Bingo.
Sus pullas habían funcionado. Ahora sabía por qué le seguían aquellos polis. No era porque fuera sospechoso de la desaparición de Aimee. Era porque Big Jake Wolf les había presionado.
El plan no había salido del todo bien. Iban a arrestarle.
El poli John Oates sacó las esposas, preparándose para colocárselas en las muñecas. Myron miró al alto. Parecía un poco nervioso y movía los ojos. Decidió que era una buena señal.
El bajo le arrastró de las esposas hasta el mismo Chevy gris que le había seguido desde su casa y le empujó al asiento de atrás, intentando que se golpeara con el marco de la puerta, pero él estaba preparado y se agachó. En el asiento delantero vio una cámara con teleobjetivo, como había dicho Win.
Mmm. Dos polis que sacaban fotos, le seguían desde su casa, le impedían hablar con Randy, le esposaban… Big Jake tenía influencias.
El alto se quedó fuera y se paseó. Aquello iba demasiado rápido para él. Myron decidió que podía aprovecharlo. El bajo de bigote poblado y cabello oscuro rizado se sentó a su lado y sonrió.
– Me gusta mucho «Rich Girl» -dijo Myron-. Pero «Private Eyes»… no sé, ¿de qué iba esa canción? «Ojos privados, que te miran.» Francamente, ¿no te miran todos los ojos? Públicos, privados, todos.
El genio del bajo se disparó más deprisa de lo que había esperado.
Le lanzó un golpe a la tripa. Myron estaba preparado. Una de las lecciones que había aprendido con los años era a encajar un puñetazo. Era crucial si ibas a verte envuelto en un enfrentamiento físico. En una pelea de verdad, casi siempre recibes, por muy bueno que seas. La reacción psicológica decide a menudo el resultado. Si no sabes qué esperar, te arrugas y te encoges. Te pones demasiado a la defensiva. Dejas que el miedo te posea.
Si el puñetazo se dirige a la cabeza, hay que intentar esquivarlo. No permitir que el golpe dé de lleno, sobre todo en la nariz. Incluso un ligero ladeo de la cabeza ayuda. En lugar de recibir cuatro nudillos, recibes sólo uno o dos, lo cual representa una gran diferencia. También hay que relajar el cuerpo, dejarlo ir. Has de apartarte del golpe, literalmente acompañarlo. Cuando el puñetazo se dirige al abdomen, especialmente si se tienen las manos esposadas a la espalda, hay que encoger los músculos del estómago, moverse y doblar la cintura para no echar la papilla. Eso fue lo que hizo Myron.
El golpe no le hizo mucho daño. Pero Myron, viendo el nerviosismo del alto, hizo una comedia que habría hecho tomar apuntes a De Niro.
– ¡Aarrrggggghhh!
– Maldita sea, Joe -dijo el alto-, ¿qué haces?
– ¡Se está burlando de mí!
Myron permaneció doblado y fingió respirar mal. Resopló, tuvo arcadas y se puso a toser incontrolablemente.
– ¡Le has hecho daño, Joe!
– Sólo está sin aliento. Se pondrá bien.
Myron siguió tosiendo y respirando mal y añadió convulsiones. Dejó los ojos en blanco y se puso a boquear como un pez fuera del agua.
– ¡Cálmate, maldita sea!
Myron sacó la lengua y se atragantó aún más. No se sabe dónde, su representante hablaba con Scorsese.
– ¡Se está ahogando!
– ¡Mi medicina! -masculló Myron.
– ¿Qué?
– ¡No puedo respirar!
– ¡Mierda, quítale las esposas!
– ¡No puedo respirar! -Myron jadeó y tensó el cuerpo-. ¡La medicina para el corazón! ¡En mi coche!
El alto abrió la puerta. Le cogió las llaves a su compañero y le quitó las esposas. Myron siguió con las convulsiones y los ojos en blanco.
– ¡Aire!
El alto estaba aterrado. Myron imaginaba lo que estaba pensando. Aquello se les había ido de las manos.
– ¡Aire!
El alto se apartó. Myron rodó fuera del coche. Se puso en pie y señaló su coche.
– ¡La medicina!
