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El humor se quebró cuando el móvil de Reid sonó. Lo respondió, escuchó un momento y colgó.

– He encontrado a alguien que sustituya al señor Davis en la clase. Les espera en mi despacho.

Drew Van Dyne estaba pensando en Aimee e intentando decidir cuál sería su próximo paso cuando llegó a Planet Music. Siempre que le sucedía eso, siempre que la vida y las malas decisiones que había tomado le confundían, Van Dyne se automedicaba o, como hacía ahora, se volcaba en la música.

Tenía bien metidos los auriculares del iPod en los canales auditivos. Escuchaba «Gravity» de Alejandro Escovedo, disfrutando con el sonido, intentando descubrir cómo habría compuesto la canción. Eso era lo que le gustaba hacer a Van Dyne. Destripar una canción de la mejor forma posible. Elaboraba una teoría sobre el origen, cómo había aparecido la idea, la primera chispa de inspiración. ¿Fue la primera semilla un riff de guitarra, el coro, una estrofa o una letra concreta? El compositor, ¿tenía el corazón roto, estaba triste o rebosaba alegría? ¿Y por qué se sentía así? ¿Y cómo siguió, después del primer paso, con la canción? Van Dyne veía al autor al piano o rasgando la guitarra, escribiendo notas, cambiándolas, retorciéndolas, todo.

Una pasada. Una pasada total. Inventarse una canción. Aunque… aunque siempre hubiera una vocecita, muy adentro, diciendo: «Deberías haber sido tú, Drew».

Olvidas a la esposa que te mira como si fueras caca de perro y ahora quiere el divorcio. Olvidas a tu padre, que te abandonó cuando eras un niño, y a tu madre, que ahora intenta compensar que no te hizo ni caso durante años. Olvidas el alienante y monótono empleo de profesor que detestas, que ya no es algo que haces mientras esperas tu oportunidad y que tu oportunidad, si eres sincero contigo mismo, nunca llegará. Olvidas que tienes treinta y seis años y que por mucho que intentes acabar con ello, tu maldito sueño no muere… No, eso sería demasiado fácil. Por el contrario el sueño permanece y te obsesiona y ves que nunca, nunca se hará realidad.

Te evades con la música.

¿Qué diablos debía hacer ahora?

Eso era lo que pensaba Drew Van Dyne mientras pasaba delante de Bedroom Rendezvous. Vio que una de las dependientas le cuchicheaba algo a otra. Quizás hablaran de él, pero no le importó mucho. Entró en Planet Music, un lugar que amaba y detestaba al mismo tiempo. Le encantaba estar rodeado de música y detestaba que le recordaran que nada de eso era suyo.

Jordy Deck, una versión más joven y menos dotada que él, estaba detrás del mostrador. Por la cara del chico, Van Dyne supo que había sucedido algo.

– ¿Qué?

– Un tipo grande -dijo el chico-. Ha venido preguntando por ti.

– ¿Cómo se llama?

El chico se encogió de hombros.

– ¿Qué quería?

– Preguntaba por Aimee.

Sintió una punzada de miedo en el pecho.

– ¿Qué le has dicho?

– Que viene mucho por aquí, pero creo que ya lo sabía. No tiene nada de raro.

Drew Van Dyne se acercó más a él.

– Descríbemelo.

El chico lo hizo. Van Dyne recordó la llamada de aviso que había recibido por la mañana. Parecía Myron Bolitar.

– Oh, otra cosa -dijo el chico.

– ¿Qué?

– Cuando se marchó, creo que se fue al Bedroom Rendezvous.

Claire y Myron decidieron que se encargaría él de hablar con el señor Davis.

– Aimee Biel era una de mis alumnas más prometedoras -dijo Harry Davis.

Estaba pálido y tembloroso y no caminaba con el paso seguro que Myron le había visto por la mañana.

– ¿Era? -dijo Myron.

– ¿Disculpe?

– Ha dicho «era». «Era una de mis alumnas más prometedoras».

Los ojos de él se abrieron sorprendidos.

– Ya no está en mi clase.

– Ya.

– A eso me refería.

– Bien -dijo Myron, intentando mantenerlo a la defensiva-. ¿Cuándo fue exactamente su alumna?

– El año pasado.

