¿La antigua estrella del baloncesto?
– Sí.
Rochester le había visto varias veces. También sabía que Bolitar había tenido algunos tropiezos con alguno de los peores colegas de Rochester.
– ¿Qué pasa?
– Está involucrado.
– ¿Cómo?
– Recogió a la chica en el centro de Manhattan. Ésa fue la última vez que la vieron. Utilizó el mismo cajero que Katie.
Sintió un vuelco en el corazón.
– ¿El… qué?
El contacto de Dominick le explicó que el tal Bolitar había llevado a Aimee Biel a Jersey, que el empleado de la estación de servicio les había visto discutir y que había desaparecido.
– ¿Ha hablado la policía con él?
– Sí.
– ¿Qué ha dicho?
– No creo que mucho. Tenía abogado.
– Tenía… -Dominick sintió que se le encendía la sangre-. Maldito cabrón. ¿Le han arrestado?
– No.
– ¿Por qué no?
– No tenían suficiente.
– ¿O sea que le han dejado marchar?
– Sí.
Dominick Rochester no dijo nada. Se quedó en silencio. Su familia lo notó. Todos se quedaron muy quietos, temerosos de moverse. Cuando finalmente habló, su voz era tan calmada que la familia contuvo el aliento.
– ¿Algo más?
– Por ahora eso es todo.
– Sigue buscando.
Dominick colgó el teléfono. Se volvió hacia la mesa. Toda la familia le observaba.
– Dom… -dijo Joan.
– No era nada.
No sentía la necesidad de explicarse. Eso no les incumbía. Era trabajo suyo encargarse de esas cosas. El padre era el soldado, el que mantenía la vigilancia sobre la familia para que estuviera protegida.
Fue al garaje. Una vez dentro, cerró los ojos e intentó calmar su rabia. No lo logró.
Katie…
Miró el bate de béisbol de metal. Recordaba haber leído algo sobre la lesión de Bolitar. Si creía que eso dolía, si creía que una simple lesión de rodilla era dolor…
Hizo algunas llamadas, investigaciones. En el pasado, Bolitar se había metido en líos con los hermanos Ache, que dirigían Nueva York. Se suponía que era un tipo duro, bueno con los puños, y frecuentaba a un psicópata llamado Windsor No-sé-qué.
Coger a Bolitar no sería fácil.
Pero tampoco sería tan difícil si Dominick conseguía al mejor.
Su móvil era de usar y tirar, de los que se compran en metálico con nombre falso y se tiran al cabo de utilizarlo. No había forma de que lo rastrearan. Cogió otro del estante. Por un momento lo tuvo en la mano mientras pensaba en su próximo movimiento. Su respiración era fatigosa.
Dominick había cortado bastantes cabezas en sus tiempos, pero si marcaba el número de los Gemelos, cruzaría una línea desconocida.
Pensó en la sonrisa de su hija, en que había tenido que usar aparato dental a los doce años y en cómo llevaba el pelo, y la forma como le miraba, hacía mucho tiempo, siendo ella niña y él el hombre más poderoso del mundo.
Dominick apretó las teclas. Después de llamar, tendría que deshacerse del teléfono. Ésa era una de las reglas de los Gemelos, y cuando se trataba de esos dos, no importaba quien fueras, no importaba lo duro o lo mucho que te hubieras esforzado por conseguir aquella hermosa casa en Livingston, no se lleva la contraria a los Gemelos.
Descolgaron el teléfono al segundo timbre. Sin saludo. Sin palabras. En silencio.
– Os voy a necesitar -dijo Dominick.
– ¿Cuándo?
Dominick cogió el bate de metal. Le gustaba su peso. Pensó en el tal Bolitar, el tipo que se iba con una chica que desaparecía, y después se buscaba un abogado y ya estaba libre viendo la televisión o disfrutando de una buena comida.
Eso no se deja pasar. Aunque fuera utilizando a los Gemelos.
– Ahora -dijo Dominick Rochester-. Os necesito a los dos.
18
Cuando Myron volvió a su casa de Livingston, Win ya estaba allí, echado en la tumbona del jardín, con las piernas cruzadas. Llevaba mocasines, una camisa azul y una corbata de un verde deslumbrante. Algunas personas pueden ponerse cualquier cosa y hacer que les quede bien. Win era uno de ésos.
Tenía la cabeza ladeada hacia el sol, los ojos cerrados. No los abrió mientras Myron se acercaba.
– ¿Sigues queriendo ir al partido de los Knicks? -preguntó Win.
– Creo que paso.
– ¿Te importa que lleve a otra persona?
– No.
– Conocí una chica en Scores anoche.
– ¿Es una stripper?
– Por favor. -Win levantó un dedo-. Es una bailarina erótica.
– Una mujer de carrera. Qué bien.
– Se llama Bambi, creo. O puede que sea Tawny.
– ¿Es su nombre auténtico?
– En ella no hay nada auténtico -dijo Win-. Por cierto, la policía ha estado aquí.
– ¿Registrando la casa?
– Sí.
– Se han llevado mi ordenador.
– Sí.
– Maldita sea.
– No te preocupes. He llegado antes que ellos y he hecho una copia de seguridad de tus archivos. Después he borrado el disco duro.
– Vaya -dijo Myron-. Eres bueno.
– El mejor -dijo Win.
– ¿Dónde los copiaste?
– En la memoria USB de mi llavero -dijo, meneándolo, con los ojos todavía cerrados-. Ten la bondad de moverte un poco a la derecha. Me tapas el sol.
– ¿Ha averiguado algo la investigadora de Hester?
– Hubo un cargo de cajero en la tarjeta de la señorita Biel -dijo Win.
– ¿Aimee ha sacado dinero?
– No, un libro de la biblioteca. Sí, dinero. Parece que Aimee Biel sacó mil dólares de un cajero unos minutos antes de que te llamara.
– ¿Algo más?
– ¿Como qué?
– Lo están relacionando con otra desaparición. Una chica llamada Katie Rochester.
– Dos chicas desaparecen en la misma zona. Es normal que lo relacionen.
Myron frunció el ceño.
– Creo que hay algo más.
Win abrió un ojo.
– Problemas.
– ¿Qué?
Win no dijo nada y siguió mirándole. Myron se volvió, siguió su mirada y sintió un vuelco en el estómago.
Eran Erik y Claire.
Por un momento nadie se movió.
– Vuelves a taparme el sol -dijo Win.
Erik desprendía rabia. Myron fue hacia ellos, pero algo le detuvo. Claire puso una mano en el brazo de su marido y le susurró algo al oído. Él cerró los ojos. Ella dio un paso hacia Myron, con la cabeza alta. Erik se quedó atrás.