– Váyase -dijo el alto.
Myron corrió al coche. Los dos hombres, estupefactos, se quedaron mirándole. Ya se lo esperaba. Sólo querían asustarle. No preveían aquella respuesta. Eran polis de pueblo. Los ciudadanos de aquel feliz suburbio les obedecían sin rechistar. Pero él no les había hecho una reverencia. Habían perdido la serenidad y le habían agredido. Aquello podía representar problemas. Los dos querían acabar de una vez, lo mismo que Myron. Había averiguado lo que necesitaba: Big Jake Wolf estaba asustado y le preocupaba algo.
Así que cuando Myron llegó a su coche, se sentó al volante, metió la llave en el contacto, arrancó y se marchó. Miró por el retrovisor. Creía que llevaba ventaja, que los polis no le perseguirían.
No lo hicieron. Se quedaron mirando.
De hecho, parecían aliviados de verle marchar.
Sonrió. Sí, no había ninguna duda.
Myron Bolitar había vuelto.
30
Myron intentaba decidir qué hacer a continuación cuando su móvil sonó. El identificador de llamadas decía fuera de zona. Lo descolgó. Esperanza dijo:
– ¿Dónde te has metido, por Dios?
– Hola, ¿cómo va la luna de miel?
– Un asco. ¿Quieres saber por qué?
– ¿Tom no cumple?
– Sí, los hombres sois tan difíciles de seducir… No, mi problema es que mi socio no responde a las llamadas de nuestros clientes, no acude a la oficina.
– Lo siento.
– Ah, bueno, entonces todo arreglado.
– Le diré a Big Cyndi que derive las llamadas directamente a mi móvil. Iré a la oficina en cuanto pueda.
– ¿Qué pasa? -preguntó Esperanza.
Myron no quería estropearle la luna de miel más de lo que ya la había estropeado, así que dijo:
– Nada.
– Mentiroso.
– Te lo juro. No es nada.
– Bien, se lo preguntaré a Win.
– Vale, espera.
La puso al día rápidamente.
– De modo que te sientes obligado por hacer una buena obra -dijo Esperanza.
– Fui el último en verla. La acompañé y la dejé ir.
– ¿Que la dejaste ir? ¿Qué estupidez es esa? Tiene dieciocho años, Myron. Eso significa que es mayor de edad. Te pidió que la acompañaras. Tú, caballerosamente, y estúpidamente, diría yo, lo hiciste. Y ya está.
– No está.
– A ver, si acompañaras, pongamos por caso, a Win a casa, ¿te asegurarías de que entra allí sano y salvo?
– Buena analogía.
Esperanza se rió.
– Sí, bueno, vuelvo a casa.
– No, ni hablar.
– De acuerdo, ni hablar. Pero no puedes encargarte de ambas cosas tú solo. Así que le diré a Big Cyndi que me derive las llamadas. Ya me encargo. Tú juega al superhéroe.
– Pero estás de luna de miel. ¿Qué dirá Tom?
– Es un hombre, Myron.
– ¿Qué quieres decir?
– Que con tal de recibir su dosis, está contento.
– Qué estereotipo tan cruel.
– Sí, ya sé que soy mala. Podría hablar por teléfono al mismo tiempo o, qué demonios, amamantar a Héctor, y Tom ni pestañearía. Además así tendrá más tiempo de jugar al golf. Golf y sexo, Myron. Yo diría que es la luna de miel ideal de Tom.
– Te lo compensaré.
Hubo un momento de silencio.
– Esperanza…
– Hace tiempo que no hacías nada de esto -dijo ella-. Y te hice prometer que no lo harías más. Pero quizá… quizá sea bueno.
– ¿Por qué lo dices?
– No tengo ni idea. Caramba, tengo cosas más importantes en que pensar. Como las estrías cuando me pongo el bikini. No me puedo creer lo de las estrías. Culpa del niño, ya sabes.
Al cabo colgaron. Myron condujo sintiéndose vulnerable por el coche. Si la policía decidía seguir vigilándole o Rochester le ponía otro sabueso, el coche era un inconveniente. Pensando en esto, llamó a Claire. Ella contestó al primer timbre.