– Bien. -Se acabaron los preliminares. Directo al puñetazo definitivo-: Si Aimee ya no era alumna suya, ¿qué hacía en su casa el sábado por la noche?

Gotas de sudor aparecieron en la frente del profesor como topos de plástico en un juego de ordenador.

– ¿Por qué cree que estuvo allí?

– Yo la acompañé.

– No es posible.

Myron suspiró y cruzó las piernas.

– Podemos hacer esto de dos maneras, señor D, contándome lo que sabe o llamando al director.

Silencio.

– ¿De qué hablaba con Randy Wolf esta mañana?

– También es alumno mío.

– ¿Es o era?

– Es. Doy clases a tres cursos.

– Tengo entendido que los alumnos le han votado Profesor del Año durante cuatro años seguidos.

Él no dijo nada.

– Estudié aquí -dijo Myron.

– Sí, lo sé. -Sonrió ligeramente-. Sería difícil no advertir la persistente presencia del legendario Myron Bolitar.

– Lo que quiero decir es que sé lo mucho que significa ser Profesor del Año, tan popular con los estudiantes.

A Davis le gustó el cumplido.

– ¿Quién era su profesor favorito? -preguntó.

– La señora Friedman, de Historia Europea Moderna.

– Todavía estaba cuando yo empecé. -Sonrió-. Me gustaba mucho.

– Es muy amable, señor D, en serio, pero una chica ha desaparecido.

– No sé nada de eso.

– Sí lo sabe.

Harry Davis bajó la cabeza.

– Señor D…

No levantó la cabeza.

– No sé lo que está pasando, pero ahora todo se está derrumbando. Todo. Creo que lo sabe. Su vida era una cosa antes de que tuviéramos esta conversación. Ahora es otra. No quiero parecer melodramático, pero no lo dejaré hasta que lo descubra todo por muy malo que sea. Por muchas personas que resulten perjudicadas.

– No sé nada -dijo él-. Aimee no ha estado nunca en mi casa.

De habérselo preguntado, Myron habría dicho que ni siquiera estaba enfadado. En el fondo, ése fue el problema: la falta de aviso. Había hablado con voz mesurada. Había un peligro, pero no tanto para pararse a frenarlo. De haberlo visto venir, se habría podido preparar. Pero la furia llegó de golpe, obligándole a actuar.

Myron se movió rápido. Cogió a Davis por la nuca, le apretó un punto cerca de la base de los hombros y le empujó a la ventana. Davis soltó un gritito mientras él le apretaba la cara con fuerza contra el cristal.

– Mire afuera, señor D.

En la sala de espera, Claire estaba sentada muy erguida. Tenía los ojos cerrados. Creía que nadie la miraba. Le resbalaban lágrimas por las mejillas.

Myron apretó más fuerte.

– ¡Au!

– ¿Lo ve, señor D?

– ¡Suélteme!

Maldita sea. La furia se extendió, difuminándose. La razón volvió a emerger. Como con Jake Wolf, Myron se reprendió a sí mismo por su ataque de genio y soltó la presa. Davis se quedó atrás y se frotó la nuca. Tenía la cara de color escarlata.

– Si se acerca a mí -dijo Davis- le demandaré. ¿Lo entiende?

Myron meneó la cabeza.

– ¿Qué?

– Está acabado, señor D. Aunque todavía no lo sepa.

38

Drew Van Dyne volvió a la Livingston High School.

¿Cómo era posible que Myron Bolitar le hubiera relacionado con aquel embrollo?

Ahora tenía un pánico absoluto. Había dado por supuesto que Harry Davis, el Magnífico y Dedicado Profesor, no diría nada. Eso habría sido mejor, habría permitido que Van Dyne fuera afrontando lo que surgiera. Pero resultaba que Bolitar había ido a parar a Planet Music y había preguntado por Aimee.

Alguien había hablado.

Cuando paró en la escuela, vio a Harry Davis que salía por la puerta. Drew Van Dyne no era un experto en lenguaje corporal, pero estaba claro que Davis estaba fuera de sí. Tenía los puños cerrados, los hombros encogidos, movía los pies arrastrándolos. Normalmente caminaba con una sonrisa y saludando a todos, a veces incluso silbaba. Hoy no.

Van Dyne cruzó el aparcamiento y se atravesó con el coche en el camino de Davis. Éste le vio y se desvió a la derecha.